Cómo María amaba y adoraba a Jesús durante su Pasión
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
La adoración de María en su encuentro con Jesús en la Vía Dolorosa
Continuando mi habitual estado, por unos instantes he visto a Jesús bendito con la cruz a cuestas, en el momento de encontrarse con su Santísima Madre, y yo Le he dicho: “Señor, ¿qué hizo tu Madre en este encuentro dolorosísimo?”
Y El: “Hija mía, no hizo sino un acto de adoración profundísimo e sencillísimo, y como el acto, cuanto más sencillo es, más fácil resulta para unirse con Dios, Espíritu infinitamente simple, por eso, en ese acto se infundió en Mí y siguió haciendo lo que Yo mismo hacía en mi interior; lo cual Me resultó súmamente agradable, más que si Me hubiera hecho cualquier otra cosa más grande, porque el verdadero espíritu de adoración consiste en ésto: que la criatura se pierda a sí misma y se halle en el ambiente divino, y que adore todo lo que hace Dios, uniéndose con El. ¿Crees tú que sea verdadera adoración la que con la boca adora y con la mente está en otra cosa? ¿O sea, la mente adora y la voluntad está lejos de Mí? ¿O que una potencia Me adora y las otras estan del todo desordenadas? No, Yo quiero todo para Mí y todo lo que le he dado, en Mí, y ese es el acto más grande de culto, de adoración, que la criatura puede hacerme.” (6°, 17-12-1903)
En la Pasión, Jesús le daba todo a su Madre y María le daba todo a su Hijo
“… En el tiempo de mi Pasión tuve a mi queridísima Madre y, mientras la hacía partícipe de todas mis penas y de todos mis bienes, Ella, como criatura, estaba atentísima en reunir en sí todo lo que Me habrían hecho las criaturas, de forma que Yo hallaba en Ella toda mi satisfacción y toda la gratitud, el agradecimiento, la alabanza, la reparación, la correspondencia que habría tenido que encontrar en todos los demás…” (6°, 4-9-1905)
El Amor consumaba a María, le daba la muerte de Jesús y la resucitaba a nueva vida
Estaba pensando a la Madre Celestial, cuando tenía a mi siempre amado Jesús muerto en sus brazos, qué hacía y cómo se ocupaba de El. Y una luz, acompañada por una voz, decía en mi interior: “Hija mía, el amor obraba potentemente en mi Madre, el amor la consumaba interamente en Mí, en mis llagas, en mi sangre, en mi misma muerte, y la hacía morir en mi Amor, y mi Amor, consumando el amor y todo lo que era mi Madre, la hacía resucitar con nuevo amor, o sea, toda de mi Amor, de manera que su amor la hacía morir y mi Amor la hacía resurgir a una vida toda en Mí, de una mayor santidad y toda divina. Así que no hay santidad si el alma no muere en Mí, no hay verdadera vida si no se consume del todo en mi Amor”. (10°, 21-6-1911)
Cuántas veces María compartía todas las penas y las muertes de Jesús en su seno
“… Por eso se necesitaba un poder y un querer divino, para darme tantas muertes y tantas penas, un poder y un querer divino para hacerme sufrir. Y puesto que en mi Querer estan en acto todas las almas y todas las cosas, no de una forma abstracta o de sola intención, como alguien puede pensar, sino que en realidad los tenía a todos en Mí, e incorporados conmigo formaban mi misma vida, en realidad moría por cada uno y sufría las penas de todos. Es verdad que en ello concurría un milagro de mi Omnipotencia, el prodigio de mi inmenso Querer. Sin mi Voluntad mi Humanidad no habría podido hallar ni abrazar a todas las almas, ni habría podido morir tantas veces. Por lo cual, mi pequeña Humanidad, desde que fue concebida, empezó a sufrir sucesivamente las penas y las muertes, y todas las almas nadaban en Mí, como dentro de un vastísimo mar, y eran como miembros de mis miembros, sangre de mi sangre y corazón de mi Corazón. ¡Cuántas veces mi Mamá, tomando el primer puesto en mi Humanidad, sentía mis penas y mis muertes y moría junto conmigo! ¡Qué dulce era para Mí encontrar en el amor de mi Madre el eco del Mío! Son misterios profundos, donde la inteligencia humana, no comprendiendo bien, parece que se pierde”. (12°, 18-3-1919)
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