Maria
La Divina Voluntad como fuente de nuestra vida: cómo se recibe el Don de la Divina Voluntad
Jesús, mediante el don de su Voluntad a la criatura, forma en ella una vida Suya y una forma de presencia Suya real, de tal modo que esta criatura Le sirve de Humanidad. Lo cual, desde luego, no es mediante una especie de “unión hipostática” (dos naturalezas y una sola persona), sino por unión de dos voluntades, la humana y la Divina, unidas en un solo Querer, que, lógicamente, no puede ser sino el Divino.
Si queremos que la Voluntad Divina sea en nosotros la fuente de la vida,
– 1°, debemos saber suficientemente qué es lo que queremos, qué cosa es;
– y 2°, debemos quitar el obstáculo, que es nuestro propio querer humano.
Es como dijo San Juan Bautista: “hace falta que El crezca y yo disminuya”. Sólo a medida que “morimos” a nuestro querer humano, podemos llamar a cada momento a que “viva”, a que “resucite” en nosotros el Querer Divino.
Acoger este Don no es una fórmula mágica, una oración que decir, sino que –repetimos– hace falta saber de qué se trata, es necesario quererlo y es necesario quitar el único obstáculo: dar vida a nuestra voluntad –hacer lo que queremos– cuando no va de acuerdo con la Voluntad de Dios.
Todo lo que Dios nos da es gratis (el aire, el sol, el respirar, la vista, etc.), pero lo único que tiene precio es el Don de su Voluntad: el precio es la nuestra.
Si vivimos en Grazia de Dios y deseamos este Don supremo, que Dios desea darnos más que nosotros –y la señal segura es que antes nos hace llegar la noticia–, es seguro de que El nos lo da…
Pero no basta que Dios nos lo dé, hace falta que nosotros lo recibamos.
No es posible estar a la vez vivos y muertos: estar en pecado y estar unidos a la Voluntad de Dios. Los defectos y límites, nuestras miserias no son de por sí obstáculo: si Dios tuviera que esperar a vernos sin defectos para darnos este Don como vida, nunca nos lo daría. Otra cosa es el pecado, sobre todo si es grave; pero para pecar es necesario ser suficientemente conscientes y tener intención. No es lo mismo “sentir” que “consentir”: sentir no depende de nosotros, querer sí.
Y el Señor dice: “hijo mío, en el respeto de mi Ley (que tú ya conoces) puedes hacer cualquier cosa, pero llámame a que la haga contigo, porque si la haces tú, ¿cuánto vale? Pero si la hago Yo por medio tuyo, vale infinitamente”.
Cuando uno ha comprendido que el Don que el Señor nos ofrece es su Querer (digamos “el palpitar de su Corazón”) para que sea vida, y nosotros lo queremos y lo acogemos, entonces no hay acción o instante de vida que no esté vivificado por el Querer mismo de la Stma. Trinidad! En ese pequeño acto humano se hace presente y vivo el Acto eterno y divino de Dios.
Y al ser vida debe crecer: “Sed por tanto perfectos como es perfecto vuestro Padre Celestial” (Mt 5,48). Crece a medida que lo conocemos (por eso sin la lectura de los escritos de Luisa eso no es posible), que esas verdades sean sangre de nuestra sangre, vida de nuestra vida; y crece en la medida que lo queremos, o sea, que lo deseamos en cada cosa y a cada momento.
Todo eso supone como base indispensable la cada vez mayor convicción de Quién es El y che cosa somos nosotros. El es “el que Es”, nosotros somos “cero” absoluto, una nada que ante Dios puede y debe tener sólo dos cosas: deseos y disponibilidad, un abandono total en manos del Señor, para que El pueda hacer en nosotros todo.
Por eso Jesús le dice a Luisa tantas veces: “Si tú me lo permites, Yo quiero ser en tí Actor y Espectador al mismo tiempo”.
Vivir en la Divina Voluntad significa: hacer que Jesús viva en nosotros su Vida interior, que su Vida sea nuestra vida.
El Señor enseña en los escritos de Luisa que, para que el Querer Divino resulte fácil y gustoso y podamos amarlo cada vez más, hace falta conocerlo siempre más, entrando conscientemente en la Divina Voluntad y deteniendonos a contemplar sus interminables encantos y atributos: “y en esas paradas que harás, adquirirás cada vez más nuevas e inauditas noticias de mi Santo Querer y quedarás tan tanto apegada y enamorada, que ya no saldrás nunca más” (23-12-1900).
El alma debe mirar y estar tan fija en Jesús, que lo atraiga enteramente (06-02-1901), pero para encontrar a Jesús hay que ir a su Madre, y Ella enseña el secreto de la felicidad: “Hija mía, ven conmigo y encontrarás el camino y a Jesús; es más, quiero enseñarte el secreto para poder estar siempre con Jesús y vivir siempre contenta y felíz aun en la tierra, es decir ten por seguro dentro de tí que sólo tú y Jesús estais en el mundo, y nadie más a quien tengas que agradar, complacer y amar, y sólo de El esperar ser amada y acontentada en todo. Estando así Jesús y tú, no te causará impresión si te rodean de desprecios o alabanzas, familiares o extraños, amigos o enemigos. Sólo Jesús será todo tu contento y sólo Jesús te bastará por todos. Hija mía, mientras no desaparezca del alma todo lo que existe acá abajo, no puede hallar verdadero y perpetuo contento” (21-08-1901).
Pequeño Catecismo sobre la Divina Voluntad
Este “Pequeño Catecismo sobre la Divina Voluntad” es un compendio destinado a quienes desean conocer el “mensaje” espiritual de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad” en su vida y en sus Escritos para una formación fundamental en la Fe y como guía para la vida.
P. Pablo Martín Sanguiao, Civitavecchia, Italia, 25 de Marzo de 2015, Solemnidad de la Anunciación y fiesta del “Fiat” Divino de Jesús y de María
Fuera de la Iglesia no hay salvación
“Uno solo es Dios y uno solo el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (1a Tim 2,5).
Y el Concilio de Florencia, Sesión XI, el 4 de febrero de 1442 dice: “La Sacrosanta Iglesia Romana firmemente cree, profesa y enseña que ninguno de aquellos que estan fuera de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes o cismáticos, pueden alcanzar la vida eterna, sino que irán al fuego eterno, preparado para el demonio y sus ángeles (Mt 25,41), si antes del final de la vida no habrán sido añadidos a ella; y que es tan importante la unidad del cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes permanecen en ella les aprovechan para la salvación los Sacramentos eclesiásticos, los ayunos y demás obras de piedad, y los ejercicios de la milicia cristiana que procuran los premios eternos. Nadie, por más limosnas que haya hecho, e incluso si hubiera derramado la sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse si no permanece en el seno y en la unidad de la Iglesia Católica”.
Tales afirmaciones parecerían por lo menos “fundamentalistas”: sin embargo ¿puede ser negada o declarada superada una afirmación dogmática? Sin ir al extremo, desde luego heterodoxo, de no pocos teólogos modernos, ¿quién comparte hoy día literalmente la afirmación del Concilio de Florencia?
Un dogma no puede ser cancelado como superado. El documento citado (la bula “Cantate Domino”) es de tipo dogmático, puesto que en cada párrafo repite: “La sacrosanta Iglesia Romana… firmemente cree, profesa y enseña…”
¿De dónde viene ese “diluir” la Iglesia Católica en algo más grande y amplio, donde no entran solamente “los hermanos separados” (separados, no en cuanto hermanos, por lo que han conservado en común con la Iglesia, sino por lo que no han conservado), sino que entran también los hebreos, los musulmanes, los hindúes, los budistas, etc., como miembros de igual dignidad y eficacia en vistas a una salvación? (…¿pero cuál salvación?)
Viene, es lógico, de rechazar a Jesucristo como el único Mediador entre Dios y los hombres. Y eso, ¿de dónde viene? Del no reconocer a Jesucristo como el verdadero Hijo de Dios que se ha hecho Hombre: esta repetida afirmación suya con palabras y con obras (cfr. todo el Evangelio de Juan) fue entonces el motivo por el que oficialmente fue rechazado por las autoridades religiosas de Israel y condenado a muerte: “El Padre y Yo somos una sola cosa”. Los Judíos llevaron de nuevo piedras para lapidarlo. Jesús les respondió: “Os he mostrado muchas obras buenas de parte de mi Padre: ¿por cuál de ellas me quereis lapidar?” Le respondieron los Judíos: “No te lapidamos por una obra buena, sino por la blasfemia, porque tú, que eres hombre, te haces Dios” (Jn 10,30-33).
En el fondo es el mismo motivo de ahora. Se le quiere reducir al nivel de otros “maestros” espirituales de la humanidad (pero “uno solo es vuestro Maestro: el Cristo”). Con Pedro debemos gritar: “Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de Vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios!” (Jn 6,68-69). “Este Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, habeis descartado, que ha llegado a ser la piedra fundamental. En ningún otro hay salvación; no hay otro nombre dado a los hombres bajo el cielo por el que esté establecido que podamos ser salvados” (Hechos, 4,11-12).
