Maria

Con qué alimento María nutre a sus hijos

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Estaba haciendo la hora de la Pasión en que mi Mamá Dolorosa recibió a su Hijo muerto en sus brazos y Lo colocó en el sepulcro, y le decía en mi interior: “Madre mía, junto con Jesús pongo en tus brazos a todas las almas, para que los reconozcas a todos como hijos tuyos, los escribas en tu Corazón uno por uno y los metas en las llagas de Jesús. Son los hijos de tu dolor inmenso y basta éso para que los reconozcas y los ames. Quiero poner a todas las generaciones en la Voluntad Suprema, para que nadie falte, y en nombre de todos quiero darte consuelo, compasión y alivio divino”.

Y mientras así decía, mi dulce Jesús se ha movido en mi interior y me ha dicho: “Hija mía, ¡si tú supieras con qué cosa alimentó mi Madre Dolorosa a todos estos hijos!”

(…) “Pero el hombre quiso hacer su voluntad y rompió con la Divina… ¡Ojalá no lo hubiera hecho! Mi Querer se retiró y él precipitó en el abismo de todos los males. Ahora bien, para volver a vincular estas dos voluntades hacía falta Alguien que poseyera una Voluntad Divina, y por eso, amando Yo, Verbo Eterno, con un amor eterno al hombre, decretamos las Tres Divinas Personas que Yo tomara humana carne para venir a salvarlo y a reunir las dos voluntades separadas. Pero ¿dónde podía Yo bajar? ¿Quién había de ser Aquella que prestase su carne a su Creador?

Por esa razón escogimos a una criatura que, gracias a los méritos previstos del futuro Redentor, fue exentada de la culpa original. Su querer y el Nuestro fueron uno solo. Fue esta celestial criatura la que comprendió la historia de nuestra Voluntad. Nosotros, como pequeñita, le narramos todo el dolor de nuestro Querer y cómo el hombre ingrato, rompiendo la unión entre su voluntad y la Nuestra, había restringido nuestro Querer en el círculo divino, bloqueándolo en sus planes, impidiendo que pudiera comunicarle sus bienes y la finalidad para la que lo había creado. (…)

¡Oh, cómo comprendió la celestial niñita nuestro sumo dolor y el gran mal del hombre al salirse de nuestro Querer! ¡Oh, cuántas veces con lágrimas ardientes lloraba por nuestro dolor y por la gran desventura del hombre! Por eso Ella, temiendo, no quiso conceder ni siquiera un acto de vida a su voluntad. Por eso se mantuvo pequeña, porque su querer no tuvo vida en Ella, ¿y cómo podía hacerse grande? Pero lo que no hizo Ella lo hizo nuestro Querer: la hizo crecer toda bella, santa, divina; la enriqueció tanto que la hizo la más grande de todos. Era un prodigio de nuestro Querer, prodigio de gracia, de belleza, de santidad. Pero Ella se mantuvo siempre pequeña, tanto que nunca se bajaba de nuestros brazos, y haciendo suya de corazón nuestra defensa, Nos correspondió por todos los actos dolientes del Supremo Querer. Y no sólo estaba Ella toda en órden respecto a nuestra Voluntad, sino que hizo suyos todos los actos de las criaturas, absorbiendo en Ella toda nuestra Voluntad rechazada por ellas, la reparó, la amó y, teniéndola como en depósito en su Corazón virginal, preparó el alimento de nuestra Voluntad para todas las criaturas.

¿Ves por tanto con qué alimento nutre a sus hijos esta Madre amantísima? Le costó toda su vida, penas inauditas, la vida misma de su Hijo, para formar en Ella el depósito abundante de este alimento de mi Voluntad, para tenerlo preparado para alimentar a todos sus hijos. Como Madre tierna y amorosa, Ella no podía querer más a sus hijos; dándoles este alimento, su amor había alcanzado el máximo grado. Así que, a tantos títulos suyos, el más hermoso que se le podría añadir es el de Madre y Regna de la Divina Voluntad.

Ahora, hija mía, si eso hizo mi Madre para la obra de la Redención, también tú tienes que hacerlo para la obra del «Fiat Voluntas tua». La tuya no tiene que tener vida en tí y, haciendo tuyos todos los actos de mi Voluntad en cada una de las criaturas, los depositarás en tí; y mientras en nombre de todos corresponderás a mi Voluntad, formarás en tí todo el alimento necesario para alimentar a todas las generaciones con el alimento de mi Voluntad…” (16°, 24-11-1923)

Luisa Piccarreta: origen y principio del verdadero Reino de la Divina Voluntad

“… Pero mi Querer y mi Amor no quieren estar solos en mis obras; quieren hacer otras imágenes semejantes a Mí, y habiendo salvado mi Humanidad la finalidad de la Creación, a causa de la ingratitud del hombre vi el fin de la Redención en peligro y casi inútil para muchos. Por tanto, para hacer que la Redención Me diera gloria completa y todos los derechos que se Me deben, tomé de la familia humana a otra creatura, que fue mi Madre, copia fiel de mi Vida, en quien mi Voluntad se conservaba íntegra, y puse en Ella todos los frutos de la Redención, de modo que puse a salvo el fin de la Creación y Redención; y mi Madre, aunque nadie se hubiera aprovechado de la Redención, Me habría dado Ella todo lo que las criaturas no Me hubiesen dado.

