Maria

El mal y el remedio del mal

Algunas almas pías se confunden diciendo: “Dios no puede querer el mal, por tanto no pudo haber querido tampoco la cruz para el Hijo… La cruz es signo del Amor de Dios, sin duda, signo de salvación, en cuanto que por amor hasta el extremo, Jesús la ha abrazado; para darnos la vida ha tomado lo que la maldad humana le presentó, pero no podía quererlo el Padre, que quiere sólo el bien”.

Esta afirmación parte de una idea falsa. El error está en suponer que la Cruz de Cristo sea un mal. No es la Cruz la que ha santificado a Cristo, sino Cristo es el que ha santificado y transfigurado la Cruz. Las cruces que no son la de Cristo son, sin duda, un mal, pero la que sólo por amor el Padre ha pedido al Hijo y el Hijo ha pedido ardientemente al Padre, cruz que es “la suma” de todos los males, se ha convertido en “la fuente” de todos los bienes.

¿“Por amor” a quién? A nosotros.

¿Por qué? Porque desde la eternidad el Padre nos ve y nos ama como algo que Le pertenece, como fruto de su Amor; porque nos ve y nos ama como miembros de su Hijo, porque el Verbo Encarnado es “el molde” en el que nos ha creado…
De esa forma, encarnandose, “ha concebido en Sí” a todas las criaturas, “toda la estirpe de Adán” (cfr. Hebreos, 2,16-17), asumiendo todo el peso de iniquidad, de ofensas a Dios, con todas sus consecuencias. Mi verdadera vida, instante por instante, ha sido concebida en la Suya (por eso la Suya es “el Libro de la Vida”); pero yo, usando mal mi libre albedrío, he deformado muchos de esos instantes, de mis actos de existencia.

Jesús, encarnandose, ha encontrado esos daños míos y los ha tomado como suyos: esa es la razón de todos sus dolores en su Pasión. Cada llaga mía (que es un mal que Dios no quiere sino que odia) la ha tomado como suya y de esa forma se ha convertido para mí en un bien de valor eterno, de gloria infinita.

El mal es el pecado, mientras que el remedio del mal es la Cruz de Cristo: ¡no confundamos las cosas! Jesús no se ha hecho “serpiente”, como alguien ha dicho, blasfemando, sino que se ha hecho clavar en la Cruz como si El fuera aquella “serpiente” de bronce que Moisés levantó en el desierto (cfr Jn 3,14; 8,28).

El mal (que es el pecado con todas sus consecuencias, hasta la última, que es la muerte) Dios lo permite, sí, pero lo detesta absolutamente; por el contrario, la Cruz de Cristo no sólo la permite, sino que la quiere positivamente, con infinito amor. Y nuestras cruces, que Dios nunca hubiera querido para sus criaturas, las permite y las soporta con el único fin de que, gracias a nuestra fidelidad y buena voluntad (al buen uso de nuestra libertad), se puedan injertar en la Cruz de su Hijo, para darnos el fruto de la purificación, de la salvación, de la santidad y así participar en la salvación de nuestros hermanos: “me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24: la corredención).


Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion

Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.

En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.

P. Pablo Martín

Jesús queria ser desnudado para sufrir la desnudez del hombre cuando se despojó de la vestidura real de la Divina Voluntad

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “Hija mía, ¿quieres saber por qué fui desnudado cuando me azotaron?  En cada misterio de mi pasión primero me ocupé en reparar la ruptura entre la voluntad humana y la Divina y luego de las ofensas que produce esa ruptura. Es que el hombre, cuando en el Edén rompió los vínculos de la unión de la Voluntad Suprema con la suya, se despojó de la vestidura real de mi Voluntad y se vistió con los miserables harapos de la suya, débil, inconstante, incapaz de hacer ningún bien. Mi Voluntad era para él un dulce encanto que lo tenía absorto en una luz purísima que no le dejaba conocer más que a su Dios, de quien había salido, el cual no le daba más que dichas sin número, y tan absorto estaba en tanto como le daba su Dios, que no pensaba en sí para nada. Oh, qué felíz era el hombre y cuánto gozaba la Divinidad dándole tantas partículas de su Ser, en la medida que la criatura es capaz de recibirlas, para hacerla semejante a Dios. Así que, apenas rompió la unión entre nuestra Voluntad y la suya, perdió la vestidura real, perdió el encanto, la luz, la felicidad; se miró a sí mismo sin la luz de mi Voluntad y, al verse sin el encanto que lo tenía absorto, se conoció, sintió vergüenza, tuvo miedo de Dios, tanto que la misma naturaleza sintió sus tristes efectos, sintió el frío, la desnudez y la urgente necesidad de cubrirse. E igual que nuestra Voluntad lo   tenía sumido en dichas inmensas, así la suya lo sumió en un abismo de miserias.

Nuestra Voluntad era todo para el hombre y en ella encontraba todo. Era justo que, habiendo salido de Nosotros y viviendo como tierno hijo nuestro en nuestro Querer, viviera  de lo nuestro, y ese Querer debía sustituir a todo lo que a él le hiciera falta. Por tanto, en el momento que quiso vivir de su propio querer, tuvo necesidad de todo, porque el querer humano no es capaz de poderse sustituir a todas las necesidades, ni tiene en sí la fuente del bien; por eso se vió obligado a procurarse con fatiga las cosas necesarias para la vida. ¿Ves entonces qué significa no estar unido a mi Voluntad?  ¡Oh, si todos lo conocieran, oh, cómo tendrían un único suspiro, que mi Querer venga a reinar en la tierra!  De manera que si Adán no se hubiera separado de la Voluntad Divina, su naturaleza no habría tenido tampoco necesidad de vestirse, no habría sentido la vergüenza de su desnudez, ni habría estado sujeto a sufrir el frío, el calor, el hambre, la debilidad. Pero esas cosas naturales eran casi nada, eran más bien símbolos del gran bien que había perdido su alma.