Pues bien, para pertenecer a la que Jesús ha fundado llamandola “mi Iglesia” (Mt 16,18) es necesario compartir su Fe, es decir, acoger a Jesucristo como el único verdadero Dios, que se ha hecho verdadero Hombre y nos ha redimido. Y esta acogida o Fe es necesaria para todos en la medida en que a cada uno es dada la posibilidad de conocer este Anuncio o “Buena noticia”, y en la medida en que cada uno es capaz de responder. Por eso Jesús dijo antes de su Ascensión: “Id y enseñad a todas las naciones (¡…dijo “enseñad” y no “dialogad”! El diálogo es para otras cosas), bautizandolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñandoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). “Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura: el que crea y sea bautizado será salvado, pero el que no crea será condenado” (Mc 16,15-16).
Hay que notar que la condena es para quien se niega a creer, no para el que no sabe. Entonces hace falta decir que, mientras que aqui en este mundo, la Iglesia está formada solamente por quien ha recibido el Bautismo y ha acogido la Fe de la Iglesia, sin negarla en ninguna verdad, en el otro mundo la única Iglesia (gloriosa, o bien purgante en modo transitorio) está formada no solamente “por nuestros hermanos difuntos, sino también por todos los justos que han muerto en paz contigo”, como dice el Sacerdote en la Misa (segundo cánon): y estan todos reconciliados con Dios exclusivamente gracias a la Sangre de Cristo, el Redentor, el único Mediador; una Redención que ha de ser libremente acogida por cada ser humano mediante un consentimiento de alguna forma a la Voluntad de Dios, al final de su vida. Es lo que se podría llamar un bautismo “de deseo” implícito: es decir, la criatura debe tener en su conciencia una actitud tal ante su Creador, que la haga estar dispuesta a responder que sí a Dios apenas llega a saber de El. Es lo dice el Concilio Vaticano II: la Iglesia estará cumplida en la gloria del Reino, y entonces “todos los justos, a partir de Adán, desde el justo Abel hasta el último elegido, serán reunidos con el Padre en la Iglesia universal” (Lumen Gentium, 5).
Por eso, en el otro mundo no existe más que una sola Religión, una sola Santa Iglesia, mientras que en este mundo el proyecto masónico (¡nada de “ecuménico”!) de hacer de todas las religiones –incluida, naturalmente, la católica– una sola, ¡es una herejía, una blasfemia, una locura! Es verdad que “Dios nuestro salvador quiere que todos los hombres se salven”, pero añade “y que lleguen al conocimiento de la Verdad” (1a Tim 2,3). Y dice también San Pablo: “Me toca tal vez a mí juzgar a los de afuera? ¿No son los de dentro los que vosotros juzgais? Los de afuera los juzgará Dios” (1a Cor 5,12).
El Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 811-870, y en particular los nn. 846-848 (“Fuera de la Iglesia no hay salvación”) confirma todo lo dicho.
“Conserva el depósito [de la Fe], evita las palabrerías profanas y las objeciones de la que se dice ciencia, profesando la cual algunos se han desviado de la Fe” (1a Tim 6,20-21). “Trata de comprender lo que quiero decir: el Señor te dará sin duda inteligencia para cada cosa” (2a Tim 2,7).
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
El Padrenuestro, clave de lectura de la vida
Son tantas las reflexiones sobre la vida en esta vida, si tomamos como “clave de lectura” el Padrenuestro, a la luz del cual halla suficiente comprensión el misterio del hombre con sus múltiples paradojas y contradicciones (cfr Constitución “Gaudium et Spes”, n. 10, del Concilio Vaticano II).
Se trata, en efecto, de un camino de regreso del hijo pródigo a la Casa del Padre. En la cual ese hijo –que representa a Adán y es la entera humanidad– era felíz, era rico, de nada tenía necesidad, para él no existía ignorancia, ni debilidad, ni sufrimiento, ni temor, ni muerte. Esto es de fe. Su ruina fue el pecado, separarse de Dios su Padre con hacer algo contra la Voluntad de Dios que le daba la vida y todo.
Pero Dios mismo, el Padre infinitamente bueno, cuando llegó “la plenitud de los tiempos”, vino a su encuentro para abrazarlo y salvarlo, con los brazos abiertos de Cristo en la Cruz. Y El nos ha enseñado a decir Su oración, o sea, la nueva actitud de corazón hacia Dios, la nueva relación de confianza y de amor al Padre. Ya no más siervos, sino hijos amados.
Notemos que diciendo el Padrenuestro es como si recorrieramos precisamente la figura de Cristo crucificado:
“Padre nuestro que estás en los cielos”: y parece que el Padre Divino esté ahí, poco por encima de la Cruz, mirando… “Santificado sea tu Nombre”: y la mirada va al Rostro de Cristo. “Quien me ve a Mí –ha dicho– ve al Padre”… “Venga tuo Reino”: ¿pero dónde está ese Reino? Ahí está el pecho, el Corazón de Jesús… “Hágase tu Voluntad…” –y sus brazos estan abiertos– “así en la tierra como en el Cielo”, de un extremo al otro, cuanto dista la derecha de la zquierda, de oriente a occidente, de norte a sur.
Hasta aquí hemos dicho “tu nombre, tu Reino, tu Voluntad”… Pero en la segunda parte de la oración decimos “nuestro” o pedimos “por nosotros”.
Prosigamos contemplando: “Danos hoy nuestro pan de cada día”: y miramos el vientre del Crucificado. “Perdona nuestras ofensas…”, y ahí estan las rodillas contusas de Jesús. Pero en esto, El, que ha dicho cada frase con nosotros, del lado del hombre, pasa del lado de Dios que es, y junto con el Padre y el Espíritu Santo añade: “…como Nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. ¿Cómo habría podido poner nuestro modo de perdonar como modelo y medida del perdón divino? Es todo lo contrario. Pero nos lo pone en la boca y lo decimos con El para aprender a perdonar como Dios perdona: “Padre, perdonales, porque no saben lo que hacen”.
“Y no nos dejes caer en la tentación”, no permitas que caigamos: la mirada va a los pies traspasados y deformados del Crucificado. “Mas libranos del mal”: y la mirada baja al pie de la Cruz, a lo profundo. Del mal y del maligno.
También esto es un recorrido.
Dios es simplicísimo y es un solo Dios. Así estas varias frases expresan en realidad una sola petición –que pronunciada por Jesús es también una promesa–, una sola cosa con algunas consecuencias. Como El ha dicho: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su Justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”.
El Padre Divino recibirá honor y gloria de sus hijos, que como tales sentirán y vivirán, cuando venga su Reino: “sea santificado (por nosotros) tu Nombre”. ¿Y en qué consiste su Reino? Que su Voluntad sea para nosotros lo que es para El: la fuente de la vida, de las obras y de todo bien y felicidad. Que sea para nosotros lo que es para Jesús: el Pan, el Alimento que el hombre no conoce, como dijo a sus discípulos en el episodio de la Samaritana.
Por eso, al pedir que nos dé hoy “nuestro pan de cada día” El se refiere no sólo al pan material –que, si es capaz de alimentar, es porque en él está la Voluntad del Padre–, sino que piensa también al Pan Eucarístico –que aunque es El realmente presente y vivo, no logra ser eficaz y a transformarnos, si no comemos también su Pan, que es la Voluntad del Padre. Así que son tres “panes” lo que pedimos, pero el decisivo es el de la Voluntad Divina en cuanto origen y protagonista de todo en nuestra vida.
¿Debemos entonces dejar todo para después de la muerte, en el más allá? Pero entonces, ¿por qué decimos que “venga” en vez de decir “vamos”? ¿Por qué decimos que se haga “en la tierra” como en el Cielo, de esa misma forma? En una palabra, pedimos que el Padre y los hijos tengan la misma y única Voluntad: este es el resumen del Padrenuestro y de toda verdadera oración.
Ese día –todavía ha de llegar– el hijo pródigo estará de nuevo en la Casa Paterna, en la Voluntad de las tres Divinas Personas, que forma su Vida y su felicidad. Estará de nuevo “en el orden, en su puesto y en el fin para el que Dios lo creó”. Entonces será de nuevo rico, felíz y santo. Será de nuevo “a semejanza” de su Creador y Padre.
Entre tanto estamos viviendo las fases decisivas de un drama, de una lucha apocalíptica de “Reino contra reino”. Espectadores, actores y objeto de disputa. ¡Es la hora de la Decisión! “Nadie puede servir a dos dueños”, ha dicho Jesús. O Dios o el propio yo.
“Será el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, o será el amor de sí llevado hasta el desprecio de Dios”, como dijo Juan Pablo II. Será la Voluntad de Dios la que vence (si queremos) o será la nuestra la que pierde, cuando queremos vencer contra la Divina. Si dejamos que venza la Voluntad de Dios, también nosotros vencemos; si hacemos prevalecer la nuestra, junto con El también nosotros perdemos. “¡Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad, sino la Tuya!”.