Ahora llego a tí. Yo era verdadero Dios y verdadero Hombre, mi Madre querida era inocente y santa y nuestro Amor nos llevó más lejos: queríamos otra criatura que, aun concebida como todos los demás hijos de los hombres, ocupase a mi lado el tercer puesto. No Mo acontentaba con que sólo mi Madre y Yo tuviéramos íntegra la Voluntad Divina; queríamos otros hijos que, en nombre de todos, viviendo en pleno acuerdo con nuestra Voluntad, Nos dieran gloria y amor divino por todos. Así que te llamé a tí desde la eternidad, cuando aún no existía nada acá abajo; y como soñaba con mi Mamá querida, deleitándome, acariciándola y derramando a torrentes sobre Ella todos los bienes de la Divinidad, así soñaba contigo, te acariciaba y los torrentes que llovían sobre mi Mamá te inundaban a tí, en la medida que podías contenerlos, te preparaban, te prevenían y, embelleciéndote, te daban la gracia de que mi Voluntad estuviera íntegra en tí y de que, no la tuya, sino la Mía animara hasta tus más pequeños actos. En cada acto tuyo corría mi Vida, mi Querer y todo mi Amor. ¡Qué contento! ¡Cuántas alegrías sentía! Por eso te digo que tú eres, después de mi Mamá, mi segundo apoyo. No Me apoyaba sobre tí, porque tú eres nada y no podía apoyarme, sino sobre mi Voluntad, que tú habías de contener. Mi Voluntad es Vida y el que la posee tiene la Vida y puede sostener al Autor de la Vida. Por tanto, así como establecí en Mí el fin de la Creación y en Mi Madre los frutos de la Redención, así en tí establecí la finalidad de la Gloria, como si en todos se hubiese conservado íntegro mi Querer, y aquella de quien ha de venir el grupo de las otras criaturas. No pasarán las generaciones, si no logro mi propósito”. (13°, 26- 11-1921)

Para que la Redención dé sus frutos, se debe conocer a María y lo que Dios ha hecho en Ella.

“… Ves, eso habría pasado en la Redención. Si mi Madre querida no hubiera querido hacer saber que era mi Madre, que Me había concebido en su seno virginal, que Me había alimentado con su leche, mi venida a la tierra, la Redención resultarían increíbles y nadie se sentiría movido a creer y a recibir los bienes que contiene la Redención, mientras que, con dar a conocer mi Madre quién era Ella, la exente de toda mancha, incluso original, un prodigio de la Gracia, y cómo Ella amó tiernamente como a hijos a todas las criaturas y por amor a ellas llegó a sacrificar la vida de su Hijo y Dios, la Redención tuvo mayor importancia, se hizo más accesible a la mente humana y formó el reino de la Redención con sus copiosos efectos. De modo que el inmiscuir a mi Madre en la obra de la Redención no fue sino dar mayor importancia al gran bien que vine a hacer en la tierra. Teniendo que ser Yo visible a todos, asumir humana carne, Me tenía que servir de una criatura de la raza humana, sublimándola sobre todos, para realizar mis altos designios. Ahora, si así fue para formar el reino de mi Redención sobre la tierra, así también, teniendo que formar el reino de mi Voluntad, es necesario que se conozca a otra criatura, en la que ha de tener origen y principio el verdadero reinar de mi Voluntad, quién sea ella, cuánto la he amado, cómo la he sacrificado por todos y por cada uno…, en una palabra, todo lo que mi Voluntad ha establecido y depositado en ella…” (16°, 4-12-1923)

María se conservó en su pequeñez, dando vida en Ella sólamente a la Voluntad Divina

María es como el Sol, siendo el orígen de todos los bienes. Ella es el Milagro de los milagros.

“… Y además está el ejemplo de mi Madre, verdadera santidad del vivir en mi Querer, con todo su interior eclipsado en el eterno sol de la Voluntad Suprema, y que, debiendo ser la Reina de la santidad de los santos, Madre y portadora de mi vida a todos y por tanto de todos los bienes, quedaba como escondida para todos, llevándoles el bien sin darse a conocer. Más que el sol silencioso llevaba la Luz sin hablar, el Fuego sin estrépito, el Bien sin llamar la atención. No había bien que de Ella no saliera; no había milagro que de Ella no brotara. Viviendo en mi Querer vivía escondida en todos y era y es origen de los bienes de todos. Estaba tan raptada en Dios, tan fija y ordenada en la Divina Voluntad, que todo su interior nadaba en el mar del Eterno Querer, estaba al corriente de todo el interior de todas las creaturas y ponía de lo suyo para reordenarlas ante Dios.

El interior del hombre tenía más necesidad que lo exterior de ser reparado, reordenado, y teniendo que hacer lo que es más, parecía dejar lo de menos, mientras Ella era el orígen del bien externo y del interno. Y no obstante, aparentemente no parecía que hiciese obras grandes y estrepitosas. Ella, más que el sol, pasaba inobservada y escondida en la nube de luz de la Divina Voluntad, tanto que los mismos Santos han dado de sí mismos haciendo aparentemente cosas más estrepitosas que mi misma Madre; y sin embargo, ¿qué cosa son los más grandes Santos en comparación con mi Madre Celestial? Son apenas estrellitas en comparación con el gran sol y, si se ven iluminadas, la causa es el sol. Pero aunque no hiciera cosas llamativas, no dejaba de aparecer majestuosa y bella, sobrevolando apenas la tierra, enteramente atenta a ese Querer Eterno que con tanto amor y fuerza fascinaba y raptaba para traerlo del Cielo a la tierra, y que con tanta brutalidad la familia humana había desterrado, relegándolo al Cielo. Y Ella, con su interior perfectamente ordenado en el Divino Querer, no le daba tiempo al tiempo. Si pensaba, si palpitaba, si respiraba, todo lo que hacía eran vínculos fascinantes con los que atraía al Verbo Eterno a la tierra; y de hecho venció e hizo el milagro más grande, que nadie más pudo hacer….” (16°, 20-8-1923)

María se conservó en su pequeñez, dando vida en Ella sólamente a la Voluntad Divina.

“Pequeña mía, la maldad no puede entrar en los verdaderos pequeños. ¿Sabes tú cuando empieza a entrar el mal, el crecimiento? Cuando empieza a entrar el propio querer. Cuando entra en la criatura, empieza a llenarse y a vivir de sí misma, y el Todo se va de la pequeñez de la criatura; y a ella le parece que su pequeñez se hace grande, pero es grandeza que hace llorar porque, no viviendo Dios del todo en ella, se separa de su Principio, deshonra su origen, pierde la luz, la belleza, la santidad, el frescor de su Creador. Le parece que crece a sus propios ojos e incluso a los ojos de los demás, pero ante Mí, ¡oh, cómo decrece! Tal vez se haga grande, pero nunca será mi pequeñita predilecta, que Yo, movido por amor a ella, para que se mantenga como la he creado, la lleno de Mí y la hago la más grande, y nadie podrá igualarla.

