Con qué alimento María nutre a sus hijos
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Estaba haciendo la hora de la Pasión en que mi Mamá Dolorosa recibió a su Hijo muerto en sus brazos y Lo colocó en el sepulcro, y le decía en mi interior: “Madre mía, junto con Jesús pongo en tus brazos a todas las almas, para que los reconozcas a todos como hijos tuyos, los escribas en tu Corazón uno por uno y los metas en las llagas de Jesús. Son los hijos de tu dolor inmenso y basta éso para que los reconozcas y los ames. Quiero poner a todas las generaciones en la Voluntad Suprema, para que nadie falte, y en nombre de todos quiero darte consuelo, compasión y alivio divino”.
Y mientras así decía, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho: “Hija mía, ¡si tú supieras con qué cosa alimentó mi Madre Dolorosa a todos estos hijos!”
(…) “Pero el hombre quiso hacer su voluntad y rompió con la Divina… ¡Ojalá no lo hubiera hecho! Mi Querer se retiró y él precipitó en el abismo de todos los males. Ahora bien, para volver a vincular estas dos voluntades hacía falta Alguien que poseyera una Voluntad Divina, y por eso, amando Yo, Verbo Eterno, con un amor eterno al hombre, decretamos las Tres Divinas Personas que Yo tomara humana carne para venir a salvarlo y a reunir las dos voluntades separadas. Pero ¿dónde podía Yo bajar? ¿Quién había de ser Aquella que prestase su carne a su Creador?
Por esa razón escogimos a una criatura que, gracias a los méritos previstos del futuro Redentor, fue exentada de la culpa original. Su querer y el Nuestro fueron uno solo. Fue esta celestial criatura la que comprendió la historia de nuestra Voluntad. Nosotros, como pequeñita, le narramos todo el dolor de nuestro Querer y cómo el hombre ingrato, rompiendo la unión entre su voluntad y la Nuestra, había restringido nuestro Querer en el círculo divino, bloqueándolo en sus planes, impidiendo que pudiera comunicarle sus bienes y la finalidad para la que lo había creado. (…)
¡Oh, cómo comprendió la celestial niñita nuestro sumo dolor y el gran mal del hombre al salirse de nuestro Querer! ¡Oh, cuántas veces con lágrimas ardientes lloraba por nuestro dolor y por la gran desventura del hombre! Por eso Ella, temiendo, no quiso conceder ni siquiera un acto de vida a su voluntad. Por eso se mantuvo pequeña, porque su querer no tuvo vida en Ella, ¿y cómo podía hacerse grande? Pero lo que no hizo Ella lo hizo nuestro Querer: la hizo crecer toda bella, santa, divina; la enriqueció tanto que la hizo la más grande de todos. Era un prodigio de nuestro Querer, prodigio de gracia, de belleza, de santidad. Pero Ella se mantuvo siempre pequeña, tanto que nunca se bajaba de nuestros brazos, y haciendo suya de corazón nuestra defensa, Nos correspondió por todos los actos dolientes del Supremo Querer. Y no sólo estaba Ella toda en órden respecto a nuestra Voluntad, sino que hizo suyos todos los actos de las criaturas, absorbiendo en Ella toda nuestra Voluntad rechazada por ellas, la reparó, la amó y, teniéndola como en depósito en su Corazón virginal, preparó el alimento de nuestra Voluntad para todas las criaturas.
¿Ves por tanto con qué alimento nutre a sus hijos esta Madre amantísima? Le costó toda su vida, penas inauditas, la vida misma de su Hijo, para formar en Ella el depósito abundante de este alimento de mi Voluntad, para tenerlo preparado para alimentar a todos sus hijos. Como Madre tierna y amorosa, Ella no podía querer más a sus hijos; dándoles este alimento, su amor había alcanzado el máximo grado. Así que, a tantos títulos suyos, el más hermoso que se le podría añadir es el de Madre y Regna de la Divina Voluntad.
Ahora, hija mía, si eso hizo mi Madre para la obra de la Redención, también tú tienes que hacerlo para la obra del «Fiat Voluntas tua». La tuya no tiene que tener vida en tí y, haciendo tuyos todos los actos de mi Voluntad en cada una de las criaturas, los depositarás en tí; y mientras en nombre de todos corresponderás a mi Voluntad, formarás en tí todo el alimento necesario para alimentar a todas las generaciones con el alimento de mi Voluntad…” (16°, 24-11-1923)
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