Y Jesús murió en la Cruz para expresar en El esta oposición. Dos palos cruzados, dos troncos…, eran los de los dos árboles reales y a la vez simbólicos del Paraíso: el arbol “de la Vida” y el “del conocimiento del bien y del mal”. Figura de la Voluntad de Dios el primero, el palo vertical, que une Cielo y tierra; figura de la voluntad humana el segundo, el palo horizontal, que cuando se pone en oposición, atravesado, diciendo “no quiero” forma la cruz, el dolor recíproco, ¡la muerte! ¡Qué tremendo Misterio! Dios ha querido crear al hombre sólo por amor, para que fuese su hijo, su interlocutor, su heredero; ¡un pequeño dios creado, otro Sí mismo! Es, dice San Pablo, “el misterio de su Voluntad” (Ef. 1,9).
Frente a este “misterio de la Piedad” ha surgido otro: el “misterio de la impiedad”: “Sí, desde ahora el misterio de la impiedad está actuando” (2ª Tes. 2,7). Es lo que el Apocalipsis llama “un misterio, Babilonia la grande”, misterio de algo que está representado en una grande prostituta y en la bestia sobre la que va sentada (Apoc. 17,5 y 7).
“Se levantará nación contra nación y Reino contra reino” (Mt. 24,7).
Son los dos misterios contrapuestos del Apocalipsis (cap. 12 ss.):
EL MISTERO DE LA PIEDAD: María, “Arca de la Alianza”, “la Mujer vestida de Sol”, ESTE MISTERIO O PROYECTO DE DIOS | EL MISTERO DE LA IMPIEDAD: “El dragón” (la serpiente antigua, “la grande prostituta” ESTE MISTERIO DEL DEMONIO, |
Estas son las cosas que al final cuentan: ¿de qué parte –gota a gota, día tras día– nos estamos poniendo? Es la hora de la más grande y trascendental Decisión. Para siempre.
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
Nuestra vida como una oración incesante y un incesante anhelo de amor a Jesús
La oración es para el alma lo que la respiración es para el cuerpo. Por eso el Señor ha dicho “orad incesantemente”. La verdadera oración es un encuentro de amor con Dios, es un encuentro de nuestra voluntad con la Voluntad Divina.
Tal encuentro, la oración, demuestra las actitudes y los sentimientos del hombre hacia Dios:
el rechazo o la aversión a la oración es impiedad; la falta de oración es ateismo práctico; la incostancia en la oración es señal de un amor muy débil o superficial; las fáciles distracciones dicen que el alma está dominada por otros intereses o gustos o que, de todas formas, su pensamiento todavía da vueltas, demasiado, en torno a ella misma.
Una oración que sabe sólo decir oraciones aprendidas no toca el propio corazón ni la propia vida, y menos aún el Corazón y la Vida de Dios. Rezar con el sólo fin de obtener alguna grazia, hace ver que el alma no es creyente, sino “cliente” de Dios. Rezar para poder decir a la propia conciencia: “ya he dicho mis oraciones”, es como querer hablar con alguien por teléfono marcando el número de sí mismo; es una ocasión perdida…
La oración puede mostrar respecto a Dios una actitud de distancia, de temor, de vana formalidad (que no es el verdadero sentido de respeto), o bien indicar interés, arrepentimiento, necesidad de ayuda, o admiración, complacencia, júbilo, gratitud, compasión, deseo de reparar, intercesión por el prójimo, ¡amor! Y ésta es la verdadera unión de voluntades, con infinitos grados, y por tanto la adoración.
La oración, en una palabra, dice cuánto el hombre sea extraño o familiar hacia Dios, cuánto sea lejano o cercano, cuánto se siente siervo o hijo. Es un encuentro que se traduce en vida, que alimenta la vida y a su vez se alimenta de conocimiento del Señor, ya que la oración tiene necesidad de contenidos.
La oración en la Divina Voluntad es necesario alimentarla con la lectura de los escritos sobre la Divina Voluntad:
“Examina todas las vidas de Santos que quieras, o libros de doctrina: en ninguno hallarás los prodigios de mi Querer obrando en la criatura y la criatura obrando en el Mío. Todo lo más encontrarás la resignación, la unión de los quereres, pero el Querer Divino obrando en ella y ella en el Mío, en ninguno lo hallarás. Eso significa que aún no había llegado el tiempo en que mi bondad iba a llamar a la criatura a que viviera en este estado sublime. Igualmente, el mismo modo como te hago orar no se encuentra en ningún otro” (06-10-1922).
No se trata por tanto de decir o leer determinadas oraciones o expresiones de Luisa, conociendolas tal vez de memoria, por más que sean para nosotros modelo en sus contenidos; y no es tampoco cuestión de métodos. Se trata de un espíritu nuevo (Ez 36,26-27), de una nueva actitud del alma que se reviste de los mismos modos de obrar y de los sentimientos divinos de Jesucristo.
Ahora, más que “hacer oración”, el Señor quiere que en El “seamos oración”. Oración que sea amor que adora, amor que repara, amor que comparte todo con el Amado, que Le da honor y gloria, que intercede, que da las gracias, amor que Lo ama por todos y en todas Sus obras…
Es muy significativo este texto de Luisa:
«Estaba diciendole a mi amado Jesús: “No desprecies mis oraciones; son tus mismas palabras que repito, tus mismas intenciones, las almas que quiero como las quieres Tú y con tu mismo Querer”.
Y Jesús bendito me ha dicho: “Hija mía, cuando te oigo que repites mis palabras, mis plegarias, querer como quiero Yo, me siento atraído hacia tí como por muchos imanes; y al oirte repetir mis palabras, tantos gozos distintos siente mi Corazón y puedo decir que para Mí es una fiesta. Y mientras gozo, me siento debilitado por el amor de tu alma y no tengo fuerza para golpear las criaturas. Siento en tí las mismas cadenas que Yo le ponía al Padre para reconciliar al género humano. Ah, sí, repite lo que Yo hice, repítelo siempre, si quieres que tu Jesús en tantas amarguras encuentre una alegría de parte de las criaturas”.» (04-06-1918)
Hay que decir que toda la vida de Luisa, destilada en sus escritos, es una continua oración, porque es un incesante anhelo de amor a Jesús. Parece que en nuestro tiempo algunos han descubierto el Espíritu Santo, la así llamada oración “espontánea”, la alabanza al Señor. Pues bien, todos los Santos la han practicado en su vida; pero, entre todos, de una forma muy singular y original, Luisa. Es suficiente ver ese palpitar de su alma en la continua meditación de “Las Horas de la Pasión” que continuamente hacía, a partir de la “Novena de Navidad” que hizo cuando tenía 17 años. Esas “horas” son precisamente su “escuela de oración”. Son su “escuela de vida”.
Para hablar de la oración en Luisa haría falta en realidad citar todos sus escritos. Dos de sus libros, en particular, tratándose de la oración, se deberían examinar: “Las Horas de la Pasión” y “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”.
El Acto eterno de Dios: la Stma. Trinidad y la Encarnación
Confieso que antes de hablar de estos sublimes misterios de Dios, deberíamos besar siete veces el suelo, lavarnos siete veces la boca…, queriendo decir que todos somos absolutamente indignos e incapaces de hacerlo y que hace falta un respeto infinito. Sólo Dios, que nos concede poder reflexionar, puede purificarnos, como a Isaías, la mente, el corazón, los labios, “con un carbón encendido” por su Amor.
Y sé bien que estas pequeñas reflexiones (de las que me asumo toda la responsabilidad) son apenas un balbucir, aunque sea con un átomo de amor, ante la verdadera Realidad Divina. En ellas hago mía la auténtica Fe de la Iglesia. Pero si la Iglesia me dijera que alguna cosa de mi meditación no fuera conforme a la verdad, la borraría inmediatamente de mi mente… Sin embargo debería decirmelo la legítima Autoridad de la Iglesia, porque por otra parte, si por hipótesis sucediese que una gran mayoría de fieles e incluso de Pastores (como ya ocurrió alguna vez en la historia), se alejara por defecto o por exceso de la Doctrina auténtica, con la Gracia del Señor no los seguiría en eso. “Si alguien os predica un Evangelio diferente dal que habeis recibido, ¡sea anatema!”