Eso es lo que hice con mi Madre Celestial. Entre todas las generaciones Ella es la más pequeña, porque en Ella nunca entró su querer como agente, sino siempre mi Querer Eterno, el cual no sólo la conservó pequeña, bella, fresca, como había salido de Nosotros, sino que la hizo la más grande entre todos. ¡Oh, qué bella era, pequeña por sí misma, pero grande, superior a todos por obra nuestra! Sólo por su pequeñez fue elevada a la altura de Madre de Aquel que la creó. Por tanto, como ves, todo el bien del hombre está en hacer mi Voluntad, mientras que todo el mal está en hacer la suya. Por eso, para venir a redimir al hombre escogí a mi Madre, por ser pequeña, y Me serví de Ella como de un canal para hacer bajar sobre el género humano todos los bienes y los frutos de la Redención.

Ahora, para hacer que mi Querer sea conocido, para abrir el Cielo haciendo que mi Querer descienda a la tierra y en ella reine como en el Cielo, tenía que elegir a otra pequeña entre todas las generaciones. Siendo la obra que quiero hacer la más grande, reintegrar el hombre a su principio, del que salió, abrirle ese Querer Divino que rechazó, abrirle los brazos para recibirle de nuevo en el seno de mi Voluntad, mi infinita Sabiduría llama de la nada a la más pequeña. Era justo que fuese pequeña: si puse a una pequeña a la cabeza de la Redención, debía poner a otra pequeña a la cabeza del «Fiat Voluntas tua, así en la tierra como en el Cielo». Entre dos pequeñas tenía que encerrar la finalidad de la creación del hombre y realizar mis planes sobre él: por medio de una tenía que redimirlo, lavarlo con mi sangre de sus deformidades, darle el perdón; por medio de la otra tenía que hacerle volver a su principio, a su origen, a su nobleza perdida, a los vínculos con mi Voluntad que él había roto, admitirlo de nuevo a la sonrisa de mi Eterna Voluntad, a que se besaran su voluntad y la Mía y que una viviera en la otra. Era sólo eso el fin de la creación del hombre, y a lo que Yo he establecido nadie podrá oponerse. Pasarán siglos y siglos; como en la Redención, así también en ésto, pero el hombre volverá a mis brazos, como fue creado por Mí (…)

Y además, la vida de mi Voluntad ya ha existido sobre la tierra, no es del todo nueva, si bien estuvo como de paso. Estuvo en mi inseparable y querida Madre. Si la vida de mi Voluntad no hubiera estado en Ella, Yo, Verbo Eterno, no habría podido bajar del Cielo; Me habría faltado el camino por el que bajar, la habitación en la que entrar, la humanidad para cubrir mi Divinidad, el alimento para nutrirme; Me habría faltado todo, porque todas las demás cosas no son aptas para Mí. Por el contrario, encontrando mi Voluntad en mi Madre querida, Yo hallaba mi mismo Cielo, mis alegrías, mis contentos. En todo caso, cambié de residencia, del Cielo a la tierra, pero por lo demás no cambié nada; lo que tenía en el Cielo, gracias a mi Voluntad que Ella poseía, lo encontraba en la tierra, y por eso con todo mi amor bajé a tomar en Ella mi humana carne….” (16°, 10-11-1923)

Peregrinación espiritual a Jesús Sacramentado

Jesús dice a Luisa: “Por último, en cuanto a las visitas que me harás y a los actos de reparación, he de decirte que Yo, en el Sacramento de mi Amor que he instituido por tí, sigo haciendo y sufriendo todo lo que hice y sufrí en el curso de treinta y tres años de vida mortal. Deseo nacer en el corazón de todos los mortales y por eso obedezco desde el Cielo a quien me llama a inmolarme sobre el altar; me humillo esperando, llamando, instruyendo, iluminando, y el que quiere puede alimentarse de Mí Sacramentado; a uno le doy consuelo, a otro fortaleza, y pido por tanto al Padre que lo perdone; estoy para enriquecer a unos, para unir conmigo a otros, velo por todos; defiendo a quien quiere que Yo lo defienda; divinizo a quien quiere que Yo lo divinice; acompaño a quien quiere ser acompañado; lloro por los incautos y por los delincuentes; me hago adorante perpetuamente para reintegrar la armonía universal y cumplir el supremo decreto divino, que es la glorificación absoluta del Padre, en el perfecto homenaje que El pide, pero que no recibe de todas las criaturas, por lo cual me he sacramentado…

Por eso quiero que tú, en respuesta a este infinito Amor mío hacia el género humano, me hagas cada día treinta y tres visitas, en honor de los años de mi Humanidad transcurridos por vosotros y entre todos vosotros, hijos míos, regenerados en mi preciosísima Sangre, y que, juntos, tú te unas conmigo en este Sacramento, con el fin de hacer siempre mis intenciones de expiación, de reparación, de inmolación y de adoración perpetua. Esas treinta y tres visitas las harás siempre, en todo tiempo, cada día y en cualquier lugar en que pudieras estar, ya que Yo las aceptaré como si las hicieras en mi Presencia sacramental…

Tu primer pensamiento, por la mañana, debes hacerlo volar a Mí, Prisionero de amor, para darme tu primer saludo de amor por Mí y la primera visita confidencial en la que nos preguntaremos mútuamente cómo hemos pasado la noche y nos animaremos recíprocamente. Y así, tu último pensamiento y tu último afecto de la tarde será que tú vengas de nuevo a Mí, para que te dé la bendición y te haga descansar en Mí, conmigo y por Mí; y tú Me darás el último beso de amor, con la promesa de unirte conmigo Sacramentado. Las otras visitas Me las harás como mejor se te presente la ocasión favorable a concentrarte toda en mi Amor”. (1° Volumen).

(No sabemos si Luisa escribió treinta y tres visitas a Jesús como El le había pedido, porque este texto no es del volumen original de Luisa, sino de una versión copiada y evidentemente retocada por alguien; nosotros conocemos sólo las trece siguientes)

PRIMERA VISITA

Oh Prisionero de amor, te amo, me arrepiento de mis faltas y te adoro en todas las iglesias del mundo, en que estás solo y despreciado. Ah, haz que mi corazón sea lámpara encendida, que arda siempre en tu presencia cada día, a cada hora, en todo instante y por toda la eternidad.