Así que, hija mía, antes de ser atado a la columna para ser azotado, quise ser desnudado para sufrir y reparar la desnudez del hombre cuando se despojó de la vestidura real de mi Voluntad. Sentí tanta vergüenza y pena al verme así desnudo, en medio de enemigos que se burlaban de Mí, que lloré por la desnudez del hombre y ofrecí a mi Padre Celestial mi desnudez, para hacer que el hombre fuera revestido de nuevo con la vestidura real de mi Voluntad. Y como precio, para que no se me negara eso, ofrecí mi sangre, mis carnes arrancadas a jirones. Me hice despojar, no sólo de mis ropas, sino hasta de mi piel, para poder pagar el precio y satisfacer por el delito de esa desnudez del hombre. Derramé tanta sangre en ese misterio, como no la derramé en ningún otro; tanto que bastaba para cubrirlo como con una segunda vestidura, vestidura de sangre, para cubrirlo de nuevo y así calentarlo y lavarlo, para prepararlo a recibir la vestidura real de mi Voluntad”.

Yo, al oir eso, sorprendida, he dicho: “Amado Jesús mío, ¿cómo puede ser posible que el hombre, con separarse de tu Voluntad, tuviera necesidad de vestirse, sintiera vergüenza, miedo? Por otra parte, Tú hiciste siempre la Voluntad del Padre Celestial, eras una sola cosa con El, tu Madre no conoció nunca su querer, y sin embargo tuvisteis necesidad de ropas, de alimento, sentisteis el frío y el calor…”

Y Jesús ha añadido: “Y sin embargo, hija mía, así es, sin duda. Si el hombre sintió vergüenza de su desnudez y se vió sujeto a tantas miserias naturales, fue precisamente porque perdió el dulce encanto de mi Voluntad; y a pesar de que el mal lo hizo el alma, no el cuerpo, éste sin embargo indirectamente fue como cómplice de la mala voluntad del hombre, la naturaleza quedó como profanada por su mala voluntad. Por lo tanto, una y otro debían sentir la pena del mal cometido…”  (16° Vol., 14.01.1924)

Dios creó el verdadero Edén personal en el alma y en el cuerpo del hombre, paraíso todo celestial

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “… Al crear al hombre, el primer trabajo tanto en el alma cuanto en el cuerpo lo hizo mi Divino Padre: ¿cuántas armonías, cuánta felicidad no formó con sus propias manos en la naturaleza humana? Todo es armonía en el hombre y felicidad. Tan sólo la parte externa, ¿cuántas armonías y felicidad no contiene? El ojo ve, la boca expresa, los pies caminan, mientras que las manos obran y toman las cosas donde han llegado los pies. Si los ojos pudieran ver y no tuviera la boca para expresarse, si tuviera los pies para andar y no tuviera las manos para obrar, ¿no sería una infelicidad, una desarmonía en la naturaleza humana?

Y luego, las armonías y la felicidad del alma humana, la voluntad, el entendimiento, la memoria, ¿cuántas armonías y felicidad no contienen? Basta decir que son fruto de la felicidad y armonía del Eterno. Dios creó el verdadero Edén personal en el alma y en el cuerpo del hombre, paraíso todo celestial, y luego le dió como morada el paraíso terrenal. Todo era armonía y felicidad en la naturaleza humana y, a pesar de que el pecado trastornó esa armonía y felicidad, no destruyó por completo todo el bien que Dios había creado en el hombre. De manera que, como Dios creó con sus propias manos toda la felicidad y la armonía en la criatura, así creó en Mí todos los dolores posibles, para compensar la ingratitud humana y hacer salir del mar de mis dolores la felicidad perdida y el acorde de la armonía trastornada…” (15° Vol., 29.05.1923)

“Hija mía, mi Voluntad es todo y contiene todo, y además es principio, medio y fin del hombre. Por eso, al crearlo no le dí una ley, ni instituí sacramentos, sino que le dí tan sólo mi Voluntad, porque estando el hombre en el principio de ella, es más que suficiente para hallar todos los medios para alcanzar, no una santidad baja, sino la altura de la santidad divina, y así encontrarse en el puesto que es su fin. Eso significa que el hombre no debía tener necesidad de nada, sino sólo de mi Voluntad, en la que debía encontrar todo de un modo sorprendente, admirable y fácil para ser santo y felíz en el tiempo y en la eternidad; y si le dí una ley después de siglos y siglos de haberlo creado, fue porque el hombre había perdido su principio y por tanto había perdido los medios y el fin. Así que la ley no fue principio, sino medio…”  (17° Vol., 10.06.1924)