Dios es un solo Dios en Tres Divinas Personas. Come todos saben, en el Antiguo Testamento no fue dada una revelación explícita del Misterio Trinitario: las Tres Divinas Personas del único Dios. Desde el primer capítulo del Génesis, hay ya elocuentes alusiones sobre Dios (singular) que habla en plural: “Y Dios dijo: Hagamos al hombre a Nuestra imagen, a Nuestra semejanza… Y Dios creó al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó…” (1,26-27). “El Señor Dios dijo entonces: He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de Nosotros…” (3,22). Lo mismo se ve en el cap. 18, la aparición de Dios a Abrám: “…vio que tres hombres estaban de pie a su lado… Apenas los vió… se postró en el suelo, diciendo: Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos…” Son llamadas “ángeles” las dos personas que prosiguen, pero ese nombre es en sentido etimológico (“enviados”). En este sentido se lee en Isaías, 48,16: “Ahora el Señor Dios Me ha mandado junto con su Espíritu”…
En una palabra, en el Antiguo Testamento hay elocuentes alusiones, que sin embargo se iluminan solamente a la luz del Nuevo. La Trinidad de Personas de Dios se manifiesta sólo a partir del bautismo de Jesús en el Jordán. Y después tantas veces habla de este Misterio Jesús: “El que me ve a Mí, ve al Padre”. “El Padre, que vive en Mí, hace Sus obras”. “El Padre y Yo somos una sola cosa”, etc. “Este Hijo es irradiación de su gloria y huella de su sustancia” (Heb 1,3).
La Santa Iglesia ha recibido esta Revelación Suprema y profesa su Fe, junto con otra Verdad, que es la Encarnación del Verbo, verdadero Dios y verdadero Hombre, Crucificado y Resucitado por nuestra salvación. Esta Fe está expresada en el “Credo”, en el que encuentra su puesto (y es objeto de Fe) la misma Iglesia, en cuanto que ninguno de nosotros ha recibido el depósito de la Divina Revelación directamente, como lo ha recibido la Iglesia, que lo conserva y lo transmite a todos. En el “Credo” la Iglesia confiesa también quién es María y cual es suo puesto excelso y único en el Proyecto de Dios.
Contemplemos por tanto el misterio de la Stma. Trinidad y, en la Divina Trinidad, María.
Lo hacemos “por analogía”, como todo lo que se refiere a Dios, infinitamente más grande que nosotros, transcendente.
Si Dios me ha creado, poniendose a Sí mismo como Modelo único, digno de El, significa que en El sucede algo semejante a lo que sucede en mí. Si yo en mi mente y en mi conciencia (o para ser más exacto, en la inteligencia, en la voluntad y en la memoria) tengo una cierta idea de mí mismo, el concepto de mí mismo –y puedo decir que es como mi imagen interior, mientras que la que veo en un espejo es sólo exterior y muy parcial–, así Dios tiene una idea de Sí perfectísima. La Idea que Dios tiene de Sí, el Conocimiento de Sí, su propio Concepto, la Imagen de Sí mismo, es lo que El llama su Verbo, su perfecta Palabra o Expresión, en que se ve realizado, “la huella de Su Sustancia”, como dice la Carta a los Hebreos, 1.
El Padre es Revelado, el Hijo es la Revelación del Padre, el Espíritu Santo es el Divino Revelador.
Mas como Dios no es “algo” sino “Alguien”, es decir, es un Ser responsable de sus propias acciones y decisiones, o sea, es PERSONA, y como el concepto o conocimiento que tiene de Sí mismo es perfectísimo (no como el que tengo yo de mí mismo, que es sólo hasta un cierto punto), resulta entonces que su Concepto o Verbo es igualmente PERSONA, es otra Persona, con la cual puede tener un inefable DIALOGO (mientras que yo puedo hacer sólo un monólogo conmigo mismo, con mi imagen interior o con la imagen externa del espejo en que me ve, porque no es otra persona). Ese “Diálogo” entre el Padre y el Hijo, 3 esa “Relación” en que se intercambian todo lo que son, es tan perfecto, que así mismo es Alguien: es la Tercera Divina Persona, el Espíritu Santo, cuyo Nombre expresa la Esencia misma del Ser Divino. En una palabra, ninguna de las Tres Persones puede ser sin las otras Dos… Eso quiere decir que la “persona” no resulta sólo de ser responsable y consciente de las propias decisiones (un recién nacido es persona, aunque todavía no “ejercita” lo que es), sino que resulta también de la relación ontológica con las otras personas: por ejemplo, el Padre es Padre porque tiene el Hijo…
Hasta aquí llega la reflexión sobre el Dios único, el Ser Divino, único e indivisible, que es Tres Personas distintas (las llamaría también “recíprocas”).
Pero pasemos a considerar Su recíproco Amor. En ese intercambio de Amor y de Vida que tiene lugar entre el Padre y el Hijo, el Padre manifiesta y comunica todo lo que El es al Hijo, todas Sus infinitas perfecciones… Todo deposita en El, excepto una cosa que “no puede”, porque sería contradictoria: su condición específica de ser Padre del Verbo. De hecho, el Hijo no podría ser “Padre de Sí mismo”. Ni tampoco puede darla al Espíritu Santo, porque esta Divina Persona es “la Relación”, “el Vínculo”, “el Diálogo de Amor” entre las Dos primeras… ¿Qué hacer?
Su Ser Divino, que es un solo Ser, es perfectísimo, de nada tiene necesidad, no hay nada que añadir o que quitar. Pero su Amor no estaría satisfecho si las Tres Divinas Personas no dieran todo, si retuvieran para Sí algo. Pues entonces la solución que se puede entrever es que, sin necesidad de nada, sino sólo por amor, el Padre ha querido eternamente otra persona, diferente del Hijo y del Espíritu Santo, una “cuarta persona”, a quien poder comunicar o con la cual poder compartir Su condición específica de Padre del Verbo. Una persona por lo tanto externa a la Stma. Trinidad, una persona que crear aposta para desahogar su Amor: ¡en esta Criatura singular la Paternidad Divina, su Fecundidad Virginal, se llama “Maternidad Divina”, pero es precisamente la misma!
He dicho “eternamente”. Y eso es porque en Dios no hay sucesión de actos, sino un único Acto infinito, exhaustivo. A nosotros nos parece que ahora hace una cosa y luego hace otra; pero el Acto puro de Dios está por encima del transcurrir temporal. Entonces, desde el punto de vista de Dios, no solamente María, sino también nosotros y todo lo que existe somos “eternos”, siempre presentes en el Pensamiento y en el Querer de Dios, pero desde el punto de vista de seres creados, somos “temporales”: es decir, tenemos un comienzo de existencia, si bien los hombres, igual que los ángeles, no tendremos fin.
Y cuando el Verbo Divino ve la Paternidad de su Padre amado “bilocada” (por así decir) en una criatura, arrebatado por el amor decide de hacerse El también criatura, para ser su Hijo y honrar así en esa criatura la Paternidad de su Padre…
Por tanto, estremeciendonos de reverencia y de amor ante esta posible reflexión, bien podemos afirmar que el primer motivo (en orden de importancia) que el Verbo Eterno ha tenido para encarnarse, no ha sido el pecado de los hombres, sino la Gracia perfecta de María; que, aunque no hubiera habido otras criaturas, sólo por Ella se hubiera encarnado… Después, por motivo de esta Pareja inicial de Criaturas, Dios ha decretado la existencia de todas las demás, en su propio orden y grado.
Aquí tenemos ya un indicio segurísimo del por qué de la Encarnación. La cual no podía depender de nuestro comportamiento de criaturas. No era suficiente. Su motivo no puede ser más que en el Misterio del Amor en la vida íntima de Dios, de las Tres Divinas Personas. Y tenemos un primer indicio del por qué de una pura criatura destinada a ser la Madre del Hijo de Dios encarnado.
Apoyado en la autoridad de San Pablo (Ef 1, Col 1) y de San Juan (Jn 1), concluyo diciendo que
– desde la Eternidad el Hijo o Verbo Eterno de Dios se llama Jesucristo (es decir, que su Naturaleza humana, su Encarnación, no es para El algo facultativo o secundario) y es necesariamente el Hijo de María, no siendo posible lo contrario. Por eso la Iglesia dice que María es “arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con un mismo decreto eterno» de predestinación” (Constitución Apostólica «Munificentissimus Deus» de Pío XII, 1950);
– que Cristo es el Autor y el Destinatario de toda la Creación, el Primogénito y el “Prototipo” de todas las criaturas;
– que en el tiempo, El, encarnandose, ha tomado nuestra naturaleza humana, porque antes, al crearnos, nos había dado Su Naturaleza Humana. Por tanto, si el Hijo de Dios se ha hecho Hombre como nosotros, tanto más aún El nos ha hecho hombres como El.
El Padre ha mirado a su Hijo y ha visto María; mirandolos luego a los Dos, ha visto a todos nosotros; mirandonos a nosotros ha visto todas las demás criaturas… “Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (1a Cor 2,22-23). Pero su Ideal no acaba aquí: mirandonos a cada uno de nosotros, ahora quiere ver en nosotros a su Unico Hijo Jesucristo.
En una palabra, en el eterno decreto de la Encarnación, Dios ha establecido que el Hijo tuviera junto a su propio Cuerpo personal, físico, un Cuerpo Místico del cual El fuera la Cabeza, el Rey. Un Cuerpo concebido en El y por motivo de El, “desde el Principio”.