Eterno Padre, te doy las gracias por las gracias concedidas a María, por haberla hecho tu Hija Primogénita. Eterno Hijo, te doy las gracias por las gracias concedidas a María, por haberla hecho tu Madre siempre Virgen. Eterno Espíritu Santo, te doy las gracias por los abismos de gracia con que colmaste a María, por haberla hecho tu Inmaculada Esposa. Santísima Trinidad, tened piedad de mí.

Angel mío de la guarda, protégeme. San José, asísteme. San Miguel Arcángel, defiéndeme. Arcángel San Rafael, acompáñame.

SEGUNDA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí cansado y oprimido por tantos sacrilegios que se cometen en la celebración del Sacrificio divino, especialmente cuando se te obliga a descender a tantos corazones sacrílegos… Oh Jesús, tantos actos de reparación quiero ofrecerte por tantas Misas profanadas, por cuantos pasos, por cuantos movimientos, palabras y obras Tú mismo hiciste en tu vida mortal. Virgen desolada, beso tus pies; dirige todas mis palabras y todos mis pasos.

TERCERA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí, y yo Te adoro y tantos actos de adoración quiero hacerte, cuantas son las estrellas que hay en el cielo, cuantos átomos existen, cuantos pájaros vuelan por el aire. Virgen Inmaculada, beso tus pies; líbrame de las insidias del demonio y endereza todos los pasos de las criaturas a Jesús.

CUARTA VISITA:

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí abandonado y solo, y yo he venido a hacerte compañía, y mientras te hago compañía quiero amarte por quien te ofende, alabarte por quien te desprecia, dartes las gracias por quien, concediendole tus gracias, no te rinde el homenaje del agradecimiento, consolarte por quien te aflije, repararte por cualquier ofensa; en una palabra, quiero hacer todo lo que tienen obligación de hacerte las criaturas por haberte quedado en el Stmo. Sacramento. Y quiero repetirlo tantas veces cuantas son las gotas de agua, cuantos son los peces, los granos de arena que hay en el mar. Oh Virgen del S. Rosario, te beso la mano; házme obrar siempre para la mayor gloria de Dios y con tus manos maternas lleva todas las criaturas a Jesús Sacramentado.

QUINTA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí pobre y mortificado y los mundanos tienen abundantes riquezas y placeres, y a Tí, que tanto los has beneficiado, se atreven a negarte una gota de aceite, un poco de cera, y lo peor es que van a tu presencia con vanidad de ropas y adornos, como si ellos fueran los amos y Tú el siervo. Para reparar tanta pobreza te ofrezco las riquezas del Paraíso, y para repararte tanta mortificación te ofrezco el gusto que sientes en el corazón de los justos que corresponden a tu Gracia. Y tantas veces quiero repetir estos actos, por cuantas veces se mueven los ángeles, los hombres y los demonios. Reina de los redimidos, ofrezco a tu rostro todos los besos de Jesús: enamórame de tu belleza y enamora a todas las criaturas de la belleza de Jesús.


“Señor, enséñanos a orar”

Escuela de oración en la Divina Voluntad

Oraciones de la Sierva di Dio 

LUISA  PICCARRETA

“la Pequeña Hija de la Divina Voluntad” para una guía práctica de oración y una pequeña “escuela de oración” a la luz de sus escritos.

preparado por el P. Pablo Martín (2005)

 

Las oraciones más potentes ante el Corazón de Jesús

La oración divina de quien vive en el Querer Divino.

“Hija mía, la oración es música a mis oídos, especialmente cuando un alma se ha uniformado a mi Voluntad, de tal modo que en todo su interior no se ve más un continuo acto de vida de Voluntad Divina. Esa alma es como si fuera otro Dios que saliera y que me tocara esa música. ¡Oh, qué agradable! Hallando quien me corresponde a la par, puede darme honores divinos. Sólo quien vive en mi Querer puede llegar a tanto, porque todas las demás almas, aunque hicieran y rezaran mucho, harían siempre cosas y oraciones humanas, no divinas; por tanto, no tienen esa fuerza y ese atractivo a mi oído”. (Vol. 6°, 6.1.1906).

Eficacia de la oración.

Encontrándome en mi habitual estado, por breve tiempo he visto el bendito y le pedía por mí y por otras personas; pero con cierta dificultad, fuera de mi costumbre, como si no hubiera podido obtener tanto como si huniera pedido sólo por mí. Y el buen Jesús me ha dicho: “Hija mía, la oración es un punto solo y, siendo un punto, puede agarrar al mismo tiempo los demás puntos; así que tanto puede obtener si pide sólo para sí, como si pide por los demás: una es su eficacia”. (Vol. 7°, 30.5.1907).

Reparaciones completas, acción de gracias y amor en nombre.de todos y en cada cosa, cuando se entra en el Divino Querer .

Continuando mi habitual estado, mi siempre amable Jesús ha venido y me ha transformado toda en El, y luego me ha dicho: “Hija mía, derrámate en mi Querer para darme reparaciones completas. Mi Amor siente una necesidad irresistible; ante tantas ofensas de las criaturas quiere por lo menos una que, interponiéndose entre ellas y Yo, me dé reparaciones completas y amor por todos, y que obtenga de Mí gracias para todos. Y eso lo puedes hacer sólo en mi Querer, en el cual me hallarás a Mí y a todas las criaturas. ¡Oh, con qué deseos estoy esperando que entres en mi Querer, para poder hallar en tí las complacencias y las reparaciones de todos! Sólo en mi Querer encontrarás todas las cosas en acto, porque Yo soy motor, actor y espectador de todo”.

Entonces, mientras decía eso, me he derramado en su Querer, ¿pero quién puede decir lo que veía? Me hallaba en contacto con cada pensamiento de las criaturas, cuya vida venía de Dios; en contacto con cada pensamiento, y yo, en su Querer, me multiplicaba en cada uno y con la Santidad de su Querer reparaba todo, decía “gracias” por todos y daba amor por todos; y así me multiplicaba en las miradas, en las palabras y en todo lo demás… ¿Pero quién puede decir cómo sucedía? Me faltan las palabras, y tal vez balbucearían las mismas lenguas de los ángeles; por eso hago punto. Así que he pasado toda la noche con Jesús en su Querer.