“¡Pobre creatura, qué pequeño es su puestecito! … ¿Pero sabes tú quién hace voluble a la pobre criatura? La voluntad humana la hace voluble en el amor, en los gustos, en el bien que hace. La voluntad humana es como un viento impetuoso que a cada soplo mueve la criatura como una caña hueca, a la derecha, a la izquierda. Por eso al crearla quise que viviera de mi Voluntad, para que deteniendo ese viento impetuoso de la voluntad humana, la hiciera firme en el bien, estable en el amor, santa en el obrar. Quería hacerle vivir en el inmenso territorio de mi inmutabilidad; pero la criatura no se conformó, quiso su pequeño puestecito y se hizo la burla de sí misma, de los demás y de sus mismas pasiones. Por eso ruego, suplico a la criatura que tome esta Voluntad mía, que la haga suya, para que vuelva a aquella Voluntad inmutable de la que se salió, para que no siga siendo voluble, sino estable y firme. Yo no he cambiado, la espero, la suspiro, la quiero siempre en mi Voluntad”.  (17° Vol., 27.11.1924)

Para hacer la Redención Jesús necesitó una Madre Virgen en la que reinase la Divina Voluntad

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “Hija mía, todo estaba establecido, la época y el tiempo, tanto de la Redención como el de dar a conocer mi Voluntad sobre la tierra para que reine. Estaba establecido que mi Redención tenía que servir como medio y ayuda. Ella no había sido el principio del hombre, sino que surgió como medio despues de que el hombre se alejó de su principio. Por el contrario, mi Voluntad fue el principio del hombre y el fin en el que se ha de encerrar. Todas las cosas tienen su principio a partir de mi Voluntad y todo debe volver a Ella, y si no todas en el tiempo, en la eternidad nadie se le podrá escapar, por lo cual, también por este motivo, el primado es siempre de mi Voluntad.

Pues bien, para formar la Redención Yo tenía necesidad de una Madre Virgen, concebida sin la sombra de la mancha original, pues teniendo que vestirme de humana carne, era decoroso para Mí, Verbo Eterno, que no recibiera una sangre infecta para formar mi Stma. Humanidad.

Ahora, para hacer conocer mi Voluntad para que reine, no hace falta que Yo Me forme una segunda madre según el orden natural, sino más bien Me hace falta una segunda madre según el orden de la gracia, pues para hacer que reine mi Voluntad no necesito otra Humanidad, sino dar tales conocimientos de Ella, que las criaturas, atraídas por sus prodigios, por su belleza y santidad y por el bien grandísimo que deriva para ellas, puedan con todo amor someterse a su dominio. Por eso, eligiéndote para la misión de mi Querer, según el orden natural te he tomado de la estirpe común, pero por decoro de mi Voluntad, según el orden de la gracia, Te tenía que elevar tanto, que en tu alma no quedara ninguna sombra infecta, por la cual mi Voluntad pudiera sentir repugnancia a reinar en tí.

Como hacía falta la sangre pura de la Virgen Inmaculada para formar mi Humanidad, para poder redimir al hombre, así hacía falta la pureza, el candor, la santidad, la belleza de tu alma para poder formar en tí la Vida de mi Voluntad. Y como con haber formado mi Humanidad en el seno della mi Madre, esta Humanidad se dió a todos –se entiende, a aquellos que Me quieren– como medio de salvación, de luz, de santidad, así esta vida de mi Voluntad formada en tí se dará a todos, para darse a conocer y tomar su dominio. Si hubiese querido liberarte de la mancha de origen, como a mi Madre Celestial, para hacer que mi Voluntad tuviese vida en tí, nadie se habría procupado de que mi Querer reinase en él; habrían dicho: «Hace falta ser una segunda madre de Jesús, tener sus privilegios, para hacer que reine la vida de la Voluntad Suprema en nosotros». Por el contrario, conociendo que eres una de su estirpe, concebida como ellos, queriéndolo, también ellos con la ayuda de su buena voluntad podrán conocer la Voluntad Suprema, lo que tienen que hacer para que reine en ellos, el bien que supone para ellos, la felicidad terrestre y celestial preparada de modo diferente para los que hagan reinar mi Voluntad…” (19°,6-6-1926)

Adán al principio de su existencia experimentó lo que significa vivir del Querer de su Creador

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “Hija mía, he querido orar contigo para hacerte más fuerte en mi Voluntad y darte la gracia de hallarte ante la Majestad Suprema en el acto de la creación   del hombre, y como lo dotamos de todos los bienes y su voluntad era nuestra y la Nuestra era suya, todo era armonía entre él y Nosotros. Lo que quería lo tomaba de Nosotros; tomaba santidad, sabiduría, potencia, felicidad, etcétera; era nuestro prototipo, nuestro retrato, nuestro hijo felíz. De manera que Adán  al principio de su existencia tuvo una época en que cumplía maravillosamente el fín para el que fue creado, experimentó lo que significa vivir del Querer de su Creador; éramos mútuamente felices al ver reproducir en nuestra imagen nuestros mismos actos. Pero al romper su voluntad con la Nuestra, quedó separado de Nosotros.