¡Ese es su verdadero Reino! Pero qué deshonor y qué dolor es para el Padre cuando nos mira y no ve a su amadísimo y único Hijo, o apenas ve algo de El…
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
La santitad del vivir en la Divina Voluntad devuelve al hombre la semejanza divina perdida por Adán
Nuestro Señor, aunque en el Evangelio ha hecho elocuentes referencias a la Voluntad del Padre, haciendo comprender que es lo más importante, la explicación y el fin de todo en su Vida, entonces no podía extenderse en más explicaciones. “Si os he hablado de cosas de la tierra y no creeis, ¿cómo creeríais si os hablara de cosas del cielo?” (Jn 3,12). Si el hombre no conocía lo menos, ¿cómo habría podido conocer lo más? Si aún no sabía andar, ¿cómo habría podido aprender a volar?
Antes tenía que reeducarlo, redimirlo, darle la Gracia, hacerlo de nuevo hijo de Dios, asegurar su salvación, dejando para más adelante –al tiempo establecido por el Padre– descubrirle su Herencia, devolverle el don de su Adorable Voluntad y con él la semejanza divina perdida por Adán, hacerle ser una sola cosa con El, darle no sólo la salvación, sino su misma Santidad Divina, enseñarle a vivir en la Divina Voluntad… Por eso Jesús, cuando vino a la tierra, apenas dijo algo de la Divina Voluntad; se reservó darla a conocer por medio de Luisa:
“Lo que debía hacer entonces, las enseñanzas que debía dar a todos sobre mi Voluntad, te las he dado a te; así que hacerlas conocer no es sino suplir lo que Yo hubiera hecho estando en la tierra para cumplir mi Venida”. (02-06-1921)
¿Cuál es la novedad del vivir en la Divina Voluntad?
Hacer la Divina Voluntad, o sea, cumplir fielmente lo que Ella quiere o aceptar lo que permite, no es algo nuevo. Eso lo hacen todos los Santos, de todos los tiempos, porque sin Ella no puede haber virtud ni santidad. Pero cada uno toma de Ella y tiene una relación con Ella en la medida que le es concedido conocerla:
“…Sin duda han habido Santos que han hecho siempre lo que Yo quiero, pero han tomado de mi Voluntad en la medida que la han conocido. Ellos sabían que hacer mi Voluntad era el acto más grande, lo que más me glorifica y que lleva a la santidad, y con esa intención la hacían, y eso tomaban, porque no hay santidad sin mi Voluntad, y no puede resultar ningún bien, santidad pequeña o grande, sin Ella” (06-11-1922)
La novedad es que Jesús, mediante el don de su Voluntad a la criatura, forma en ella una vida Suya y una forma de presencia Suya real, de tal modo que esta criatura Le sirve de Humanidad. Lo cual, desde luego, no es mediante una especie de “unión hipostática” (dos naturalezas y una sola persona), sino por unión de dos voluntades, la humana y la Divina, unidas en un solo Querer, que, lógicamente, no puede ser sino el Divino. Esta criatura forma el triunfo de Jesús, es “otro Jesús”, no por naturaleza, sino por gracia, según las palabras de San Juan: “…Para que, como es El, así seamos también nosotros en este mundo” (1ᵃ Jn 4,17).
“¡Oh, qué distinta es la santidad del alma que vive en el Querer Divino ! Jesús se hace actor y espectador de lo que ella hace” (14-08-1917)
Solamente en los Escritos de Luisa el Señor hace conocer su Querer
Y dice: “que a nadie hasta ahora he manifestado. Examina todos los libros que quieras y verás que en ninguno hallarás lo que te he dicho a tí de mi Voluntad” (12-09-1913).
El vivir en el Querer Divino “es la Santidad no conocida todavía y que haré conocer, que pondrá el último retoque, el más bello y refulgente de todas las demás santidades” (08-04-1918).
Del conocimiento nace la estima, el amor y la posesión. “Mi Voluntad es el prodigio de los prodigios, es el secreto para encontrar la luz, la santidad, las riquezas; es el secreto de todos los bienes, no conocido íntimamente y por tanto no apreciado ni amado como se merece” (08-03-1914).
Luisa empieza una nueva “generación” de hijos de la Luz –le dice Jesús–, “los hijos de su Divina Voluntad”. Con ella comienza una “cadena de amor”, una cadena de almas llamadas a vivir en la Divina Voluntad: “En todas las santidades han habido siempre santos que han sido los primeros en dar comienzo a una especie de santidad; de manera que hubo el santo que empezó la santidad de los penitentes, otro que empezó la de la obediencia, otro la de la humildad, y así de todas las demás santidades. Ahora el comienzo de la santitad del vivir en mi Querer quiero que seas tú” (27-11-1917).
“La santidad del vivir en mi Querer no tiene camino, ni puertas, ni llaves, ni cuartos; invade todo, es como el aire que se respira, que todos pueden y deben respirarla. Basta que lo quieran y que dejen a un lado el querer humano, y el Querer Divino se hará respirar por el alma y le dará la vida, los efectos, el valor de la vida de mi Querer. Pero si no se le conoce, ¿cómo podrán amar y querer un vivir tan santo? Es la gloria más grande que puede darme la criatura.” (16-07-1922)
Para vivir en el Divino Querer, dice Jesús: “Quiero el ‘sí’ de la criatura y que como una cera blanda me deje hacer de ella lo que quiero” (06-03-1919).
“Pero pocos son los que se disponen a eso, porque en la misma santidad las almas quieren algo para su propio bien; mientras que la santidad del vivir en mi Querer no tiene nada de propio, sino todo de Dios. Y disponerse a eso las almas, despojarse de sus propios bienes, es pretender demasiado; por eso no serán muchas” (15-04-1919).
Carta de Amor del Padre Divino
Hijo mío, tal vez tú todavía no me conoces (Jn 3,1), pero Yo sé todo de tí, sé cuando te sientas y cuando te levantas; Yo conozco todas tus costumbres (Sal 138,1-3); conozco incluso el número de los cabellos de tu cabeza (Mt 10,30), porque has sido creado por Mí a imagen mía (Gén 1,27). En Mí tú vives, te mueves y existes, porque tú eres de mi familia (Hechos 17,28).
Yo te conozco desde antes de que tú fueras concebido (Ger 1,4-5), te he elegido desde antes de la creación del mundo (Ef 1,11-12). Tú no has sido un error, porque todos tus días han sido escritos en mi Libro (Sal 138,15-16). Yo he establecido el momento preciso de tu nacimiento (Hechos 17,26). Yo te he formado en el seno de tu madre, te he hecho como un prodigio, de un modo estupendo y maravilloso (Sal 138,13-14) y he tenido cuidado de tí desde el día que naciste (Sal 70,6).
Me han presentado mal aquellos que no me conocen (Jn 8,41-44); eso me ha indignado, pero soy también todo Amor (1a Jn 4,16) y mi deseo es sólo amarte, porque tú eres mi hijo y Yo soy tu Padre (1a Jn 3,1). Yo puedo ofrecerte mucho más de todo lo que un padre terreno pueda hacer (Mt 7,11), porque Yo soy el Padre perfecto (Mt 5,48). Todo buen regalo que recibes procede de Mí (Santiago 1,17), porque Yo soy Aquel que se ocupa de cada necesidad tuya (Mt 6, 31-33), porque te amo con amore eterno (Ger 31,3). Mis pensamientos por tí son innumerables como la arena del mar (Sal 138, 17-18) y me alegro por tí con gritos de gozo (Sal 39,17).
Nunca dejaré de hacerte el bien (Ger 32,40). Tú me perteneces, eres mi tesoro (Es 19,5). Yo deseo hacerte el bien con todo mi Corazón y con todo mi Espíritu (Ger 32,41) y quiero mostrarte cosas grandes y maravillosas (Ger 33,3). Si me buscas con todo el corazón, me hallarás (Dt 4,29). Busca tu gloria en Mí y escucharé los deseos de tu corazón (Fil 2,13), porque soy Yo quien provoca tus deseos, el querer y el obrar (Ef 3,20).
Yo puedo hacer por tí mucho más de todo lo que tú puedas pedir o imaginar (2a Tes 2,16-17), porque Yo soy tu más grande consolador y defensor (2a Cor 1,3-4), soy el Padre que corre a tí todas las veces que estás en dificultad. Yo te escucho y te salvo de todas tus angustias cuando tienes herido tu corazón (Sal 33,18). Como un pastor cuida de su corderito, Yo te llevo en mi regazo, junto a mi Corazón (Is 40,11). Un día Yo enjugaré cada lágrima de tu rostro y cancelaré en la tierra toda tribulación que has sufrido hasta ahora (Apoc 21,3-4).
Yo soy tu Padre y te amo como amo a mi Hijo Jesús (Jn 17,23), porque en El te he revelado mi amor por tí (Jn 17,26). El es la perfecta imagen de como soy Yo (Hebr 1,3). El ha venido para demostrarte que estoy de tu parte, no contra tí (Rom 8,31), y para decirte que no estoy contando tus pecados. Jesús ha muerto, para reconciliarnos tú y Yo (2a Cor 5,18-19). Su muerte ha sido la prueba más grande de mi amor por tí (1a Gv 4,10): he dado todo lo que tenía para poder tener tu amor (Rom 8,32).
Si recibes el don de mi Hijo Jesús, lo recibes en Mí (1a Jn 2,23) y nada podrá jamás separarte de mi amor eterno (Rom 8,38-39).
Vuelve a mi casa y haré la fiesta más grande que jamás hayas visto (Lc 15,7).
Yo he sido siempre tu Padre y seré siempre tu Padre (Ef 3,14-15). Mi pregunta es: ¿quieres tú ser mi Hijo? Repito: ¿quieres ser mio Hijo? (Jn 1,12-13)
Te estoy esperando con amor (Lc 15,11-32).
Firmado:
tu Papá, Dios Omnipotente
(“Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion” de Padre Pablo Martín Sanguiao)
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
Jesús esta en mi corazón y yo estoy en su Corazón, soy en Cristo: esa es nuestra meta
Nuestra vida cristiana empieza con “Cristo en mí” y acaba con “yo en Cristo”.
Nuestra vida escondida en El: esa es nuestra meta. Se trata de un proceso. Todos nosotros empezamos la vida cristiana con Jesús en nuestro corazón, pero debemos concluirla con “yo estoy en su Corazón, soy en Cristo”. ¿Pero qué significa “ser en Cristo”? Significa entrar en su historia, en su victoria, en sus conquistas. Como un líquido se adapta a las dimensiones y a la forma del recipiente que lo contiene, así para nosotros significa adaptarnos a los gustos de Jesús, a sus pensamientos, a sus maneras, como El se adapta a nosotros. Hacer nuestra su vida interior, su dolor, su amor, su relación con el Padre. Que Jesús pueda decirme lo que dijo al Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y Yo soy glorificado en Tí” (cfr Jn 17,10).
En su Vida ha escrito mi verdadera vida, como tenía que ser. La potencia del Espíritu Santo me une a Cristo, a su Obra, y hace vivo en mí lo que Jesús ha hecho por mí. El Espíritu Santo lo realiza. San Pablo dice una cosa importantísima: “Quien se une al Señor se hace un solo espíritu con El (…) ¿No sabeis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que habeis recibido de Dios? Así que no os perteneceis, porque habeis sido comprados a caro precio. Glorificad por tanto a Dios en vuestro cuerpo” (1ª Cor 6,17-19).
“Templo del Espíritu Santo”. Nuestro cuerpo es templo, es “morada santísima de Dios”, como un velo que lo cubre, es para Cristo como “una humanidad añadida, en la que El pueda renovar su Misterio” (dice Santa Isabel de la Trinidad). Y por esa Divina Presencia del Espíritu Santo, que habita en nosotros, Jesús está realmente.
Jesús ha dicho: “Yo pediré al Padre y El os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la Verdad que el mundo no puede recibir, porque no lo ve y no lo conoce. Vosotros lo conoceis, porque El vive con vosotros y estará en vosotros” (Jn 14,17-18). ¡Esto es maravilloso! “Cuando venga el Espíritu Santo conocereis que Yo soy en el Padre y vosotros en Mí” (Jn 14,20). No sólo es unión, sino unidad. Esta es la finalidad de Dios, su sueño de amor, su Reino: “Yo en vosotros y vosotros en Mí”. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, se cumple. Por tanto nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro espíritu llegan a ser la morada de Dios, por obra de su Espíritu. Cada célula le pertenece, cada respiro, cada latido, cada instante. La obra del Espíritu Santo consiste en consagrarnos, transformarnos, realizar en nosotros una especie de transustanciación. El prodigio de la Eucaristía es el modelo, el signo y el medio de lo que desea hacer de nosotros, y esto es su verdadero Reino.
Nosotros totalmente suyos. E igualmente, El totalmente nuestro: “…Nos ha dado los bienes grandísimos y preciosos que había prometido, para que fuesemos por medio de ellos partícipes de la naturaleza divina” (2a Pedro, 1,4).
“Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15). Esta es una unión vital que no depende de nosotros establecerla, ya es una realidad divina: no podemos nosotros ser sarmientos, podemos tan sólo impedirlo, separarnos de la Vid. Y el Señor le dice a su “pequeña Hija”: “Hija mía, cuando en el alma no hay nada que sea extraño para Mí o que no Me pertenezca, no puede haber separación entre el alma y Yo, más aún, te digo que si no hay ningún pensamiento, afecto, deseo, latido, que no sea mío, Yo tengo al alma conmigo en el Cielo, o bien permanezco con ella en la tierra. Sólo eso puede separarme del alma: si hay cosas cose que para Mí sean extrañas. Pero si no ves eso en tí, ¿por qué temes que Yo pueda separarme de tí?” (Vol. 11°, 02-06-1912).
Sin los sarmientos la Vid se queda sola. Para hacerse ver, para hacerse escuchar, Jesús nos necesita. Para llegar a los demás, para producir fruto, Jesús nos necesita. Es una unión, mejor aún, ¡una unidad! “Porque vosotros habeis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3,3). Esta es la esencia del pacto. Es la increíble unión que el Señor quiere hacer con nosotros. Nuestra vida en El. Todo lo que se ve es Cristo. Resulta un solo cuerpo, no dos cuerpos. La matemática del nuevo Pacto es esta: ya no 1+1=2, sino 1+1=1. Uno más uno igual a Uno, no a dos.
Se nos repite que la vida cristiana tiene que ver con “permanecer en El”. En efecto, San Juan ha escrito: “El que dice que permanece en El, se debe comportar como El se ha comportado” (1a Jn 2,6). Tiene que ver con la unidad, con el uno más uno igual a Uno: “Ya no soy yo el que vive, sino es Cristo el que vive en mí. La vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me ha amado y ha dado la vida por mí” (Gál 2,20).
Y el Señor se lo dice a Luisa Piccarreta: “Hija mía, piérdete en Mí. Pierde tu oración en la mía, de modo que la tuya y la mía sean una sola oración y no se sepa cual sea la tuya y cual la mía. Tus penas, tus obras, tu querer, tu amor, pierdelo enteramente en mis penas, en mis obras, etcétera, de modo que se mezclen las unas con las otras y formen una sola cosa, tanto que tú puedas decir: «lo que es de Jesús es mío», y Yo diga: «lo que es tuyo es mío».
Supón un vaso de agua, que la derramas en un recipiente de agua grande: ¿sabrías tú distinguir después el agua del vaso de la del recipiente? Desde luego que no. Por eso, con ganancia tuya grandísima y con sumo contento mío, repíteme a menudo en lo que haces: «Jesús, lo derramo en Tí, para poder hacer, no mi voluntad, sino la Tuya», y Yo enseguida derramaré mi obrar en tí” (Vol. 12°, 31-01-1918).
Esta es la unidad de la que hablaba San Pablo. Se trata de una unidad, que es la unión de dos voluntades en un único querer, el Suyo: Tú en mí, yo en Tí, “Lo que quieres Tú lo quiero yo; si Tú no lo quieres, tampoco yo”. San Pablo dice: “Hijos míos, que yo de nuevo doy a luz en el dolor, hasta que Cristo esté formado en vosotros” (Gál 4,19).
Por tanto, cuando Jesús ocupa sólo una pequeña parte de nosotros, lo demás sigue siendo nuestro, pero cuando forma en nosotros su vida, como el niño que se forma en el seno de su madre, así Cristo se forma en nosotros hasta su plena madurez, y sucede entonces que sus ojos son nuestros ojos, su boca es nuestra boca, sus manos nuestras manos, su Corazón nuestro Corazón… Como dice el Siervo de Dios Mons. Luis María Martínez (que fue Arzobispo primado de México): “Algunos me dirán que no soy manso y humilde de corazón como Tú; ese es mi corazón viejo, ¿pero qué tal el nuevo?”
Perdemos así realmente nuestra vida (ante todo la perdemos de vista) y en su lugar se realiza la Vida de Jesús, y entonces, si camino, es Jesús el que camina y quien me toca, toca al Verbo. Así El quiere estar realmente presente, oculto en nosotros y nosotros ocultos en El. Como le dice a Luisa: “Hija mía, para que el alma pueda olvidarse de sí misma, debería hacer de forma que todo lo que hace y que le es necesario, lo haga como si Yo quisiera hacerlo en ella. Si reza, debería decir: «Jesús quiere rezar y yo rezo con El». Si debe trabajar: «es Jesús que quiere trabajar», «es Jesús que quiere caminar», «es Jesús que quiere comer, que quiere dormir, que quiere levantarse, que quiere divertirse», y así todo lo demás de la vita, excepto los errores. Sólo cosí el alma puede olvidarse de sí misma, porque no sólo lo hará todo porque lo quiero Yo, sino que, porque lo quiero hacer Yo, Me necesita” (Vol. 11°, 14-08-1912).
En conclusión: Señor, te doy por tanto mi corrompida voluntad humana, para dar espacio a la Tuya Divina, que ardentiemente quieres que reine en mi ser y en mi vida, para ser verdaderamente felices los dos, para vivir momento por momento Tú mi vida y yo la tuya: ¡Tú en mí y yo en Tí!
(“Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion” de Padre Pablo Martín Sanguiao)
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
Jesús y María: “No separe el hombre lo que Dios ha unido”
“El otro día, mientras rezando invocábamos insistentemente la Stma. Virgen con el título de Madre de la Eucaristía, el demonio se puso a decir:
«El y Ella son inseparables. No sabeis hasta qué punto invocarla significa invocarlo a El; son una sola cosa; El se la ha llevado toda entera. En el Cuerpo y Sangre del Hijo está también el cuerpo y sangre de la Madre. No podía ser de otra manera, se ha formado en Ella. ¿Conoceis la biología? ¿Sabeis lo que es el ADN? Ellos son una sola cosa. El ha nacido de Ella y Ella ha nacido de El. Nunca han estado separados. Siempre han estado unidos. Antes de que Ella lo concibiera, El ya estaba en Ella; antes de que El naciera, Ella ya estaba en El. Ella ha sido la primera que se ha dado. El llevaba en sí la sangre y la carne de esa mujer maravillosa, demasiado maravillosa para ser soportable por nosotros y no podemos nada contra Ella. Cuando celebrais eso que llamais misa Ella está con El».” (De un exorcismo citado en el libro “La Virgen María y el diablo en los exorcismos”, del P. Francesco Bamonte).
Sí, es muy cierto; pero no dice la razón, el por qué de ese prodigio: es la Divina Voluntad, única e indivisible, de las Tres Divinas Personas, única e indivisible en la Madre y en el Hijo. El Prodigio parte de la Eternidad –como dice la Iglesia: “en un único decreto eterno de predestinación”–, pero Dios no lo ha impuesto a la Virgen, es Ella la que lo ha acogido desde el principio: “el Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6,63).
La más amplia y profunda explicación nos la da el Señor, en los Escritos de la Pequeña Hija de la Divina Voluntad, la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta:
Mientras rezaba (…) me decía: “¿Cómo es posible que Jesús haya podido separarse de su Mamá querida y Ella de Jesús?”, y el bendito Jesús me ha dicho:
“Hija mía, desde luego que no podía haber separación entre mi dulce Mamá y Yo. La separación fue sólo aparente. Ella y Yo estabamos fundidos el uno en el otro, y era tal y tanta la fusión, que Yo me quedé con Ella y Ella vino conmigo; de manera que se puede decir que fue una especie de bilocación. Eso sucede también a las almas, cuando estan de verdad unidas conmigo; y si cuando rezan hacen entrar en sus almas como vida la oración, sucede una especie de fusión o de bilocación: Yo, donde quiera que esté, las llevo conmigo y Yo me quedo con ellas.
Hija mía, tú no puedes comprender bien lo que mi Madre querida fue para Mí. Yo, al venir a la tierra, no podía estar sin Cielo, y mi Cielo fue mi Mamá. Entre Ella y Yo pasaba tal electricidad, que ni siquiera un pensamiento se le escapaba a mi Madre que no lo tomase de mi mente; y ese tomar de Mí la palabra, la voluntad, el deseo, la acción y el paso, es decir, todo, formaba en ese Cielo el sol, las estrellas, la luna y todos los goces posibles que puede darme la criatura y que ella misma puede gozar. ¡Oh, cómo me complacía en ese cielo! ¡Oh, cómo me sentía satisfecho y compensado por todo! Hasta los besos que me daba mi Mamá contenían el beso de toda la humanidad y me devolvían el beso de todas las criaturas. En todas parte me la sentía, a mi dulce Mamá. Me la sentía en el respiro y, si era jadeante, me lo aliviaba. Me la sentía en el Corazón y, si estaba amargado, me lo endulzaba. Me la sentía en mis pasos y, si eran cansados, me daba fuerza y descanso… ¿Y quién puede decirte como me la sentía en la Pasión? En cada latigazo, en cada espina, en cada llaga, en cada gota de mi Sangre, en todo me la sentía y me hacía de verdadera Madre… Ah, si las almas me correspondieran, si todo lo tomaran de Mí, ¡cuántos cielos y cuántas madres tendría en la tierra!” (Vol. 11°, 09-05-1913)
“Hija mía, mi Mamá y Yo eramos como dos gemelos nacidos en el mismo parto, porque no teníamos mas que una sola Voluntad que nos daba la vida. El «FIAT» Divino ponía en común nuestros actos, de modo que el Hijo se reflejaba en la Madre y Ella se reflejaba en el Hijo. Así que el reino de la Voluntad Divina estaba en pleno vigor, tenía su perfecto dominio en Nosotros…” (Vol. 23°, 09-02-1928)
“¿Por qué la Reina Celestial es verdadera Madre para mí? Porque poseía la Vida de mi «FIAT» Divino. Sólo eso le podía suministrar el gérmen de la fecundidad divina, para concebirme en su seno y hacerme su hijo. Por tanto, sin mi Divina Voluntad, Ella no habría podido absolutamente ser mi Madre, porque nadie más, ni en el Cielo ni en la tierra, posee ese gérmen de la fecundidad divina, que hace concebir nada menos que el Creador en la criatura. Ya ves como mi Querer Divino me formó la Madre y me hizo su Hijo.” (Vol. 24°, 02-09-1928)
“Hija mía, estoy comportandome contigo como me comporté con mi Mamá: durante mi vida vivimos siempre juntos, menos los tres días en que me perdió, que en todo lo demás donde estaba la Madre, se encontraba el Hijo y donde estaba el Hijo se hallaba la Madre; eramos inseparables. Cuando luego llegó el cumplimiento de la Redención, teniendo que irme Yo a mi vida pública, nos separamos, si bien la Voluntad única que nos animaba nos tenía siempre identificados juntos, pero es cierto que nuestras personas se hallaban lejos, uno en un sitio y el otro en otro, y no sabiendo estar y no pudiendo estar demasiado tiempo separados –porque el verdadero amor siente la irresistible necesidad de descansar uno en el otro, de confiarse sus secretos, el resultado de sus empresas y sus dolores–, unas veces hacía Yo mis pequeñas escapadas para volver a verla, y otras la Reina y Madre salía de su nido para ver de nuevo a su Hijo que desde lejos la hería, y de nuevo nos separabamos para llevar a cabo la obra de la Redención…” (Vol. 24°, 20-06-1928)
(…) La Reina Soberana, llena de bondad y de ternura, me ha dicho: “Hija mía querida, has de saber que Yo soy la portadora de Jesús. Eso fue un don que el Ser Supremo me entregó, y cuando estuvo seguro de que Yo tenía gracia, amor, poder y la misma Voluntad Divina para tenerlo custodiado, defendido, amado, entonces me entregó el don, es decir, el Verbo Eterno, y se encarnó en mi seno, diciendome: «Hija nuestra, te entregamos el gran don de la Vida del Hijo Dios, para que seas su dueña y lo des a quien tú quieras; mas sabe tenerlo defendido, nunca lo dejes solo con cualquiera a quien se lo des, para suplir si no lo aman, para repararlo si lo ofenden. Haz que nada falte a la decencia, a la santidad, a la pureza que le es debida. Sé atenta, es el don más grande que te entregamos y te damos el poder de bilocarlo todas las veces que quieras, para que quien lo quiera pueda recibir este gran don y poseerlo.
Ahora bien, este Hijo es mío, es don mío, y como mío conozco sus secretos amorosos, sus ansias, sus suspiros, pero tanto, que llega a llorar y sollozando me dice: «Mamá mía, dame a las almas, quiero las almas». Yo quiero lo que El quiere; puedo decir que suspiro y lloro con El, porque quiero que todos posean a mi Hijo, pero debo poner a salvo su vida, el gran don que Dios me entregó. Por eso, si desciende Sacramentado en los corazones, Yo desciendo junto con El como garantía de mi don. No puedo dejarlo solo, pobre Hijo mío; si no tuviese a su Madre que desciende con El, ¡cómo me lo maltratarían! Por quien no le dice un «te amo» de corazón yo debo amarlo, por quien lo recibe distraido, sin pensar al gran don que recibe, yo me vuelco sobre El para que no sienta sus distracciones y frialdades, por quien llega a hacerle llorar, debo consolarlo y hacer dulces reproches a la criatura, para que no me lo haga llorar. ¡Cuántas escenas conmovedoras suceden en los corazones que lo reciben Sacramentado! Hay almas que nunca se cansan de amarlo, y yo les doy mi amor y también el suyo para que lo amen. Son escenas de Cielo y los mismos ángeles quedan extasiados y nos consolamos de las penas que nos han dado las demás criaturas.
¿Pero quien puede decirte todo? Soy la portadora de Jesús, y El no quiere ir sin mí, tanto que cuando el Sacerdote va a pronunciar las palabras de la Consagración sobre la Hostia Santa, hago alas con mis manos maternas, para que descienda através de mis manos para consagrarse, y así, si manos indignas lo tocan, Yo le haga sentir las mías que lo defienden y lo cubren con mi amor. Pero no basta; estoy siempre atenta para ver si quieren a mi Hijo, tanto que si algún pecador se arrepiente de sus graves pecados y la luz de la gracia amanece en su corazón, yo enseguida le llevo Jesús para confirmarle el perdón, y yo me ocupo de todo lo que hace falta para hacer que se quede en ese corazón convertido.
Soy la portadora de Jesús y lo soy porque poseo en mí el reino de su Voluntad Divina. Ella me revela quien lo quiere y yo corro, vuelo para llevarselo, sin dejarlo nunca. Y no sólo soy la portadora, sino espectadora, escuchando lo que hace y dice a las almas. ¿Crees tú que yo no estaba presente escuchando tantas lecciones que mi Hijo querido te daba sobre su Divina Voluntad? Yo estaba presente, escuchaba palabra por palabra lo que te decía, y en cada palabra yo dabas las gracias a mi Hijo y me sentía doblemente glorificada, porque hablaba del reino que Yo ya poseía, que era toda mi fortuna y la causa del gran don de mi Hijo. Y al verlo hablar, Yo veía injertada la fortuna de mis hijos en la mía; ¡oh, qué alegría! Todas las lecciones que te ha dado, y más todavía, ya estan escritas en mi Corazón, y al ver que te las repite, Yo gozo un Paraíso más por cada lección; y todas las veces que no estabas atenta y te olvidabas, Yo pedía perdón por tí y le pedía que repitiera sus lecciones, y El, para acontentarme, porque no sabe negarle nada a su Madre, te repetía sus bellas lecciones.
Hija mía, Yo estoy siempre con Jesús, aunque a veces me escondo en El y parece que El hace todo como si lo hiciera sin mí, mientras que Yo estoy dentro, tomo parte a todo y estoy al corriente de lo que hace. Otras veces se esconde en su Madre y me hace que Yo haga, pero siempre El lo hace conmigo. Otras veces nos manifestamos los dos juntos y las almas ven a la Madre y al Hijo que las aman tanto, según las circunstancias y el bien de ellas que necesitan, y muchas veces el amor que no podemos contener nos hace llegar a excesos por ellas. Pero ten la seguridad de que si está mi Hijo, estoy Yo, y que si estoy Yo, está mi Hijo. Es la misión que me dió el Ser Supremo, de la cual Yo no puedo ni quiero retirarme. A mayor razón que estos son los gozos de mi Maternidad, el fruto de mis dolores, la gloria del reino que poseo, la Voluntad y el cumplimiento de la Trinidad Sacrosanta.” (Vol. 34°, 28-05-1937)
(“Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion” de Padre Pablo Martín Sanguiao)
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín
El verdadero amor consiste en hacer la Voluntad de Dios: no es necesario sentirlo, sino hacerselo sentir a El
“Entonces se acercó uno de los escribas que les había oido discutir, y, viendo como les había respondido bien, le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel. El Señor Dios nuestro es el único Señor; amarás por tanto al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu fuerza. Y el segundo es este: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más importante de estos». Entonces el escriba le dijo: «Has dicho bien, Maestro, y conforme a la verdad que El es único y no hay ninguno mas que El; amarlo con todo el corazón, con toda la mente y con toda la fuerza y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y los sacrificios». Jesús, viendo que había contestado con sabiduría, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevía ya a interrogarlo.” (Mc 12, 28-34)
Parece extraño que el amor sea un mandamiento: ¿como se explica? El amor es el vínculo natural, vital, que une por ejemplo a una madre con su hijito. No hace falta aprenderlo ni ordenarlo. Está en la naturaleza misma de las cosas que un padre verdadero, al engendrar a su hijo, engendre al mismo tiempo el amor, por lo que ambos sienten este vínculo, este pertenecerse mutuamente.
“En el amor no hay temor, por el contrario el amor perfecto quita todo temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor” (1a Jn 4,18). Mientras que la reacción de Adán ante Dios fue: “He oído tus pasos en el jardín: he sentido miedo, porque estoy desnudo, y me he escondido” (Gén 3,10). Se había roto el vínculo del amor, el vínculo que le hacía sentirse hijo amado. Antes de había vuelto tibio, en él se había enfriado el amor y por eso fue fácil para él desobedecer. Ya no se sentía hijo, es más, vio a Dios –según el engaño del demonio– como un extraño, como un obstáculo para realizarse. Tuvo miedo de Dios, como si Dios fuera un peligro y pudiera hacerle mal… Eso no es el santo temor de Dios, que es tener conciencia de Quién es El y qué cosa somos nosotros, conciencia de su Majestad infinita, de su derecho, de nuestra total pertenencia a El y dependencia de El. Todo pecado nace siempre de un amor que se ha enfriado, de un amor que ha faltado, se convierte en un amor negado, es un vínculo roto, un puente roto, y se convierte en dolor.
Lo explica el Señor en los Escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta:
“…¿Quieres tú saber por qué ADÁN pecó? Porque se olvido de que Yo lo amaba y se olvidó de amarme. Eso fue el punto de partida de su culpa. Si hubiera pensado que Yo lo amaba tanto y que él tenía el deber de amarme, nunca se habría decidido a desobedecerme, de forma que primero cesó el amor y luego empezó el pecado. Y al dejar de amar a su Dios cesó el verdadero amor a sí mismo; sus mismos miembros y facultades se le rebelaron; perdió el dominio, el orden, y se llenó de miedo. No sólo eso, sino que cesó el verdadero amor hacia las demás criaturas, mientras que Yo lo había creado con el mismo amor que reina entre las Divinas Personas, que uno debía de ser la imagen del otro, la felicidad, la alegría y la vida del otro. Por eso, cuando vine a la tierra, la cosa a la que dí mayor importancia fue que se amaran uno a otro como eran amados por Mí, para darles mi primer amor, para que viviera en la tierra el Amor de la Stma. Trinidad…” (Vol. 16°, 06-09-1923).
Por eso Dios ha tenido que presentarlo en forma de mandamiento. En el paraíso terrenal, antes del pecado, no había mandamientos, no hacían falta. Ni siquiera el primero. El amor del hombre a su Creador, el amor de Adán al Padre divino era su vida. Como lo es la respiración: “me amas – te amo”, continuamente. El Señor quiere llevarnos a aquel estado en el que Adán fue creado.
Por eso en la última Cena dijo: “El que acoge mis mandamientos y los observa, me ama. El que me ama será amado por mi Padre y también Yo lo amaré y me manifestaré a él… Si uno me ama, observará mi palabra y mi Padre lo amará y Nosotros vendremos a él y viviremos en él. El que no me ama no observa mis palabras” (Jn 14,21-24). “Si observais mis mandamientos, permanecereis en mi amor, como Yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). “Este es mi mandamiento: que os ameis los unos a los otros, como Yo os he amado. Nadie tiene un amor más grande que este: dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si haceis lo que Yo os mando” (Jn 15,12-14).
En esto consiste el amor, en hacer la Voluntad de Dios. No es necesario sentirlo, sino hacerselo sentir a El. Sin duda, cuando amamos es normal sentirlo sensiblemente, pero eso es sólo una consecuencia. Sentir no depende de nosotros; de nosotros depende el querer. Por eso es nuestra intención lo que determina y da el verdadero valor a lo que hacemos. Para saber si amamos debemos preguntarnos: ¿por qué hago esto? O mejor aún: ¿por quién lo hago? Como Jesús, que viniendo al mundo ha dicho: “…Héme aquí, que vengo –porque de Mí está escrito en el volumen del libro– para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Heb 10,7). “Vengo para hacer tu Voluntad”: eso es su Amor de Hijo.
Eso es lo que nosotros debemos hacer. Diciendole al Señor: quiero hacer todo según tu Voluntad, quiero hacer mía tu Voluntad, quiero hacerla por Tí, contigo, como Tú, en Tí. Por Tí la hago, para agradarte, para darte gloria. Pero yo solo no soy capaz, no puedo hacer nada, por tanto contigo quiero hacerla. Más aún, en Tí, en tu Corazón, con tu mismo Querer Divino en el que cada cosa se hace infinita, eterna, divina, digna de Tí, ¡TUYA!
A su Amor le debemos todo; por eso le debemos corresponder con todo nuestro amor: “En esto consiste el amor: no hemos sido nosotros los que amamos a Dios, Sino es El quien nos ha amado a nosotros y ha mandado a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados”. (1a Jn 4,10).
(“Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion” de Padre Pablo Martín Sanguiao)
Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion
Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.
En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.
P. Pablo Martín