Después he visto a mi lado a la Reina y Mamá, y me ha dicho: “Hija mía, reza”.

Y yo: “Mamá mía, recemos juntas, porque yo sola no sé rezar”.

Y Ella ha añadido: “Las oraciones más potentes ante el Corazón de mi Hijo y que más Lo enternecen son vestirse la criatura con todo lo que El mismo hizo y sufrió, habiendo dado todo a la criatura. Por tanto, hija mía, ciñe tu cabeza con las espinas de Jesús, pon sus lágrimas en tus ojos, impregna tu lengua con su amargura, viste tu alma con su Sangre, adórnate con sus llagas, traspasa tus manos y tus pies con sus clavos y como otro Cristo preséntate ante su Divina Majestad. Ese espectáculo Lo conmoverá tanto que no sabrá negar nada al alma vestida con sus mismos distintivos. Pero, ¡oh, qué poco saben servirse las criaturas de los dones que mi Hijo les ha dado! Esas eran mis plegarias en la tierra y lo siguen siendo en el Cielo”.

Así pues, juntas nos hemos vestido con los distintivos de Jesús y juntas nos hemos presentado ante el Trono Divino, cosa que conmovía a todos; los Angeles nos abrían camino y quedaban como sorprendidos… Yo le he dado las gracias a la Mamá y me he hallado en mí misma. (Vol. 11°, 15.6.1916).

Oración con Jesús en la Divina Voluntad.

“Hija mía, oremos juntos. Hay ciertos tiempos tristes en que mi Justicia, no pudiendo contenerse por los males de las criaturas, quisiera inundar la tierra con nuevos flagelos y por eso es necesaria la oración en mi Voluntad, que, extendiéndose sobre todos, se pone como defensa de las criaturas y con su potencia impide que mi Justicia se acerque a las criaturas para golpearlas”.

¡Qué hermoso y conmovedor era oir rezar a Jesús! Y como Lo estaba acompañando en el doloroso misterio de la Flagelación, se dejaba ver chorreando sangre, y oía que decía… (Vol. 17°, 1.7.1924).

Jesús y María adquirieron en sus privaciones todos los bienes para poder darlos a todos

Jesús y María adquirieron en sus privaciones todos los bienes para poder darlos a todos.

“… Ah, hija mía, para tomar plena posesión de mi Voluntad tienes que reunir en tí todos los estados de ánimo de todas las criaturas, y al pasar por un estado de ánimo, así adquieres su dominio. Eso ocurrió en mi Madre y en mi misma Humanidad. ¿Cuántas penas, cuántos estados de ánimo había en Nosotros? Mi Madre querida tantas veces permanecía en el estado de pura fe, y mi gimiente Humanidad quedaba como aplastada bajo el peso enorme de todos los pecados y las penas de todas las criaturas; pero mientras sufría Me quedaba con el dominio de todos los bienes opuestos a aquellos pecados y penas de las criaturas, y mi Madre querida quedaba como Reina de la fe, de la esperanza y del amor, dominadora de la luz, para poder dar fe, esperanza, amor y luz a todos. Para dar hacer falta poseer y para poseer es necesario reunir en sí esas penas, y con la resignación y con el amor convertir las penas en bienes, las tinieblas en luz, las frialdades en fuego.

Mi Voluntad es plenitud y quien ha de vivir en Ella debe entrar con el dominio de todos los bienes posibles e imaginables, en la medida de lo posible a una criatura. ¿Cuántos bienes puedo acaso dar a todos y cuántos puede dar mi inseparable Mamá por haber sufrido todo? (Y si no damos más es porque no hay quien los tome). Y mientras estábamos en la tierra nuestra morada estaba en la plenitud de la Divina Voluntad…” (15°, 23-5-1923)

María, criatura única, en quien estan todos los bienes de la Redención, fue siempre custodiada.

“Hija mía, cuanto más grande es la obra que quiero hacer, tanto más necesario es que sea única y singular la criatura que elijo. La obra de la Redención era la más grande y elegí para ella una sola criatura, dotándola de todos los dones, jamás concedidos a nadie, para hacer que poseyera tanta Gracia que pudiese hacerme de Madre y que Yo pudiera depositar en Ella todos los bienes de la Redención; y para custodiar mis mismos dones, desde que fue concebida hasta que Me concibió, la tuve eclipsada en la Luz de la Stma. Trinidad, la Cual la custodiaba y tenía el cuidado de dirigirla en todo. Cuando después Yo quedé concebido en su seno virginal, siendo Yo la verdadera cabeza y el primero de todos los Sacerdotes, asumí Yo el cuidado de custodiarla y dirigirla en todo, hasta en el movimiento de su palpitar; y al morir Yo la encomendé a otro Sacerdote, que fue San Juan. Un alma tan privilegiada, que contenía todas las gracias, única en la Mente Divina, única en la historia, no quise dejarla hasta su último respiro sin la asistencia de un representante mío. ¿Acaso he hecho eso con otras almas? No, porque no poseyendo tantos bienes, dones y gracias, no hacía falta tanto cuidado y asistencia…” (15°, 11-7-1923)

En María estan depositados todos los bienes y la misma Vida divina, para darse a todos.

“Hija mía, así hice en la Encarnación: primero puse en mi Mamá querida todos los bienes que convenían para poder bajar del Cielo a la tierra, y luego Me encarné e hice el depósito de mi misma vida. De mi Mamá salió este depósito como vida di todos. Así será de mi Voluntad…” (16°, 27-7-1923)

El dolor de nuestra Madre por lo que sufren sus hijos

Por qué llora nuestra Madre.

…Había visto llorar a mi Madre Celestial, y habiéndole preguntado: “Mamá, ¿por qué lloras?”, me ha dicho: “Hija mía, ¿cómo no debo llorar, si el fuego de la Justicia divina quisiera destruir todo? El fuego de las culpas devora todo el bien de las almas y el fuego de la Justicia quiere destruir todo lo que pertenece a las criaturas; y al ver que el fuego corre, lloro. Por eso, reza, reza”. (12°, 18-9-1917)

El dolor de nuestra Madre por lo que sufren sus hijos.