Por tanto los primeros actos del hombre estan en nuestra Voluntad, y Yo no quiero de tí, sino que vengas en nuestro Querer para continuar desde donde Adán interrumpió, para poder vincular en tí todas las armonías que él rompió.   E igual que esta primera criatura, habiendo sido creado por Nosotros como cabeza de toda la familia humana, al separarse de nuestro Querer causó la infelicidad a todos, así tú, con venir a proseguir desde donde él dejó, te constituimos cabeza de todos, por lo tanto portadora de aquella felicidad y bienes que habían sido preparados para todos, si hubieran vivido en nuestro Querer”.  (15° Vol., 25.04.1923)

“…Sólo mi Voluntad puede poner al seguro y custodiar celosamente todos los bienes que quiero darle a la criatura. Fuera de mi Voluntad mis bienes estan siempre en peligro y mal custodiados, mientras que en ella Yo doy abundantemente y le doy a una lo que debería dar a todas. Por eso quiero vincular en tí a toda la Creación, quiero ponerte en el primer momento de la creación del hombre. Yo acostumbro a tratar personalmente con una sola criatura lo que quiero darle y lo que quiero de ella, y luego hacer que de ella provengan los bienes a los demás. 

Ah, hija mía, Yo había creado al hombre como una flor que debía crecer, colorarse, perfumarse en mi misma Divinidad. Al separarse de mi Voluntad, a él le pasó como a una flor que es arrancada de una planta: mientras que está en la planta la flor es bella, viva en su color, fragrante en su perfume; arrancada de la planta se marchita, pierte su color, se vuelve fea y llega a dar mal olor. ¡Qué triste suerte fue la suya y qué dolor para Mí, que con tanto amor quería cultivar esa flor en mi Divinidad para deliciarme y recrearme con ella! Ahora, con mi omnipotencia, quiero hacer que de nuevo florezca esa flor arrancada, trasplantandola otra vez en el seno de mi Divinidad, pero quiero un alma que quiera vivir en el seno de mi Querer. Ella será la semilla que se prestará y mi Voluntad hará todo lo demás; así volverán mis delicias en la Creación, me recrearé con esa mística flor y me recuperaré de la Creación.” (15° Vol., 08.05.1923)

María es Madre por derecho. Toda la Redención le fue encomendada y Ella la hizo fructificar

Jesús a Luisa:“Hija mía, mi inseparable Madre, para concebirme a Mí, Verbo Eterno, fue enriquecida con mares de gracia, de luz y de santidad por la Suprema Majestad, y Ella hizo tales y tantos actos de virtud, de amor, di oraciones, de deseos y de ardientes suspiros, que superó todo el amor, virtudes y actos de todas las generaciones, necesarios para obtener el suspirado Redentor.

Así pues, cuando ví en la Reina Soberana el amor completo de todas las criaturas y de todos los actos que hacían falta para merecer que el Verbo fuera concebido, y en Ella encontré la correspondencia del amor de todos, nuestra gloria reintegrada, todos los actos de los redimidos e e incluso de aquellos a los que mi Redención había de servir de condena por su ingratitud, entonces mi Amor hizo su último desahogo y Me encarné. Por eso, el derecho al nombre de Madre es connatural a Ella, es sagrado, porque abrazando todos los actos de todas las generaciones, sustituyéndose a todos, fue como si los diera a luz a todos, a una nueva vida, de sus entrañas maternas.

Ahora bien, tú has de saber que cuando hacemos nuestra obra, a la criatura elegida para eso y a quien es encomendada le tenemos que dar tanto amor, luz y gracia, que pueda darnos toda la correspondencia y la gloria de la obra que se le ha confiado. Nuestra Potencia y Sabiduría no se pondrían desde el principio de una obra nuestra en el banco de la criatura si estuviera en quiebra. De manera que nuestra obra ha de estar segura en la criatura llamada a ser como acto primero, y Nosotros tenemos que cobrar todos los intereses y la gloria equivalentes a nuestra obra encomendada. Y aunque luego nuestra obra fuera comunicada a las demás criaturas y por su ingratitud corriera el peligro de fracasar, para Nosotros es más tolerable, porque aquella a quien fue encomendada al principio Nos ha hecho cobrar todo el interés de los fallos de las otras criaturas. Por eso le dimos todo y recibimos todo de Ella, para que todo el capital de la Redención pudiera permanecer íntegro y por medio suyo nuestra gloria completada y nuestro amor correspondido.

(…) Y no se trataba de una obra cualquiera, de un pequeño capital, sino de la gran obra de la Redención y de todo el coste de valor infinito e incalculable del Verbo Eterno. Era obra única, no se podía repetir una nueva bajada del Verbo Eterno a la tierra y por eso teníamos que asegurarla en la Soberana Celestial. Y habiéndole encomendado todo y aún la misma Vida de un Dios, Ella, fiel a Nosotros, tenía que respondernos por todos, hacerse garante y responsable de esta Vida Divina que se le había confiado, como de hecho hizo.

Pues bien, hija mía, lo que hice y quise de mi Madre Celestial en la gran obra de la Redención, lo quiero hacer contigo en la gran obra del ‘Fiat’ Supremo. (…) ¿Acaso no soy Yo dueño de dar lo que quiero? ¿Es que quieres tú poner un un límite a mi obra completa que quiero encomendarte? ¿Qué dirías tú si mi Madre Celestial hubiera querido aceptar el Verbo Eterno sin sus bienes y los actos que se necesitaban para poderme concebir? ¿Habría sido eso verdadero amor e verdadera aceptación? Desde luego que no. ¿Así que tú quisieras mi Voluntad sin sus obras y sin los actos que le convienen?…” (19°, 18-5-1926)

El hielo de la ingratitud que Jesús halló al nacer

Encontrandome en mi habitual estado, mi dulce Jesús se hacía ver Niño, todo aterido por el frío, y arrojandose en mis brazos me ha dicho: “Qué frío, qué frío, calientame, por piedad, no me dejes que me hiele”.

Yo me lo he estrechado al corazón diciendole: “En mi corazón poseo tu Querer, así que su calor es más que suficiente para calentarte”.

Y Jesús todo contento: “Hija mía, mi Querer contiene todo y quien lo posee puede darme todo. Mi Voluntad fue todo para Mí: me concibió, me formó, me hizo crecer y me hizo nacer, y si mi Mamá querida contribuyó dandome la sangre, pudo hacerlo por mi Voluntad que tenía absorbida en Ella. Si no hubiese tenido mi Querer no habría podido contribuir a formar mi Humanidad, de modo que mi Volontad directa y mi Voluntad absorbida en mi Mamá me dieron la vida. Lo humano no tenía sobre Mí poder de darme nada, sino sólo el Querer Divino con su aliento me alimentó y me dió a luz.

¿Pero crees tú que fue el frío del aire lo que me heló? Ah, no, fue el frío de los corazones lo que me heló y la ingratitud lo que al momento de salir a la luz me hizo llorar amargamente. Pero mi Madre querida me calmó el llanto, aunque lloró también Ella; nuestras lágrimas se mezclaron juntas y dandonos los primeros besos nos desahogamos en amor. Sin embargo nuestra vida debía ser el dolor y el llanto, e hice que me pusiera en el pesebre para volver a llorar y a llamar con mis sollozos y mis lágrimas a mis hijos; quería enternecerles con mis lágrimas y mis gemidos para hacer que me escucharan.

¿Pero sabes tú quién fue después de mi Mamá la primera que llamé con mis lágrimas a mi lado en mi mismo pesebre, para desahogarme en amor? Fuiste tú, la pequeña hija de mi Querer. Tú eras tan pequeña que superaste a mi querida Mamá en pequeñez, tanto que pude tenerte junto a Mí en mi mismo pesebre y pude derramar mis lágrimas en tu corazón; pero esas lágrimas sellaron en tí mi Querer y te constituyeron hija legítima de mi Voluntad. Mi Corazón se llenó de alegría, viendo volver en tí, íntegro en mi Voluntad, lo que en la Creación mi Querer había hecho salir. Eso era para Mí importante e indispensable; al momento de salir a la luz de este mundo, debía poner de nuevo en vigor los derechos de la Creación y recibir la gloria, como si la criatura nunca se hubiera separado de mi Querer. Por eso, para tí fue mi primer beso y los primeros dones de mi edad infantil”.

Y yo: “Amor mío, ¿cómo pudo ser eso, si yo no existía entonces?”

Y Jesús: “En mi Voluntad todo existía y todas las cosas eran para Mí un punto solo. Te veía entonces como te veo ahora, y todas las gracias que te he dado no son más que confirmación de lo que desde la eternidad te había dado; y no sólo te veía a tí, sino que veía en tí a mi pequeña familia que habría vivido en mi Querer. ¡Qué contento me sentí! Ellos me enjugaban el llanto, me calentaban y, formando corona en torno a Mí, me defendían de la perfidia de las otras criaturas”.

Yo me he quedado pensativa y dudosa. Y Jesús: “¿Cómo, lo pones en duda? Yo no te he dicho todavía nada de las relaciones que hay entre el alma que vive en mi Querer y Yo. Por ahora te digo que mi Humanidad vivía del continuo desbordarse de la Voluntad Divina. Si diera un solo respiro que no estuviese animado por el Querer Divino, sería para Mí una vergüenza, como degradarme. Ahora, quien vive en mi Voluntad es la criatura más inmediata a Mí, y de todo lo que hizo y sufrió mi Humanidad es entre todos la primera que recibe los frutos y los efectos que mi Voluntad contiene.” (Vol 13°, 25 de Diciembre 1921)

Dios pudo gozar las alegrías de la Creación gracias a María, por eso Ella pudo concebir al Verbo

Jesús a Luisa: “Hija mía, las puras alegrías de la Creación, mis inocentes juegos con la criatura los he gozado, pero a intervalos, no en forma perenne, y las cosas, cuando no son estables y continuas, acrecientan aún más el dolor y hacen suspirar más por disfrutarlas de nuevo, y uno haría cualquier sacrificio por hacerlas permanentes.

En primer lugar gocé las puras alegrías de la Creación cuando, después de haber creado todo, creé al hombre, hasta que pecó (…) Por segunda vez gozamos las puras alegrías de la Creación cuando después de tantos siglos vino a la luz del día la Virgen Inmaculada. Habiendo sido preservada hasta de la sombra de la culpa y poseyendo nuestra Voluntad en toda su plenitud, no habiendo habido entre Ella y Nosotros, entre su voluntad y la Nuestra, sombra alguna de ruptura, Nos fueron restituidas las alegrías, nuestros juegos inocentes; en su regazo Nos trajo todas las fiestas de la Creación, y Nosotros le dimos tanto y nos divertimos tanto al darle, que en cada instante la enriquecimos con tantas nuevas gracias, nuevos contentos, nueva belleza, que no podía contener más. Pero la Emperadora criatura no permaneció mucho sobre la tierra, pasó al Cielo, y no hallamos otra criatura en el bajo mundo que perpetuase nuestra diversión y Nos diera las alegrías de la Creación. En tercer lugar gozamos de las alegrías de la Creación cuando Yo, el Verbo Eterno, bajé del Cielo y tomé mi Humanidad.

Ah, mi Madre querida, poseyendo la plenitud de mi Voluntad, había abierto las corrientes entre el Cielo y la tierra, había puesto todo de fiesta, Cielo y tierra, y la Divinidad, estando de fiesta por amor a esta santa criatura, Me hizo ser concebido en su seno virginal, dándole la Fecundidad Divina, para hacerme cumplir la gran obra de la Redención. Si no hubiera estado esta Virgen excelsa que tuvo el primado en mi Voluntad, que hizo vida perfecta en mi Querer, viviendo en El como si no tuviera la suya, y que haciendo así estableció la corriente de las alegrías de la Creación y nuestras fiestas, jamás el Verbo Eterno habría venido a la tierra a cumplir la Redención del género humano. Ya ves como la cosa más grande, más importante, más satisfactoria, la que más atrae a Dios, es el vivir en mi Querer, y el que vive en El vence a Dios y Le hace que conceda dones tan grandes que asombran Cielo y tierra y que durante siglos y siglos no se habían podido obtener.

¡Oh, cómo mi Humanidad, estando en la tierra y teniendo en sí la misma vida del Querer Supremo, que era inseparable de Mí, de un modo perfecto y completo dió a la Divinidad todas las alegrías, la gloria, la correspondencia de amor de toda la Creación, y la Divinidad se sintió tan felicitada que Me dió el primato sobre todo, el derecho a juzgar todas las gentes! ¡Oh, el bien que obtuvieron las criaturas sabiendo que un Hermano suyo, que tanto las amaba y que tanto había sufrido para ponerlas a salvo, tenía que ser su juez! La Divinidad, al ver contenido en Mí todo el fin de la Creación, como si se despojara de todo, Me concedió todos los derechos sobre todas las criaturas.

Pero mi Humanidad pasó al Cielo y no quedó en la tierra quien perpetuase el vivir del todo en el Querer Divino y que, elevándose sobre todo y todos en nuestra Voluntad, Nos diera las puras alegrías y Nos hiciera continuar nuestras inocentes diversiones con una criatura terrestre. Así que nuestras alegrías quedaron interrumpidas, nuestro juego cortado sobre la faz de la tierra” (…)

“… Ves, ya han pasado veinte siglos desde que las verdaderas, las plenas alegrías de la Creación fueron interrumpidas, porque no hemos hallado capacidad suficiente, despojo total de voluntad humana en alguien a quien poder confiar la propiedad de nuestro Querer. Ahora, para hacer eso teníamos que escoger a una criatura que estuviera más cerca y se hermanase con las humanas generaciones. Si les hubiese puesto a mi Madre como ejemplo, se habrían sentido muy lejos de Ella. Habrían dicho: ‘¿Cómo no tenía que vivir en el Querer Divino, si carecía de toda mancha, incluso la de origen?’ Por tanto se habrían encogido de hombros y no habrían interesado para nada. Y si les hubiese puesto como ejemplo a mi Humanidad, se habrían asustado aún más y habrían dicho: ‘Era Dios y hombre, y siendo la Voluntad Divina su propia vida no es de extrañar que viviera en el Querer Supremo’. Por eso, para hacer que en mi Iglesia pudiera tener vida este vivir en mi Voluntad, tenía que seguir la escala, bajar aún más, escoger entre ellos a una criatura…(16°, 22-2-1924)

Entremos en el Proyecto eterno de Dios

Dios no tenía necesidad de nada ni de nadie. La suya es una necesidad de desahogar su Amor. Todo lo que ha salido de Dios como amor debe regresar a El como respuesta a su amor.

Dependiendo del misterio divino de las relaciones entre las Tres Divinas Personas (la generación del Hijo y la “procesión” del Espíritu Santo), el primer decreto eterno de su Querer fue la Encarnación del Verbo, Nuestro Señor Jesucristo. Pero con El ha sido eternamente querida y concebida, en medio de las Tres Divinas Personas, Aquella que había de ser su Madre, la Stma. Virgen.

De Ella sin embargo Dios ha hecho depender la Encarnación del Hijo de Dios. María ha sido siempre perfectamente libre en su respuesta a Dios. Dios se ha “jugado” todo con la libre respuesta de María, sólo por amor, la sola respuesta digna de Dios. Sin Ella no habríamos tenido ni Redentor ni Redención, sin Ella no habría habido ni una página del Evangelio. Más aún: puesto que la misma Creación de todos nosotros y de todo lo que existe esiste debía depender de la Encarnación del Verbo Divino, la consecuencia es que Dios ha hecho que la misma existencia de la Virgen y de todos nosotros dependiera del “sí” divino de María.

En el Acto eterno y a la vez histórico de la Encarnación, junto con la Humanidad adorable de Nuestro Señor, su Amor le ha hecho concebir en Sí a todas las almas, en primer lugar la de su Madre, rodeandola de todos sus méritos y preservandola de toda mancha de pecado: María es la primera redimida, si bien de un modo diverso del nuestro. María redimida para que el pecado no pudiera tocarla; nosotros liberados del pecado, en el que hemos venido a la existencia.

Porque el pecado personal de nuestro primer padre Adán, lo separó de Dios con todas las consecuencias, y de ser hijo de Dios por Gracia se hizo rebelde y extraño a Dios. Arrepentido, pudo solamente ser admitido como siervo y riquísimo como era cayó en la más grande miseria… Todos sus hijos, hasta el último que vendrá, hemos venido al mundo en “fuera de juego”, separados de Dios, heredando todos los males en vez de todos los bienes y necesitados de ser salvados.