… Luego, por la noche, han vuelto Jesús y la Reina y Madre, llamándome por mi nombre, como queriendo que pusiera atención. ¡Qué bello era ver cómo hablaban juntos la Madre y Jesús! Mi Mamá Celestial decía: “Hijo mío, ¿qué haces? Es demasiado lo que quieres hacer. Tengo mis derechos de madre y Me duele que mis hijos tengan que sufrir tanto. Quieres abrir el cielo para hacer llover castigos, destruyendo las criaturas y los alimentos que les sirven de comida, y quieres inundarlas de enfermedades contagiosas: ¿qué harán? Tú dices que amas a esta hija mía: ¿cuánto sufrirá si haces eso? Para no amargarla no lo harás”.

Y tiraba de El hacia mí, pero Jesús respondía decidido: “No puedo; muchos males los evito por ella, pero todos no. Mamá mía, dejemos que pase el huracán de los males, para que se rindan”. Y seguían dicendo entre ellos tantas otras cosas, pero yo no entendía todo. Me he quedado asustada, pero espero que Jesús se aplaque. (12°, 28-5-1918)

La aflicción de María.

“Por ahora no te ocupes de Mí, sino ocúpate, por favor, de mi Mamá; consuélala, que está muy afligida por los castigos más fuertes que estoy a punto de derramar sobre la tierra”. (4°, 30-9-1900)

María estaba al corriente de todas las penas secretas de la vida de Jesús.

“… Mi Madre fue espectadora de todas las penas de mi vida oculta, y era necesario. Si Yo había venido del Cielo a la tierra para padecer, no por Mí, sino por el bien de los demás, tenía que tener por lo menos una criatura en quien tenía que apoyar el bien que contenían mis penas y por tanto mover a mi Madre querida a darme las gracias, a alabarme, a bendecirme, a amarme y a hacerle admirar el exceso de mi bondad. Tanto que Ella, tocada, conmovida, arrebatada al ver mis penas, Me pedía que en vista del gran bien que mis penas le causaban, no la privase de identificarla con mis mismas penas para sufrirlas, para corresponderme por ellas y ser mi perfecta imitadora. Si mi Madre no hubiera visto nada, no habría tenido Yo mi primera imitadora, ningún «gracias», ninguna alabanza. Mis penas, el bien que contenían, no habrían producido efecto, porque al no conocerlas nadie no habría podido Yo tener mi primer apoyo; y así la finalidad del gran bien que la criatura tenía que recibir, se habría perdido. ¿Ves cómo era necesario que una sola por lo menos supiera todas mis penas?…” (14°, 13-10-1922)

Frutos de los actos que Jesús y María hicieron juntos en el Querer Divino, en favor nuestro.

“Quise que mi Madre, también Santa, Me siguiera en el mar inmenso del Querer Supremo y que junto conmigo duplicara todos los actos humanos, poniendo, después del mío, el doble sello de los actos hechos en mi Voluntad, sobre todos los actos de las criaturas. ¡Qué dulce era para Mí la compañía de mi inseparable Madre en mi Voluntad! La compañía en el obrar hace surgir la felicidad, la complacencia, el amor de ternura, la alegría, el acuerdo, el heroísmo; mientras que el aislamiento produce lo contrario. Entonces, al obrar juntos mi Madre querida y Yo, surgían mares de felicidad, de complacencia en ambos, mares de amor, que, a porfía, se arrojaban el uno al otro y que producían gran heroísmo. Y estos mares no surgían sólo para Nosotros, sino también para quien Nos hubiera hecho compañía en nuestra Voluntad. Más aún, estos mares (podría decirse) se convertían en tantas voces que llamaban al hombre para que viniera a vivir en nuestro Querer, para devolverle la felicidad, su naturaleza primordial y todos los bienes que había perdido al sustraerse a nuestra Voluntad…” (14°, 11- 11-1922)

Una sola Voluntad animaba a Jesús y a María: sus vidas eran una sola

María pudo concebir a Jesús y darle la Vida porque Ella tenía la Voluntad Divina.

“Hija mía, mi Querer contiene todo y quien lo posee puede darme todo. Mi Voluntad fue todo para Mí: Me concibió, Me formó, Me hizo crecer y Me hizo nacer. Si mi Mamá contribuyó dándome la sangre, pudo hacerlo porque mi Voluntad, absorbida por Ella, la contenía. Si no hubiese tenido mi Querer, no habría podido contribuir a formar mi Humanidad, de manera que mi Voluntad directa y mi Voluntad absorbida en mi Madre Me dieron la Vida. Lo humano no tenía poder sobre Mí para darme nada, sino sólo el Querer Divino con su aliento Me alimentó y Me dio a luz.

¿Pero crees tú que fue el frío del aire lo que Me entumeció? ¡Ah, no! Fue el frío de los corazones el que Me heló, y la ingratitud, que Me hizo llorar amargamente apenas nací. Mi Madre querida Me enjugó el llanto, aunque también Ella lloró. Nuestras lágrimas se mezclaron, y dándonos los primeros besos Nos desahogamos en amor. Pero nuestra vida tenía que ser el dolor y el llanto, y Me hice poner en el pesebre para volver a llorar, llamando a mis hijos con mis sollozos y mis lágrimas. Quería conmoverlos con mis lágrimas y mis gemidos para que Me escucharan.

¿Pero sabes tú quién fue la primera, después de mi Mamá, que llamé con mis lágrimas a mi lado, en el mismo pesebre, para desahogar mi amor? Fuiste tú, la pequeña Hija de mi Querer. Tú eras tan pequeña, que pude tenerte junto a Mí en el mismo pesebre y pude derramar mis lágrimas en tu corazón. Esas lágrimas sellaron mi Querer en tí y te constituyeron hija legítima de mi Voluntad. Mi Corazón se alegró, al ver que en tí regresaba, íntegro en mi Voluntad, todo lo que había realizado mi Querer en la Creación …” (13°, 25-12-1921)

Las vidas de Jesús y de María eran una sola: eso la distinguía a los ojos de Jesús.

“… Tampoco mi Madre querida hacía nada de extraordinario en su vida exterior, al contrario, hizo aparentemente menos que cualquiera. Ella se abajaba a las acciones más comunes de la vida, hilaba, cosía, barría, encendía el fuego… ¿Quién habría pensado que Ella era la Madre de un Dios? Sus acciones externas nada de eso hacían pensar. Y cuando Me llevaba en sus entrañas, conteniendo en Ella al Verbo Eterno, cada movimento suyo, cada acción humana obtenía la adoración de todo lo creado. De Ella salía la vida y la conservación de todas las criaturas; el sol dependía de Ella y esperaba la conservación de su luz y de su calor; la tierra, el desarrollo de la vida de las plantas… Todo giraba en torno a Ella, cielos y tierra dependían de sus deseos; y sin embargo, ¿quién veía nada? Nadie.

Toda su grandeza, poder y santidad, los mares inmensos de bienes que salía de Ella, de su interior, cada latido, cada respiro, cada pensamiento, cada palabra, desembocaban en su Creador. Entre Dios y Ella eran continuas las corrientes que recibía y que daba. Nada salía de Ella que no hiriera a su Creador y con lo que no quedase herida por El. Estas corrientes la engrandecían, la elevaban, le hacían superar todo, pero nadie veía nada. Sólo Yo, su Hijo y Dios, estaba al corriente de todo. Entre mi Madre y Yo corría una corriente tal, que su palpitar corría en el mío y el mío corría en el suyo, por lo cual Ella vivía gracias a mi palpitar eterno y Yo gracias a su palpitar materno; nuestras vidas se confundían juntas, y era eso precisamente lo que Me hacía distinguir que era mi Madre.

Las acciones externas no Me satisfacen ni Me agradan, si no parten de un interior del que Yo sea la vida. Por eso, ¿de qué te extrañas, que tu vida exterior sea en todo ordinaria? Yo suelo cubrir mis obras más grandes con las cosas más comunes, para que nadie se fije en ellas y Yo pueda hacerlas más libremente, y cuando he terminado doy una sorpresa y las manifiesto a todos, dejándolos asombrados…” (14°, 16-3-1922)

Una sola Voluntad anima a Jesús y a María, y por eso nada hizo Jesús en que Ella no participara.

“… Todo eso es necesario a la santidad del vivir en mi Querer, engendrar semejanza entre el alma y Yo. Es lo que hice con mi Madre. No toleré ni siquiera una pequeña pena, ni un acto o bien alguno que hice en el que Ella no tomara parte. Una era la Voluntad que Nos animaba, y por tanto, cuando Yo sufría las penas, las muertes, o bien cuando obraba, Ella moría, sufría, obraba junto conmigo. En su alma tenía que ser mi copia fiel, de modo que, mirándome en Ella, Yo tenía que hallar a otro Mí mismo.

Ahora, lo que hice con mi Madre quiero hacerlo contigo. Después de Ella te pongo a tí. Quiero que la Stma. Trinidad sea copiada en la tierra: mi Mamá, tú y Yo; es necesario que por medio de una criatura mi Querer tenga vida operativa en la tierra. ¿Y cómo puede tener esa vida operativa, si no doy lo que mi Querer contiene y lo que hizo sufrir a mi Humanidad? Mi Querer tuvo verdadera vida operativa en Mí y en mi inseparable Mamá; ahora quiero que la tenga en tí. Una criatura Me es absolutamente necesaria, así ha decidido mi Querer; las demás dependerán de ésto…” (14°, 20-7-1922)

El amor de María supera el de todas las criaturas juntas

El “te amo” infinito entre Jesús y María.

Estaba meditando cuando la Mamá Reina daba el pecho al niño Jesús. Decía para mí: “¿Qué pasaría en ese acto entre la Stma. Madre y el pequeño Jesús?” En ese momento sentí que se movía en mi interior y que me decía: “Hija mía, cuando mamaba la leche al pecho de mi dulcísima Madre, juntamente con la leche mamaba el amor de su corazón, y era más amor que leche lo que mamaba; y sintiendo que en el acto de mamar me decía: «Te amo, te amo, oh Hijo», Yo le repetía a Ella: «Te amo, te amo, oh Mamá». Y no estaba solo en ésto; diciéndole “te amo”, el Padre y el Espíritu Santo, la Creación entera, los Angeles, los Santos, las estrellas, el sol, las gotas de agua, las plantas, las flores, los granitos de arena, todas las cosas corrían junto con mi “te amo” y repetían: «Te amamos, te amamos, oh Madre de nuestro Dios, en el amor de nuestro Creador».

Mi Madre veía todo eso, quedaba inundada de ese amor, no encontraba siquiera un pequeño espacio en que no sintiera que Yo la amaba; su amor se quedaba atrás y casi solo, y repetía: «Te amo, te amo», pero nunca podía igualarme, porque el amor de la criatura tiene sus límites, su tiempo, mientras que mi Amor es increado, interminable, eterno. Y eso le pasa a cada alma, cuando me dice “Te amo”, Yo también le repito “te amo”, y conmigo toda la Creación la está amando en mi amor. Oh, si las criaturas comprendieran cual bien, qué honor obtienen, aun con sólo decirme “Te amo”, bastaría eso sólo, que a su lado Dios les daría el honor de responderles: Yo también te amo.” (8°, 27-12-1908)

Jesús y María forman una sola cosa, un solo eslabón: María tiene el primado en el Amor.

Estaba diciéndole a mi dulce Jesús: “¿Será posible que yo sea el segundo eslabón de unión con tu Humanidad? Hay almas para Tí tan amadas, que yo no merezco estar bajo sus pies; y luego está tu inseparable Mamá, que ocupa el primer puesto en todo y sobre todos. Me parece, dulce Amor mío, que quieres bromear conmigo, y sin embargo me obliga la obediencia, con la más cruda amargura de mi alma, a poner eso por escrito. ¡Jesús mío, ten piedad de mi duro martirio!”

Mientras decía eso, mi dulce Jesús, acariciándome, me ha dicho: “Hija mía, ¿por qué te angustias? ¿No tengo tal vez por costumbre elegir de entre el polvo para hacer grandes portentos, prodigios de gracia? Todo el honor es mío, y cuanto más débil e ínfimo es quien Yo elijo, más quedo glorificado. Y luego, mi Mamá no está en la parte secundaria de mi Amor, de mi Querer, sino que forma un solo eslabón conmigo. También es cierto que tengo almas queridísimas, pero eso no quita que Yo pueda elegir a una más bien que a otra para una altura de oficio, y no sólo de oficio, sino para una altura de saltidad tal, como conviene al vivir en mi Querer…” (12°, 9-2-1919)

El amor de María supera el de todas las criaturas juntas, pues hizo encarnarse al Verbo en Ella.