Si “el río” de la humanidad quedó contaminado desde la fuente (Adán y Eva), el pecado no pudo tocar a María porque ella, junto con su Hijo, estan eternamente más arriba de la fuente. “Antes de que Abrahám fuera, Yo Soy” (Jn 8,58), ha dicho Jesús, y por lo mismo “antes de que Adán fuera, Yo Soy”. Y con El, María podría decir “antes de que Eva fuera, yo soy”. En efecto, en la aparición de Tre Fontane en Roma (en 1947), la Virgen de la Revelación se presentó diciendo: “Yo soy la que es en la Divina Trinidad”. Por tanto, el haber nacido tantos siglos después de nuestros primeros padres no significa nada, porque Ella junto con su Hijo son antes, los primeros, en el orden de “causa-efecto”, y por ellos la Justicia Divina no destruyó a Adán y a toda su descendencia y toda la Creación, que a causa del pecado del hombre ya no tenía razón de existir.

El pecado original fue la peor catástrofe de toda la Historia de la Creación, la cual hubiera debido desaparecer, porque el hombre y la mujer ya no eran hijos de Dios, para los cuales había sido creada: se habían rebelado contra Dios, que tanto los había colmado de bienes. En aquel preciso instante toda la Naturaleza se rebeló contra el hombre. Y así, por envidia del demonio entró el pecado en el mundo y por el pecado entraron todos los demás males y la muerte: “Sí, Dios ha creado al hombre para la inmortalidad; lo hizo a imagen de su propia naturaleza. Pero por envidia del demonio la muerte ha entrado en el mundo; y la experimentan los que le pertenecen” (Sab 2,23-24).

Por eso San Pablo dice: “La Creación misma espera con impaciencia la revelación de los hijos de Dios; pues ha sido sometida a la caducidad –no por su querer, sino por el querer del que la ha sometido– y nutre la esperanza de ser también ella liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Bien sabemos que toda la Creación gime y sufre hasta ahora en los dolores del parto; y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente esperando la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8,19-23).

Si Dios no destruyó la Creación es porque sabía que un día se había de encarnar su Hijo, que junto con su Madre Inmaculada eran aquellos por los cuales Dios Padre creaba todo. Jesús y María un día habrían reparado el daño del pecado y nos habrían salvado a todos nosotros, mediante la Redención, haciendonos de nuevo hijos de Dios y herederos y reyes de todo lo creado.

Por eso, la Creación se ha completado cuando el Padre Celestial ha creado el Cuerpo y el alma de Jesucristo. Así el Hijo de Dios se ha hecho Hombre para salvarnos a nosotros y salvar toda la obra de la Creación, el Proyecto de Dios, todo lo que había decretado: su Reino.

La obra de la Creación, que empezó con la palabra de Dios “¡Hágase la luz!”, “Fiat Lux(luz espiritual, los Angeles, y luz material), culmina en la creación del hombre, a imagen y semejanza de Dios. No sólo la creación de Adán, sino del “nuevo Adán”, Jesucristo, el Heredero y destinatario de todo. Y no El solo, sino con todo su Cuerpo Místico, que habría debido ser toda la humanidad, pero que el pecado separó de El y dispersó.

Por eso la obra de la Creación aún no ha terminado, podemos decir que continúa en la obra de la Redención, en el sentido que ésta nos incorpora de nuevo a Cristo.

Desde el primer instante de vida en el seno de María, Jesús ha abrazado todas las almas como su Cuerpo Místico y se ha hecho cargo de las culpas y de las penas de cada criatura. Por eso la Pasión empezó desde su Encarnación y fue creciendo, hasta “desbordarse” externamente el último día de su vida, en la Pasión que le hicieron sufrir los hombres. Todo lo que sucede en su Cuerpo Místico repercute en su Humanidad, en el Varón de dolores, de igual modo como en su adorable Humanidad ha preparado la vida y la gloria para su Cuerpo Místico que es la Iglesia, nuestra resurrección y nuestra transfiguración.

La finalidad de Cristo es compartir con nosotros su condición de Hijo, su gloria, su vida. La obra de la Santificación consiste, precisamente, en formarla en nosotros. “¡Hijitos míos –dice San Pablo–, que yo de nuevo doy a luz en el dolor hasta que no esté Cristo formado en vosotros!” (Gál 4,19). Son palabras de la Iglesia, como son palabras de María, Madre de la Iglesia.

Todo lo que ha dado a su Iglesia –la Revelación, los Sacramentos, las gracias– tiene como fin traer de nuevo el Reino de Dios, el Reino de la Divina Voluntad en medio de las criaturas. Todo tiene como fin volver a poner a la criatura, al hombre, “en el orden, en su puesto y en la finalidad para la que ha sido creado”.

“Ya que si a causa de un hombre vino la muerte, a causa de un hombre vendrá también la resurrección de los muertos; y como todos mueren en Adán, así todos recibirán la vida en Cristo. Cada uno sin embargo en su orden: primero Cristo, que es la primicia; después, a su venida, los que son de Cristo; luego será el final, cuando entregará el reino a Dios Padre, tras haber reducido a nada todo principado y toda potestad y potencia” (1a Cor 15,21-28).

De esa forma, todo lo que ha salido de Dios por amor ha de volver a Dios como respuesta a su amor: ¡así se completará cada cosa y será su Reino!


Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion

Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.

En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.

P. Pablo Martín

El Cuerpo físico de Cristo y su Cuerpo Místico: ¡unidos pero no confundidos!

En su Encarnación, Ntro. Señor ha creado su propia nauraleza humana. El Espíritu Santo ha creado, de María, el Cuerpo del Hijo de Dios: su Cuerpo personal, físico, y su Cuerpo Místico.

Todos los seres humanos hemos sido concebidos en El, como Cuerpo suyo. Lo dice en los Escritos de la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta:

“¿Pero sabes tú qué es lo que mi Eterno Amor quería hacerme devorar? ¡Ah, las almas! Y me contenté cuando las devoré todas, quedando concebidas conmigo. Era Dios: debía obrar como Dios, debía hacerme cargo de todas; mi Amor no me habría dado paz, si hubiera excluído alguna… Ah, hija mía, fíjate bien en el seno de mi Mamá; fija bien los ojos en mi Humanidad concebida y verás tu alma concebida conmigo y las llamas de mi Amor que te devoraron. ¡Oh, cuánto te he amado y te amo!” (…) “Cada alma concebida me llevó el peso de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me mandó que tomara el peso de cada una; y no sólo concebí las almas, sino las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía darle a mi Padre Celestial. De manera que mi Pasión fue concebida junto conmigo.” (Primer volumen, “Novena de Navidad”).

“Apenas la Potencia Divina formó esta pequeñísima Humanidad, tan pequeña que podría compararse con el tamaño de una avellana, pero con sus miembros bien proporcionados y formados, el Verbo quedó concebido en ella. La inmensidad de mi Voluntad, abrazando en sí todas las criaturas pasadas, presentes y futuras, concibió en ella todas las vidas de las criaturas y, a la vez que crecía la mía, así crecían ellas en Mí. De manera que, mientras aparentemente parecía estar Yo solo, visto con el microscopio de mi Voluntad se veían concebidas todas las criaturas. Conmigo sucedía como cuando se ven aguas cristalinas, que mientras parecen claras, viendolas con el microscopio, ¿cuántos microbios no se ven?” (Vol. 15°, 16-12-1922).

Es cierto que hemos nacido veinte siglos después; pero nuestro espíritu, ¿quién puede decir en serio en qué momento ha sido creado? Y no se trata de una “pre-existencia” de las almas, que es un error condenado por la Iglesia, sino que todas las almas –empezando por la de la Stma. Virgen, y el alma de Adán y de todas las generaciones– hemos sido creados en el Acto Divino que está por encima del tiempo, que abarca todos los tiempos: el Acto de la Encarnación del Verbo.

En Cristo (el Padre) nos ha elegido antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados ante El en el amor, predestinandonos a ser sus hijos adoptivos por obra de Jesucristo, conforme al beneplácito de su Voluntad. Y eso para alabanza y gloria de su gracia, que nos ha dado en su Hijo amado; en El tenemos la redención mediante su Sangre, la remisión de los pecados según la riqueza de su gracia. El la ha derramado abundantemente en nosotros con toda sabiduría y conocimiento, porque nos ha hecho conocer el misterio de su Voluntad, según lo que su benevolencia había establecido en El para realizarlo en la plenitud de los tiempos: el proyecto de recapitular en Cristo todas las cosas, las del cielo como las de la tierra.” (Ef 1,4-10).

La intención del Señor dando la vida por nosotros (la finalidad de la Redención) era la de salvar a todos: “…Este es el cáliz de mi Sangue, Sangre de la nueva y eterna Alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres…”, ya que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1a Tim 2,3). Pero de hecho es eficaz sólo para los que se salvan: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza derramada por muchos(Mt 26,28 y Mc 14,24).

Tengamos en cuenta que las palabras de la Consagración en la Misa son en parte del evangelio de S. Lucas y de la 1a Corintios de San Pablo (“por vosotros”), y en parte de los evangelios de S. Mateo y de S. Marco (“por muchos”). “Por muchos”, “pro multis”, ha sido traducido por todos, aunque no es lo mismo.

Su inmenso dolor, equivalente a su Amor, es debido a que no todos se incorporan a El mediante la Redención.

Todo lo que hace y sufre su Cuerpo Místico tiene repercusión en su Cuerpo físico, y viceversa, la suerte dolorosa y gloriosa de su Cuerpo físico la comparte con su Cuerpo Místico. Todo lo que hacemos o lo que nos pasa, el Señor lo siente de un modo vivísimo, como hecho por El o que le sucede a El. Inseparablemente unidos, ¡pero no hay que confundirlos!

Y así como El es Sacerdote y Víctima, así su Cuerpo Místico toma parte a ambos oficios. Jesucristo comparte con cada bautizado su triple prerrogativa de Sacerdote, Maestro y Rey. Por eso su Amor no se contenta con que estemos unidos a El viviendo en gracia, sino que anhela a consumarnos en la unidad con El, con un solo corazón (¡el Suyo!) y una sola vida: “Viviendo conforme a la verdad en la caridad, tratemos de crecer en todo hacia El, que es la cabeza, Cristo, del cual todo el cuerpo, bien ordenado y unido, mediante la colaboración de cada juntura, según la energía propia de cada miembro, recibe fuerza para crecer edificandose a sí mismo en la caridad” (Ef 4,15-16).


Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion

Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.

En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.

P. Pablo Martín