“Hija mía, mi Mamá, con su amor, con sus plegarias y con su anonadamiento Me llamó, haciendo que viniera del Cielo a la tierra, a encarnarme en su seno. Tú, con tu amor y con perderte siempre en mi Querer, llamarás a mi Voluntad a que haga vida en tí sobre la tierra y luego Me darás vida en las demás criaturas. Sin embargo, has de saber que, habiéndome llamado mi Mamá del Cielo a la tierra, a su seno, hizo un acto único, que nunca más se repetirá, y Yo la enriquecí de todas las gracias, la doté de tanto amor que supera el amor de

todas las demás criaturas juntas, la hice ser la primera en los privilegios, en la gloria, en todo. Podría decir que el Eterno se redujo a un solo punto y se derramó enteramente en Ella a torrentes, a mares inmensos, tanto que todos quedan por debajo de Ella.

Tú, al llamar a mi Voluntad a que venga a tí, haces también un acto único; así que, per decoro de mi Voluntad que debe residir en tí, tengo que derramar en tí tanta gracia, tanto amor, que te haga superar todas las criaturas. Y como mi Voluntad tiene la supremacía sobre todo y es eterna, inmensa, infinita, a la creatura en que ha de tener principio y cumplimiento la vida de mi Voluntad, tengo que comunicársela, dotarla, enriquecerla con las mismas cualidades de mi Voluntad, dándole la supremacía sobre todo. Mi Eterno Querer tomará el pasado, el presente y el futuro, los reducirá a un solo punto y lo derramará en tí. Mi Voluntad es eterna y quiere tener vida donde halla lo eterno, es inmensa y quiere vida en la inmensidad, es infinita y quiere hallar la infinitud: ¿cómo puedo encontrar todo eso, si antes no lo pongo en tí?” (12°, 8-3-1921)

Prerogativas únicas de María, para poder encarnarse en Ella el Verbo.

“… Mi Voluntad nunca habría podido bajar de una forma singular y fuera de lo común a un alma, si ésta no tuviese sus prerrogativas únicas; como tampoco hubiera podido bajar Yo, Verbo Eterno, a mi Madre querida, si no hubiera tenido sus prerogativas singulares y el Soplo divino no hubiese soplado en Ella como para una nueva Creación, haciéndola admirable entre todos y superior a todas las cosas creadas…” (13°, 27-10-1921)

Preparación a la Comunión con la Reina del Cielo

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Madre Celestial, vengo a tus rodillas maternas para pedirte ayuda y piedad. Oye, Mamá dulcísima, esta mañana quiero ir a recibir a Jesús en la Eucaristía, pero me veo tan indigna, tan llena de miserias y de frialdad, que me siento temblar. Mi pequeña alma está herida por tantas culpas; densas tinieblas me rodean; ¿cómo voy a poder ir a Jesús? ¡Oh, cuando venga a mí quedará horrorizado al ver mis tantos pecados! Y si su Amor, a pesar de todo, Lo obliga a tomar posesión de mi pobre corazón, El no será felíz, ni hallará en mí sus gozos divinos, porque no se sentirá recompensado de la larga espera de toda la noche, durante la cual ha suspirado el instante en que poder unirse con su mísera criatura.

Madre amada, ¿quién podrá prepararme a hacer un acto tan santo, tan grande, como es recibir a Jesús, mi Amor? ¿A quién podré encomendarme, si no a Tí que tanto me amas y tanto deseas que mi Soberano Jesús no encuentre amarguras, sino delicias, descendiendo a mi corazón? Por eso me entrego a tu amor materno. Mírame, Madre mía, y ten compasión de mí. Prepárame Tú misma a recibir a Jesús: antes de que El descienda a mí, visita a mi alma, tómala entre tus manos, sana las heridas de mis culpas al contacto con tus dedos maternos, extiende el Cielo del Querer Divino en mí y con tu mirada refulgente de luz pon en fuga las tinieblas. No me digas, Mamá, que pido demasiado; se trata de recibir a Jesús lo menos indignamente posible, que sea de su agrado, y sobretodo, que no se añadan otras amarguras a las que ya por desgracia sufre.

Por tanto baja, te ruego, tus manos maternas hasta el fondo de mis miserias y de mi extrema frialdad, extirpa esos males y en su lugar imprime el orden de tus santas virtudes, de tu ardiente amor. Tú que eres la depositaria de la Vida de mi Sumo Bien Jesús, pon en mi corazón los méritos suyos y tuyos, sus penas y tus dolores, es decir, todo lo que os pertenece; así El, cuando baje a mí, encontrando el cortejo de tus obras y las suyas, tendrá una alegría más grande. Sintiendose felíz, se quedará para siempre en mí y yo nunca más me quedaré privada de El.

Mamá santa, apresúrate a prepararme y llévame en tus brazos. Yo no sé ir sin Tí; por eso, acompáñame enseguida, porque Jesús ya me espera y me llama… ¡Jesús, aquí me tienes, aquí estoy con la Mamá tuya y mía; ven, ven!

Acción de gracias después de la Comunión

  • Jesús, te doy tu Amor, para confortarte en tus amarguras.
  • Te doy tu Corazón, para confortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias, ingratitudes y poco amor de tus criaturas.
  • Te doy tus armonías, para consolar tus oídos de los gritos ensordecedores de las blasfemias.
  • Te doy tu belleza, para consolarte de las fealdades de nuestras almas cuando nos enfangamos en la culpa.
  • Te doy tu pureza, para consolarte de las faltas de recta intención y del fango y podredumbre que ves en tantas almas.
  • Te doy tu inmensidad, para consolarte de las voluntarias estrecheces en que se meten las almas.
  • Te doy tu ardor, para quemar todos los pecados y todos los corazones, para que todos te amen y ninguno vuelva a ofenderte.
  • Te doy todo lo que eres Tú, para darte satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito.