Maria

La Asunción de María fue el triunfo y la fiesta de la Divina Voluntad

La fiesta de la Asunción en el Cielo y el “Ave María”.

…He sentido que me salía afuera de mí misma, en la bóveda de los cielos, junto con mi amante Jesús. Parecía como si todo estuviera de fiesta, el Cielo, la tierra y el purgatorio; todos estaban inundados por una nueva alegría y júbilo. Muchas almas salían del purgatorio y como relámpagos llegaban al Cielo, para asistir a la fiesta de nuestra Reina y Madre. También yo me abría paso en medio de aquella enorme multitud de Angeles, Santos y almas del purgatorio que ocupaban ese nuevo Cielo, tan inmenso que, comparado con él, el otro nuestro que vemos me parecía un pequeño agujero; a mayor razón, que el Confesor me había dado permiso. Pero mientras trataba de mirar, no veía más que un Sol luminosísimo que derramaba rayos, que me penetraban por todas partes, y me volvía como un cristal, tanto que se notaban muy bien las más pequeñas manchas y la infinita distancia que hay entre el Creador y la criatura, pues cada uno de esos rayos tenía su propio matíz: uno manifestaba la santidad de Dios, otro su pureza, otro su poder, otro su sabiduría y todas las demás virtudes y atributos de Dios. Así el alma, viendo su propia nada, sus miserias y su pobreza, se sentía anonadada y, en vez de mirar, se postraba en el suelo ante aquel Sol Eterno, al que nadie puede hacer frente. Lo más sorprendente era que para ver la fiesta de nuestra Madre y Reina, había que mirar desde dentro de aquel Sol, pues la Stma. Virgen parecía tan sumergida en Dios, que mirando desde otros puntos no se veía nada. (…)

“Sólo y único Tesoro mío, ni siquiera me has dejado ver la fiesta de nuestra Reina y Madre, ni oír los primeros cánticos que le cantaron los Angeles y los Santos cuando entró en el Paraíso”.

Y Jesús: “El primer cántico que le hicieron a mi Mamá fue el Ave María, pues en el Ave María se encuentran las alabanzas más bellas, los honores más grandes, y se le renueva el gozo que sintió al ser hecha Madre de Dios; por tanto, digámosla juntos para agasajarla, y cuando tú vengas al Paraíso te la haré encontrar, como si la hubieras dicho con los Angeles por primera vez en el Cielo”.

Y así he dicho con Jesús la primera parte del Ave María. ¡Oh, qué tierno y conmovedor era saludar a nuestra Madre Stma. junto con su amado Hijo! Cada palabra que El decía daba una luz inmensa en la que se comprendían muchas cosas sobre la Stma. Virgen; ¿pero quién podrá decirlas todas, mucho más que soy tan incapaz? Por eso las paso en silencio. (2°, 15-8-1899)

La Asunción de María fue el triunfo y la fiesta de la Divina Voluntad.

(…) Después de eso estaba pensando en la fiesta de mi Mamá Celestial en su Asunción al Cielo, y mi dulce Jesús con un acento tierno y conmovedor ha añadido:

“Hija mía, el verdadero nombre de esta fiesta con que debería llamarse es la fiesta de la Divina Voluntad. La voluntad humana fue la que cerró el Cielo, la que rompió los vínculos con su Creador, la que hizo aparecer las miserias y el dolor, la que puso fin a las fiestas que la criatura debía de gozar en el Cielo. Pues bien, esta criatura, Reina de todos, haciendo siempre y en todo la Voluntad del Eterno –es más, se puede decir que su vida fue solamente la Voluntad Divina– abrió el Cielo, se vinculó con el Eterno e hizo que en el Cielo volvieran las fiestas con la criatura. Cada acto que hacía en la Voluntad Suprema era una fiesta que comenzaba en el Cielo, eran soles que formaba para adornar esa fiesta, eran músicas que hacía llegar para alegrar la Jerusalén Celestial, de manera que la verdadera causa de esta fiesta es la Voluntad Eterna operante y realizada en mi Madre Celestial, que obró tales prodigios en Ella, que asombró Cielos y tierra, encadenó al Eterno con los lazos indisolubles del amor y raptó al Verbo incluso en su seno. Los mismos Angeles, raptados, repetían entre ellos: «¿De dónde viene tanta gloria, tanto honor, tanta grandeza y prodigios nunca vistos en esta excelsa Criatura? Y sin embargo viene del exilio». Y atónitos reconocían la Voluntad de su Creador operante y como Vida en Ella, y estremeciéndose decían: «¡Santa, Santa, Santa! ¡Honor y gloria a la Voluntad de nuestro Soberano Señor, y gloria a la tres veces Santa, Aquella que ha hecho obrar esta Suprema Voluntad». Así que es sobre todo mi Voluntad la que fue y es festejada el día de la Asunción al Cielo de mi Madre Santísima. Fue solamente mi Voluntad la que La hizo subir tan alto, que la distinguió entre todos; todo lo demás habría sido como nada, si no hubiera poseído el prodigio de mi Querer. Fue mi Voluntad la que Le dió la Fecundidad Divina y La hizo Madre del Verbo, fue mi Voluntad la que Le hizo ver y abrazar a todas las criaturas juntas, haciéndola Madre de todos y amando a todos con un amor de Maternidad Divina, y haciéndola Reina de todos Le hacía imperar y dominar.

Así pues, ese día mi Voluntad recibió los primeros honores, la gloria y el fruto abundante de su trabajo en la Creación, y empezó su Fiesta ininterrumpida para glorificar lo que hace en mi Madre querida. Y aunque el Cielo fue abierto por Mí y muchos Santos ya poseían la Patria Celestial cuando la Reina fue llevada al Cielo, sin embargo la causa primaria era precisamente Ella, que en todo había cumplido la Suprema Voluntad, y por eso esperaron a la que tanto la había honrado y que contenía el verdadero prodigio de la Santísima Voluntad, para hacerle la primera fiesta al Supremo Querer. ¡Oh, cómo ensalzaba todo el Cielo, bendecía y alababa a la Eterna Voluntad, cuando vió entrar en el Empíreo a esta sublime Reina, en medio de la corte celestial, toda rodeada por el Sol Eterno del Querer Supremo! La veían toda refulgente con la potencia del ‘Fiat’ Supremo; no había habido en Ella ni siquiera un latido en que no estuviera impreso ese ‘Fiat’, y asombrados La miraban y Le decían: «Sube, sube más alto; es justo que la que tanto ha honrado el ‘Fiat’ Supremo, por medio del cual estamos nosotros en la Patria Celestial, tenga el trono más alto y sea nuestra Reina». Y el honor más grande que recibió mi Madre fue ver glorificada la Divina Voluntad”. (18°, 15-8-1925)

Cristo en mí y yo en El

Nuestra vida cristiana empieza con “Cristo en mí” y acaba con “yo en Cristo”.

Nuestra vida escondida en El: esa es nuestra meta. Se trata de un proceso. Todos nosotros empezamos la vida cristiana con Jesús en nuestro corazón, pero debemos concluirla con “yo estoy en su Corazón, soy en Cristo”. ¿Pero qué significa “ser en Cristo”? Significa entrar en su historia, en su victoria, en sus conquistas. Como un líquido se adapta a las dimensiones y a la forma del recipiente que lo contiene, así para nosotros significa adaptarnos a los gustos de Jesús, a sus pensamientos, a sus maneras, como El se adapta a nosotros. Hacer nuestra su vida interior, su dolor, su amor, su relación con el Padre. Que Jesús pueda decirme lo que dijo al Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío, y Yo soy glorificado en Tí” (cfr Jn 17,10).

En su Vida ha escrito mi verdadera vida, como tenía que ser. La potencia del Espíritu Santo me une a Cristo, a su Obra, y hace vivo en mí lo que Jesús ha hecho por mí. El Espíritu Santo lo realiza. San Pablo dice una cosa importantísima: “Quien se une al Señor se hace un solo espíritu con El (…) ¿No sabeis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros y que habeis recibido de Dios? Así que no os perteneceis, porque habeis sido comprados a caro precio. Glorificad por tanto a Dios en vuestro cuerpo” (1ª Cor 6,17-19).

“Templo del Espíritu Santo”. Nuestro cuerpo es templo, es “morada santísima de Dios”, como un velo que lo cubre, es para Cristo como “una humanidad añadida, en la que El pueda renovar su Misterio” (dice Santa Isabel de la Trinidad). Y por esa Divina Presencia del Espíritu Santo, que habita en nosotros, Jesús está realmente.

Jesús ha dicho: “Yo pediré al Padre y El os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la Verdad que el mundo no puede recibir, porque no lo ve y no lo conoce. Vosotros lo conoceis, porque El vive con vosotros y estará en vosotros” (Jn 14,17-18). ¡Esto es maravilloso! “Cuando venga el Espíritu Santo conocereis que Yo soy en el Padre y vosotros en Mí” (Jn 14,20). No sólo es unión, sino unidad. Esta es la finalidad de Dios, su sueño de amor, su Reino: “Yo en vosotros y vosotros en Mí”. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, se cumple. Por tanto nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro espíritu llegan a ser la morada de Dios, por obra de su Espíritu. Cada célula le pertenece, cada respiro, cada latido, cada instante. La obra del Espíritu Santo consiste en consagrarnos, transformarnos, realizar en nosotros una especie de transustanciación. El prodigio de la Eucaristía es el modelo, el signo y el medio de lo que desea hacer de nosotros, y esto es su verdadero Reino.

Nosotros totalmente suyos. E igualmente, El totalmente nuestro: “…Nos ha dado los bienes grandísimos y preciosos que había prometido, para que fuesemos por medio de ellos partícipes de la naturaleza divina” (2a Pedro, 1,4).

“Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15). Esta es una unión vital que no depende de nosotros establecerla, ya es una realidad divina: no podemos nosotros ser sarmientos, podemos tan sólo impedirlo, separarnos de la Vid. Y el Señor le dice a su “pequeña Hija”: “Hija mía, cuando en el alma no hay nada que sea extraño para Mí o que no Me pertenezca, no puede haber separación entre el alma y Yo, más aún, te digo que si no hay ningún pensamiento, afecto, deseo, latido, que no sea mío, Yo tengo al alma conmigo en el Cielo, o bien permanezco con ella en la tierra. Sólo eso puede separarme del alma: si hay cosas cose que para Mí sean extrañas. Pero si no ves eso en tí, ¿por qué temes que Yo pueda separarme de tí?” (Vol. 11°, 02-06-1912).

Sin los sarmientos la Vid se queda sola. Para hacerse ver, para hacerse escuchar, Jesús nos necesita. Para llegar a los demás, para producir fruto, Jesús nos necesita. Es una unión, mejor aún, ¡una unidad! “Porque vosotros habeis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3,3). Esta es la esencia del pacto. Es la increíble unión que el Señor quiere hacer con nosotros. Nuestra vida en El. Todo lo que se ve es Cristo. Resulta un solo cuerpo, no dos cuerpos. La matemática del nuevo Pacto es esta: ya no 1+1=2, sino 1+1=1. Uno más uno igual a Uno, no a dos.

Se nos repite que la vida cristiana tiene que ver con “permanecer en El”. En efecto, San Juan ha escrito: “El que dice que permanece en El, se debe comportar como El se ha comportado” (1a Jn 2,6). Tiene que ver con la unidad, con el uno más uno igual a Uno: “Ya no soy yo el que vive, sino es Cristo el que vive en mí. La vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me ha amado y ha dado la vida por mí” (Gál 2,20).

Y el Señor se lo dice a Luisa Piccarreta: “Hija mía, piérdete en Mí. Pierde tu oración en la mía, de modo que la tuya y la mía sean una sola oración y no se sepa cual sea la tuya y cual la mía. Tus penas, tus obras, tu querer, tu amor, pierdelo enteramente en mis penas, en mis obras, etcétera, de modo que se mezclen las unas con las otras y formen una sola cosa, tanto que tú puedas decir: «lo que es de Jesús es mío», y Yo diga: «lo que es tuyo es mío».

Supón un vaso de agua, que la derramas en un recipiente de agua grande: ¿sabrías tú distinguir después el agua del vaso de la del recipiente? Desde luego que no. Por eso, con ganancia tuya grandísima y con sumo contento mío, repíteme a menudo en lo que haces: «Jesús, lo derramo en Tí, para poder hacer, no mi voluntad, sino la Tuya», y Yo enseguida derramaré mi obrar en tí” (Vol. 12°, 31-01-1918).

Esta es la unidad de la que hablaba San Pablo. Se trata de una unidad, que es la unión de dos voluntades en un único querer, el Suyo: Tú en mí, yo en Tí, “Lo que quieres Tú lo quiero yo; si Tú no lo quieres, tampoco yo”. San Pablo dice: “Hijos míos, que yo de nuevo doy a luz en el dolor, hasta que Cristo esté formado en vosotros(Gál 4,19).

Por tanto, cuando Jesús ocupa sólo una pequeña parte de nosotros, lo demás sigue siendo nuestro, pero cuando forma en nosotros su vida, como el niño que se forma en el seno de su madre, así Cristo se forma en nosotros hasta su plena madurez, y sucede entonces que sus ojos son nuestros ojos, su boca es nuestra boca, sus manos nuestras manos, su Corazón nuestro Corazón… Como dice el Siervo de Dios Mons. Luis María Martínez (que fue Arzobispo primado de México): “Algunos me dirán que no soy manso y humilde de corazón como Tú; ese es mi corazón viejo, ¿pero qué tal el nuevo?”

Perdemos así realmente nuestra vida (ante todo la perdemos de vista) y en su lugar se realiza la Vida de Jesús, y entonces, si camino, es Jesús el que camina y quien me toca, toca al Verbo. Así El quiere estar realmente presente, oculto en nosotros y nosotros ocultos en El. Como le dice a Luisa: “Hija mía, para que el alma pueda olvidarse de sí misma, debería hacer de forma que todo lo que hace y que le es necesario, lo haga como si Yo quisiera hacerlo en ella. Si reza, debería decir: «Jesús quiere rezar y yo rezo con El». Si debe trabajar: «es Jesús que quiere trabajar», «es Jesús que quiere caminar», «es Jesús que quiere comer, que quiere dormir, que quiere levantarse, que quiere divertirse», y así todo lo demás de la vita, excepto los errores. Sólo cosí el alma puede olvidarse de sí misma, porque no sólo lo hará todo porque lo quiero Yo, sino que, porque lo quiero hacer Yo, Me necesita” (Vol. 11°, 14-08-1912).

En conclusión: Señor, te doy por tanto mi corrompida voluntad humana, para dar espacio a la Tuya Divina, que ardentiemente quieres que reine en mi ser y en mi vida, para ser verdaderamente felices los dos, para vivir momento por momento Tú mi vida y yo la tuya: ¡Tú en mí y yo en Tí!

¿Por qué pecó Adán?

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Después de eso pensaba entre mí: mi primer padre Adán, antes de pecar, poseía todos estos vínculos y relaciones de comunicación con toda la Creación, porque poseyendo íntegra la Voluntad Suprema era como cosa natural sentir en él todas las comunicaciones, donde quiera que Esta obraba. Ahora, al separarse de este Querer tan Santo, ¿no sintió el desgarrón con toda la Creación, la ruptura de todas las comunicaciones y todos los vínculos rotos, como de un solo golpe, con ella? Si yo, sólo cuando pienso si debo o no hacer un acto, y sólo con vacilar siento que el cielo tiembla, que el Sol se retira y toda la Creación se sacude y está a punto de dejarme sola, tanto que yo tiemblo con alla e inmediatamente, espantada, sin vacilar hago lo que debo, ¿cómo pudo hacerlo?  ¿No sintió ese desgarrón tan doloroso y cruel?

Y Jesús, moviendose en mi interior, me ha dicho: “Hija mía, Adán sintió ese desgarrón tan doloroso y a pesar de todo cayó en el laberinto de su voluntad, que ya no le dio paz, ni a él, ni a sus descendientes. Como en un solo repiro toda la Creación se retiró de él. Retirandose la felicidad, la paz, la fuerza, la soberanía, todo, se quedó solo consigo mismo.

¡Pobre Adán, cuánto le costó separarse de mi Voluntad! Sólo con sentirse aislado, ya no más cortejado por toda la Creación, sentía un espanto y horror tal, que se volvió el hombre temeroso. Temía de todo y de mis mismas obras, y con razón, porque se dice: «quien no está conmigo está contra mí». No estando ya vinculado con ellas, por justicia se habían de poner en contra de él.

¡Pobre Adán, mucho hay que compadecerlo! El no tenía ningún ejemplo de otro que hubiera caído y del gran mal que le hubiera sucedido, por lo cual pudiese estar atento para no caer; él no tenía ninguna idea del mal. Porque, hija mía, el mal, el pecado, la caída de otro tiene dos efectos: a quien es malo y quiere caer,   le sirve de ejemplo, de empujón, de estímulo para precipitarse en el abismo del mal; a quien es bueno y no quiere caer, le sirve de antídoto, de freno, de ayuda y defensa para no caer, porque viendo el gran mal, la desventura de otro, le sirve   de ejemplo para no caer y no ir por ese mismo camino, para no verse en esa misma desgracia. De manera que el mal ajeno hace estar vigilante y atento. Por eso la caída de Adán es para tí de gran ayuda, de lección, de aviso, mientras que él no tenía ninguna lección del mal, porque el mal entonces no existía”.  (20° Vol., 10.11.1926)

“…¿Quieres saber por qué pecó Adán? Porque se olvidó de que Yo lo amaba y se olvidó de amarme. Ese fue el primer germen de su culpa. Si hubiera pensado que Yo lo amaba tanto y que él estaba obligado a amarme, jamás se habría decidido a desobedecerme. Así que primero cesó el amor, después empezó el pecado. Y en el momento que cesó de amar a su Dios cesó el verdadero amor a sí mismo; sus mismos miembros y facultades se le rebelaron; perdió el dominio, el orden, y sintió miedo. Y no sólo, sino que cesó el verdadero amor a las demás criaturas, mientras que Yo lo había creado con el mismo amor que reinaba entre las Divinas Personas, por lo que uno debía de ser la imagen del otro, la felicidad, la alegría y la vida del otro. Por eso, cuando vine a la tierra, la cosa a la que dí más importancia fue que se amaran unos a otros como son amados por Mí, para darles mi primer amor, para hacer que sobre la tierra sople el Amor de la Stma. Trinidad…” (16° Vol., 06.09.1923)


Adán «hijo de Dios»

en la Sagrada Escritura y en los escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta “la adanenlosescritosdeluisawebpequeña Hija de la Divina Voluntad”.

La realidad histórica de Adán, único cabeza de la humanidad, responsable por sí y por todos de la respuesta a Dios, figura “de Aquel que había de venir”, Jesucristo, es un elemento fundamental en la Revelación cristiana. En estos escritos se le hace justicia a la verdad acerca de Adán, a su creación, al primer periodo de su vida en estado de “justicia original”, a su caída con todas las consecuencias y su verdadera rehabilitación. Padre Pablo Martín Sanguiao

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El Cuerpo desgarrado de Jesús es el verdadero retrato del hombre que comete pecado

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Continuando mi habitual estado, estaba pensando en el misterio de la flagelación, y al venir Jesús, poniendo su mano en mi hombro me ha dicho: “Hija mía, quise que mi carne fuera esparcida en pedazos, mi sangre vertida por toda mi Humanidad, para reunir a toda la humanidad dispersa; en efecto, con haber hecho que todo lo que de mi Humanidad fue arrancado: carne, sangre, cabellos, quedara disperso, en la resurrección nada quedará disperso sino todo reunido de nuevo en mi Humanidad, con esto Yo reincorporaba a todas las criaturas en Mí; así que después de esto, quien de Mí queda separado, es por su obstinada voluntad que de Mí se arranca para ir a perderse.” (8°, 6-9-1908)

Encontrándome en mi habitual estado, estaba siguiendo las horas de la Pasión y mi dulce Jesús, mientras lo acompañaba en el misterio de su dolorosa flagelación, se hacía ver todo descarnado, su cuerpo desnudo no sólo de sus vestiduras, sino también de su carne; sus huesos se podían numerar uno por uno, su aspecto era no sólo desgarrador sino horrible al verse, tanto que infundía temor, espanto, reverencia y amor a la vez. Yo me sentía muda ante esta escena tan desgarradora, habría querido hacer no sé qué cosa para aliviar a mi Jesús, pero no sabía hacer nada, la vista de sus penas me daba la muerte, y Jesús todo bondad me ha dicho:

“Querida hija mía, mírame bien para que conozcas a fondo mis penas. Mi cuerpo es el verdadero retrato del hombre que comete pecado; el pecado lo despoja de la vestidura de mi Gracia, y Yo para dársela nuevamente me hice despojar de mis vestidos; el pecado lo deforma, y mientras es la más bella criatura que salió de mis manos, se vuelve la más fea y da asco y horror. Yo era el más bello de los hombres y para darle de nuevo la belleza al hombre, puedo decir que mi Humanidad tomó la forma más fea; mírame cómo estoy horrible, me hice quitar la piel y la carne por los azotes y quedé irreconocible.

El pecado no sólo quita la belleza, sino que forma llagas profundas, putrefactas y gangrenosas que corroen las partes más íntimas, consumen los humores vitales, así que todo lo que el hombre hace en estado de pecado son obras muertas, esqueléticas, el pecado le arranca la nobleza de su origen, la luz de su razón y se vuelve ciego, y Yo para llenar la profundidad de sus llagas me hice arrancar a pedazos la carne, me reduje todo a una sola llaga, y con derramar a ríos mi sangre hice correr los humores vitales en su alma, para darle nuevamente la vida. ¡Ah! si no tuviera en Mí la fuente de la vida de mi Divinidad, Yo habría muerto desde el principio de mi Pasión, porque a cada pena que me daban mi Humanidad moría, pero ella me restituía la vida.

Ahora, mis penas, mi sangre, mis carnes arrancadas a pedazos están siempre en acto de dar vida al hombre, pero el hombre rechaza mi sangre para no recibir la vida, pisotea mis carnes para quedar llagado. ¡Oh! Cómo siento el peso de la ingratitud.”

Y arrojándose en mis brazos ha roto en llanto. Yo me lo he estrechado a mi corazón, pero Él lloraba fuertemente. ¡Qué desgarro ver llorar a Jesús! Habría querido sufrir cualquier pena para no hacerlo llorar. Entonces lo he compadecido, le he besado sus llagas, le he secado las lágrimas, y Él, como reconfortado ha agregado:

“¿Sabes cómo hago Yo? Como un padre que ama mucho a su hijo, y este hijo es ciego, deforme, tullido; y el padre que lo ama hasta la locura, ¿qué hace? Se saca los ojos, se arranca las piernas, se quita la piel y se lo da todo al hijo y dice: ‘Estoy más contento con quedar ciego, cojo, deforme, con tal que te vea a ti, hijo mío, que puedes ver, que puedes caminar, que eres bello.’ ¡Oh, cómo está contento aquel padre porque ve a su hijo mirar con sus ojos, caminar con sus piernas y cubierto con su belleza! ¿Pero cuál sería el dolor del padre si viera que su hijo, ingrato, arroja de sí los ojos, las piernas, la piel, y se contenta con permanecer feo como está? Así soy Yo, en todo he pensado, pero ellos, ingratos, forman mi más acerbo dolor.” (14°, 9-2-1922)

María fue inseparable de Jesús, pero muchas veces se sintió privada de El, en estado de pura fe

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

“¡Qué dura es la privación de mi dulce Jesús! Se siente la verdadera muerte del alma, y sucede como al cuerpo cuando se va el alma, que aunque tiene los mismos miembros, están sin vida, inertes, sin movimiento y no valen nada. Lo mismo me parece mi pequeña alma sin Jesús: posee las mismas facultades, pero vacías de vida. Yéndose Jesús, se acaba la vida, el movimiento, el calor, y por eso la pena es cruel, indescriptible e incomparable a cualquier otra pena. Ah, la Madre Celestial no sufrió esta pena, porque su santidad la hacía inseparable de Jesús y por eso nunca estuvo privada de El”.

“Hija mía, te equivocas; la privación de Mí no es separación, sino dolor, y tú tienes razón cuando dices que es más que mortal, un dolor que tiene el poder, no de separar, sino de reforzar con lazos más fuertes y más estables la unión inseparable conmigo. (…)

Y luego, no es verdad que la Reina Soberana no estuvo nunca privada de Mí; separada jamás, pero privada sí, lo cual no perjudicaba la altura de su santidad, sino que la aumentaba. Cuántas veces la dejé en estado de pura fe, porque teniendo que ser la Reina de los dolores y la Madre de todos los vivientes, no podía faltarle el adorno más bello, la perla más fúlgida, que le daba la característica de Reina de los mártires y Madre Soberana de todos los dolores. Esta pena de quedarse en la pura fe la preparó a recibir el depósito de mis enseñanzas, el tesoro de los sacramentos y todos los bienes de mi Redención, ya que mi privación, siendo la pena más grande, pone al alma en condiciones de ser la depositaria de los dones más grandes de su Creador, de sus conocimientos más altos y de sus secretos. ¿Cuántas veces no lo he hecho contigo? Después de una privación mía te he manifestado los conocimientos más altos sobre mi Voluntad, y con eso te hacía depositaria, no sólo de sus conocimientos, sino de mi misma Voluntad.

Y además, la Reina Soberana como Madre debía poseer todos los estados del alma, incluso el estado de pura fe, para poder dar a sus hijos esa fe inquebrantable que les hace capaces de dar la sangre y la vida por defender y testimoniar la fe. Si no hubiera poseído este don de la fe, ¿cómo habría podido darlo a sus hijos?”

“… Quien ha de ser la cabeza conviene que sufra, que trabaje y que haga él solo todo lo que harán los demás juntos. Es lo que hice Yo, siendo la cabeza de la Redención: puedo decir que hice todo por amor a todos, para darles la vida y ponerlos a todos a salvo. Como también por todas las criaturas? Nadie puede decir que nos iguala, tanto en el padecer como en el amar; a lo sumo se Nos parecen en parte, pero igualarnos, nadie. Pero al estar a la cabeza de todos, tanto Yo cuanto la Reina Soberana, conteníamos todas las gracias y todos los bienes, teníamos la fuerza en nuestro poder, el dominio era nuestro, Cielo y tierra obedecían a un simple gesto nuestro y temblaban ante nuestra potencia y santidad.

Los redimidos han tomado nuestras migajas y han comido nuestros frutos, se han curado con nuestros remedios, se han fortalecido con nuestros ejemplos, han aprendido nuestras lecciones, han resucitado a costa de nuestra vida y, si han sido glorificados, ha sido gracias a nuestra gloria, pero el poder es siempre nuestro, la fuente viva de todos los bienes brota siempre de Nosotros; tan cierto es que, si los redimidos se alejan de Nosotros, pierden todos los bienes y se vuelven enfermos y pobres más que antes. Esto es lo que significa estar a la cabeza. Es verdad que se sufre mucho, que se trabaja tanto, que hay que preparar el bien para todos, pero todo lo que se posee supera todo y a todos. Hay tanta distancia entre quien está a la cabeza de una misión y quien ha de ser miembro, que se puede comparar el que es cabeza al sol, y el miembro a la pequeña luz…” (19°, 22-8-1926)


La Virgen María en los Escritos de Luisa Piccarreta

  lavirgenmariaescritosweb(primera parte) 

Selección de textos tomados de los primeros 19 Volúmenes de su diario.

La misión única de María como Madre de Dios, en el oficio –derivado de la misión– de Corredentora y Madre nuestra, y en las condiciones necesarias para que María pudiera cumplir bien ambas cosas.

Presentados por el P. Pablo Martín

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Sólo el Creador puede hablar de la vida humana

Ni el mismo hombre ni las ciencias pueden decir nada sobre el origen de la criatura, de cada ser humano. Se trata de los secretos más íntimos de Dios: dónde, cómo y cuándo ha llamado al hombre, a cada ser humano, a la existencia.

En Sí mismo nos ha creado, con una vocación altísima: para concurrir con Dios en todas sus obras mediante su Voluntad dada a nosotros, debiendo confirmar y repetir en el tempo, ratificando por nuestra parte su decreto eterno.

De este misterio habla el Señor en los Escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta (volumen 33°, 18-12-1933):

«Mi pobre mente sigue cruzando el mar infinito del “Fiat”, el cual, por más que uno camine, nunca se acaba. El alma en este mar siente a su Dios, el cual la llena toda, hasta el borde, de su Ser Divino, de modo que puede decir: “Dios me ha dado todo Sí mismo, y si no me es posible contener en mí su inmensidad es porque soy pequeña”.

Pues bien, en este mar estan en acto el orden, la armonía, los misterios secretos de cómo Dios ha creado al hombre, y oh, son prodigios inauditos, el amor es exuberante, la maestría es insuperable. Hay tanto de misterioso, que ni el mismo hombre, ni las ciencias pueden decir nada con claridad sobre la formación del hombre. Así que me he quedado sorprendida de la magnificencia y de las prerrogativas que posee la naturaleza humana.

Y mi amado Jesús, al verme tan sorprendida, me ha dicho: “Hija mía bendita, cesará tu asombro cuando, mirando bien en este mar de mi Querer, veas donde, quien, como y cuando fue formada cada criatura.

Así que, ¿dónde? En el seno eterno de Dios. ¿Quién? Dios mismo le dió su origen. ¿Cómo? El mismo Ser Supremo formó la serie de sus pensamientos, el número de sus palabras, el orden de sus obras, el movimiento de sus pasos y el continuo palpitar de su corazón, de manera que Dios le daba una tal belleza, orden y armonía que podía hallarse a Sí mismo en la criatura, con tal plenitud que ella no encontraría dónde poder poner algo de suyo, que no le hubiera sido dado por Dios.

Nosotros, al mirarla, quedamos extasiados al ver que en el pequeño límite humano nuestra potencia había metido nuestra obra divina, y en nuestro énfasis de amor le decíamos: «¡qué bella eres, obra nuestra! Tú eres, tú serás nuestra gloria, el desbordarse de nuestro amor, el reflejo de nuestra sabiduría, el eco de nuestra potencia, el portador de nuestro eterno amor»; y lo amamos con amor eterno, sin principio y sin fin.

¿Y cuándo fue formada esta criatura en Nosotros? Desde la eternidad,[1]  por eso en el tiempo no existía, pero en la eternidad ha existido siempre, tenía su puesto en Nosotros, su vida palpitante, el amor de su Creador. De manera que la criatura ha sido siempre para Nosotros nuestro ideal, el pequeño espacio en que llevar a cabo nuestra obra creadora, el apoyo de nuestra vida, el desahogo de nuestro eterno amor.

Por eso tantas cosas humanas no se comprenden, no se saben explicar, porque se trata del obrar de lo incomprensible divino, se trata de nuestros misteriosos arcanos celestes, nuestras fibras divinas, por lo que sólo Nosotros sabemos los misteriosos secretos, las teclas que debemos tocar cuando queremos hacer cosas nuevas e insólitas en la criatura, y al no conocer nuestros secretos y no poder comprender nuestros modos de obrar incomprensibles que hemos puesto en la naturaleza humana, llegan a juzgar a su manera y no saben explicarse lo que Nosotros realizamos en la criatura, mientras que estan obligados a doblegar la frente ante lo que no comprenden.

Pues bien, quien no posee nuestra Voluntad pone en desorden todos nuestros actos, ordenados desde la eternidad en la criatura; por eso se desfigura y forma el vacío de nuestros actos divinos, formados y ordenados por Nosotros en la criatura humana.

Nosotros nos amábamos a Nosotros mismos en ella, la serie de nuestros actos formados por nuestro puro amor, y haciendola salir afuera, en el tiempo, queríamos que tomara parte en lo que Nosotros habíamos hecho. Pero para que la criatura tuviera esta capacidad necesitaba nuestra Voluntad, que dándole su capacidad divina, le habría permitido hacer en el tiempo lo que había sido hecho por Nosotros sin ella en la eternidad.

No hay que extrañarse: si el Ser Divino la había formado en la eternidad, el mismo Querer Divino confirmaba y repetía en el tiempo, es decir continuaba su obra creadora en la criatura. Pero sin mi Voluntad Divina, ¿cómo va a poder elevarse, conformarse, unificarse, asemejarse a esos mismos actos que Nosotros con tanto amor hemos formado y ordenado en ella? Por tanto la voluntad humana no hace más trastornar nuestras obras más bellas, romper nuestro amor, vaciar nuestras obras, las cuales permanecen en Nosotros porque Nosotros nada perdemos de lo que hemos hecho; todo el mal queda para la pobre criatura, porque siente el abismo del vacío divino. Sus obras carecen de fuerza y de luz, sus pasos son vacilantes, su mente está confusa, de manera que sin mi Voluntad resulta como un alimento sin sustancia, como un cuerpo paralizado, como un terreno sin cultivo, como un árbol sin fruto, como una flor que da mal olor.

Oh, si nuestra Divinidad pudiera llorar, lloraríamos amargamente la criatura que no se deja dominar por nuestra Voluntad.”

Y San Pablo lo confirma diciendo: “Eso que ojos no vieron, ni oidos oyeron, ni entró jamás en el corazón humano, Dios lo ha preparado para aquellos que lo aman. Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por medio del Espíritu Santo; pues el Espíritu escruta todo, hasta lo más íntimo de Dios. ¿Quién conoce los secretos del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Así también los secretos de Dios nadie ha podido conocerlos jamás sino el Espíritu de Dios. Ahora, nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios para conocer todo lo que Dios nos ha dado. De esas cosas nosotros hablamos, no con un lenguaje sugerido por la sabiduría humana, sino enseñado por el Espíritu, expresando cosas espirituales con términos espirituales. El hombre natural no comprende las cosas del Espíritu de Dios; son locura para él, y no es capaz de entenderlas, porque se pueden juzgar sólo por medio del Espíritu, mientras que el hombre espiritual juzga todo, sin que nadie lo pueda juzgar. ¿Pues quién ha conocido el pensamiento del Señor para poder dirigirlo? Pero nosotros tenemos el pensamiento de Cristo” (1a Cor 2,9-16).


[1] – No sólo como idea o intención, ya que para Dios querer y hacer son una sola cosa. Pero no se trata de “pre-existencia” de almas, pues ese idea –rechazada por la Iglesia– indica un tiempo anterior, mientras que aquí se habla de eternidad, que es algo afuera del tiempo: es el Acto único y absoluto de Dios, sin pasado ni futuro. Creados por Dios en Cristo, para ser sus hijos.  


Apuntes para una Fe clara en tiempos de confusion

Pescia Romana (Viterbo, Italia), 13 de Octubre de 2017, en el Centenario de la sexta aparición de Nuestra Señora en Fátima y del “milagro del Sol”, signo del Reino del Querer Divino y del triunfo del Corazón Inmaculado de María.

En la Fe de la Santa Iglesia, sin pretender dar lecciones a nadie, ofrezco al buen sentido y a la buena voluntad de quien lee estas reflexiones, con el deseo de ayudar a los hermanos que el Señor me ha encomendado –“mi parroquia espiritual o extraterritorial”– en este tiempo de oscuridad, de confusión y de extravío de la Fe para su formación básica en la Fe y como guía en su vida.

P. Pablo Martín

María tuvo por gracia la unidad de la luz de la Divina Voluntad: la Luz plena y jamás interrumpida

Jesús a Luisa: “… Vivir en mi Voluntad es poseer la fuente de la unidad de la luz de mi Voluntad, con toda la plenitud de los efectos que hay en Ella. Así que en cada acto suyo surge la luz, el amor, la adoración, etc., que constituyéndose acto por cada acto, amor por cada amor, como luz solar invade todo, armoniza con todo, reune todo en sí y como rayo refulgente da a su Creador la correspondencia de todo lo que ha hecho por todas las criaturas y la verdadera nota de acuerdo entre el Cielo y la tierra.

(…) La unidad de la luz la poseía Adán antes de pecar, y ya no pudo recuperarla estando en vida. A él le pasó como a la tierra que gira respecto al sol, que no estando fija, mientras gira se opone al sol y se forma la noche. Ahora bien, para hacerlo firme de nuevo y poder sostener así la unidad de esta luz, hacía falta un reparador, que tenía que ser superior a él; se necesitaba una fuerza divina para enderezarlo: de ahí la necesidad de la Redención. 

La unidad de esta Luz la poseía mi Madre Celestial, y por eso, más que el sol puede dar luz a todos. Entre Ella y la Majestad Suprema nunca hubo noche ni sombra alguna, sino siempre pleno día, y por eso en cada instante esta unidad de la Luz de mi Querer hacía correr en Ella toda la Vida Divina, che le daba mares de luz, de alegrías, de felicidad, de conocimientos divinos, mares de belleza, de gloria, de amor. Y Ella, triunfalmente, llevaba a su Creador todos esos mares como suyos, para demostrarle su amor, su adoración, y para hacerle enamorarse de su belleza; y la Divinidad hacía correr otros nuevos mares más bellos. Ella tenía tanto amor, que como algo natural podía amar por todos, adorar y suplir por todos. Sus más pequeños actos, hechos en la unidad de esa Luz, eran superiores a los más grandes actos y a todos los de todas las criaturas juntas; por eso los sacrificios, las obras, el amor de todas las demás criaturas, puede decirse que son pequeñas llamitas comparadas con el sol, gotitas de agua respecto al mar, si se comparan con los actos de la Reina Soberana. Y por eso Ella, en virtud de la unidad de esta luz del Supremo Querer, triunfó en todo, venció a su mismo Creador y Lo hizo prisionero en su seno materno. Ah, sólo la unidad de esta luz de mi Querer, que poseía Aquella que imperaba sobre todo, pudo hacer este prodigio jamás ocurrido, que le suministraba los actos dignos de este Prisionero Divino.

 Adán, al perder esta unidad de la Luz, volcó y formó la noche, las debilidades, las pasiones, para él y para las generaciones. Esta Virgen excelsa, con no hacer nunca su voluntad, se mantuvo siempre derecha delante del Sol Eterno, y por eso para Ella siempre fue de día e hizo nacer el día del Sol de Justicia para todas las generaciones. Si esta Virgen Reina no hubiera hecho más que conservar en el fondo de su alma inmaculada la unidad de la Luz del Eterno Querer, habría bastado para devolvernos la gloria de todos, los actos de todos y la correspondencia de amor de toda la Creación. La Divinidad, por medio suyo, en virtud de mi Voluntad, sintió que volvían a Ella las alegrías y la felicidad que había establecido recibir por medio de la Creación. Por eso Ella puede llamarse la Reina, la Madre, la fundadora, la base y el espejo de mi Voluntad, en el que todos pueden mirarse para recibir de Ella su Vida”.  (…)

“Hija mía, Adán en el estado de inocencia y mi Madre Celestial poseían la unidad de la Luz de mi Voluntad, no por sí mismos, sino comunicada por Dios, mientras que mi Humanidad la poseía por propia capacidad, porque en Ella no sólo estaba la unidad de la Luz del Supremo Querer, sino que estaba el Verbo Eterno y, siendo Yo inseparable del Padre y del Espíritu Santo, sucedió la verdadera y perfecta bilocación, pues mientras permanecí en el Cielo baje al seno de mi Madre, y siendo el Padre y el Espíritu Santo inseparables de Mí, también Ellos descendieron conmigo a la vez que permanecieron en las alturas de los Cielos”. (…)

“Hija mía, el Padre y el Espíritu Santo, siendo inseparables de Mí, bajaron conmigo y Yo Me quedé con Ellos en los Cielos, pero la tarea de satisfacer, de padecer y de redimir al hombre fue tomada por Mí. Yo, Hijo del Padre, Me encargué de pacificar a Dios con el hombre. Nuestra Divinidad era intangible e incapaz de padecer la mínima pena. Fue mi Humanidad, inseparablemente unita a las Tres Divinas Personas, la que dándose en poder de la Divinidad padecía penas inauditas, satisfacía de modo divino. Y como mi Humanidad no sólo poseía la plenitud de mi Voluntad como suya propia, sino el mismo Verbo y, como consecuencia de la inseparabilidad, el Padre y el Espíritu Santo, superó por tanto de un modo aún más perfecto tanto Adán inocente como mi misma Madre, ya que en ellos era gracia, en Mí era naturaleza. Ellos tenía que obtener de Dios la luz, la gracia, el poder, la belleza; en Mí estaba la fuente de donde surgía la luz, la belleza, la gracia, etc., por lo que era tanta la diferencia entre Mí, que era naturaleza, y mi misma Madre, que era gracia, que Ella quedaba eclipsada ante mi Divinidad…”  (19°, 31-5-1926)  

La Divina Voluntad es medicina, conservación, alimento, vida y plenitud de la más alta santidad

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Estaba pensando al Santo Querer Divino y pensaba entre mí: “¿Cómo puede ser que Adán, después del pecado, habiendo roto su voluntad la unión  con la de Dios, perdiera la fuerza, el dominio, y así sus actos ya no fueran aceptables para Dios, formando su delicia, mientras que antes de pecar Adán había hecho sus actos hacia Dios, los había aprendido, y por qué repitiendolos después ya no tenían el mismo sonido, ya no contenían la plenitud del amor divino y de la completa gloria de Dios?”

Y mientras pensaba eso, mi amable Jesús se ha movido en mi interior y con una luz que me enviaba me ha dicho: “Hija mía, antes que nada, Adán, antes de separarse de mi Voluntad, era mi hijo, tenía como centro de su vida y de todos sus actos mi Voluntad. Por tanto poseía una fuerza, un dominio, un atractivo todo divino; por eso su respirar, su palpitar, sus actos sabían de divino, todo su ser emanaba un perfume celestial, que a todos nos atraía a él. De modo que nos sentíamos heridos por todas partes por este hijo: si respiraba, si hablaba, si hacía las cosas más inocentes, indiferentes y naturales, eran para Nosotros heridas de amor, y Nosotros, divirtiéndonos con él, lo colmábamos cada vez más de nuestros bienes, porque todo lo que hacía salía de un solo punto, que era nuestra Voluntad. Por eso todo nos agradaba, no encontrábamos nada que nos disgustara.

Pero después del pecado, Adán bajó del estado de hijo y se redujo al estado de siervo [1], y al romper su unión con la Voluntad Suprema, así perdió la fuerza divina, el dominio, el atractivo, el perfume celestial. Por eso ya no sabían de divino sus actos, su ser, sino que se llenó de una sensación humana, por lo cual, haciendole perder el atractivo, ya no nos sentíamos heridos, sino que nos ponían a distancia, él de Nosotros y Nosotros de él. No quiere decir nada que repitiera los mismos actos que hacía antes de pecar, como de hecho los hacía; ¿pero sabes  tú qué cosa son los actos de la criatura sin la plenitud de nuestra Voluntad? Son como ciertos alimentos sin sabor ni sustancia, que en vez de gustar disgustan el paladar humano, y así disgustan el paladar divino; son como esos frutos no maduros, que no tienen dulzura ni sabor; son como flores sin perfume; son como recipientes llenos, sí, pero de cosas viejas, frágiles y rotas. Todo eso puede servir en una extrema necesidad al hombre y también tener una sombra, un algo de la gloria de Dios, pero no sirven a la felicidad y a todo el bienestar de la criatura y a la plenitud de la gloria de Dios. Mientras que, ¿con cuánto gusto no se come un alimento bien sazonado y sustancioso y cómo refuerza toda la persona? Ya sólo el aroma del condimento despierta el apetito y las ganas de comerlo.

Así Adán, antes de pecar, sazonaba todos sus actos con la sustancia de nuestra Voluntad y por tanto despertaba el apetito de nuestro Amor, a tomar   todos sus actos como el alimento más deseable para Nosotros, y Nosotros en correspondencia le dábamos el alimento exquisito de nuestra Voluntad. Pero después del pecado, pobrecito, perdió el camino recto de comunicación con su Creador, ya no reinaba en él el puro amor; el amor fue dividido por el temor, por el miedo, y no teniendo ya el absoluto dominio de la Suprema Voluntad, sus actos de antes ya no tenían el mismo valor, hechos después del pecado. A mayor motivo, que toda la Creación, incluído también el hombre, salió del Eterno Creador como fuente de vida, en la cual debía conservarse sólo con la Vida de la Divina Voluntad; todo debía estar basado en ella, y esa base del Divino Querer debía conservar todas las cosas bellas, nobles, como habían salido de Dios. Como, en efecto, todas las cosas creadas son así como fueron creadas, ninguna ha perdido nada de su origen. Sólo el hombre perdió la vida, la base, y por eso perdió su nobleza, su fuerza, la semejanza con su Creador. Pero a pesar de todo, mi Voluntad no dejó del todo al hombre, y no pudiendo ya seguir siendo para él fuente de vida y base que lo sostuviera, porque él mismo se había separado de ella, se ofreció como medicina para hacer que no pereciera del todo. De manera que mi Voluntad es medicina, es salud, es conservación, es alimento, es vida, es plenitud de la más alta santidad. Tanto como la criatura la quiera, ella se ofrece…”  (18° Vol., 28.01.1926)


[1] – Adán, y en él su descendencia, son ese “hijo pródigo”, que se fue de la Casa paterna.

¡Cuál fue el dolor de Jesús al ver divididas sus ropas y sorteada su túnica!

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Jesús a Luisa: “Hija mía, en mi Pasión hay un lamento mío, que me salió con intenso dolor del fondo de mi Corazón desgarrado, es decir: «Se han repartido mis ropas y han sorteado mi túnica». ¡Qué doloroso fue para Mí ver repartidas mis vestiduras entre mis mismos verdugos, y sorteada mi túnica! Era la única cosa que Yo tenía, que con tanto amor me había dado mi Madre Dolorosa; y ahora no sólo me han desnudado de ella, sino que se la juegan.

¿Pero sabes tú lo que más me hirió? En esa vestidura se me hizo presente Adán, vestido con la vestidura de la inocencia y cubierto con la túnica sin costuras de mi Suprema Voluntad. La Increada Sabiduría, al crearlo, hizo más que una Madre amorosísima: lo vistió, más que con una túnica, con la luz interminable de mi Voluntad, vestidura no sujeta a estropearse, ni a dividirse, ni a consumirse, vestidura que había de servir al hombre para conservar la imagen de su Creador, sus dones recibidos, y que debía hacerle admirable y santo en todas las cosas suyas; y no sólo, sino que lo recubrió con el manto de la inocencia. Y Adán en el paraiso terrenal dividió con sus pasiones la vestidura de la inocencia y se jugó la túnica de mi Voluntad, vestidura incomparable, resplandeciente de luz.

Lo que hizo Adán en el paraíso terrenal se repitió ante mis ojos sobre el monte Calvario. Al ver divididas mis ropas y sorteada mi túnica, símbolo de la vestidura regia dada al hombre, mi dolor fue intenso, tanto que hice un lamento. Se me hizo presente cuando las criaturas, haciendo su voluntad, de burlan de la mía. Cuántas veces dividen con sus pasiones la vestidura de la inocencia! Todos los bienes estan contenidos en el hombre en virtud de esta vestidura regia de la Divina Voluntad. Jugandosela, se quedó desnudo, perdió todos los bienes, porque le faltó la vestidura que los contenía. De manera que entre tantos males que hacen las criaturas con hacer su voluntad, añaden el mal irreparable de jugarse la vestidura regia de mi Voluntad, vestidura que no podrá ser sustituida con ninguna otra”.

Después de eso, mi dulce Jesús me hacía ver que ponía mi pequeña alma dentro de un Sol y con sus santas manos me tenía firme en aquella luz, y cubriendome toda, por dentro y por fuera, yo no podía ni sabía ver más que luz.

Y mi adorado Bien ha añadido:  “Hija mía, al crear al hombre, la Divinidad lo puso en el Sol de la Divina Voluntad, y en él a todas las criaturas. Ese Sol le servía de vestidura, no sólo del alma, sino que sus rayos eran tantos que cubrían también su cuerpo, de modo que le servía más que vestidura, haciendolo tan hermoso y bello, que ni reyes ni emperadores jamás se han mostrado tan gloriosos como aparecía Adán con esa vestidura de luz fulgidísima. [1] Se equivocan quienes dicen que Adán, antes de pecar, estaba desnudo; falso, falso. Si todas las cosas creadas por Nosotros estan adornadas y vestidas, él, que era nuestra joya, el fín por el que todas las cosas fueron creadas, ¿no había de tener la vestidura más bella y el más hermoso ornamento entre todas? Por eso, era lógico que tuviera la hermosa vestidura de la luz del Sol de nuestra Voluntad y, teniendo esa vestidura de luz, no necesitaba de ropas materiales para cubrirse. En el acto que se separó del «Fiat» Divino, se retiró la luz del alma y del cuerpo y perdió su bella vestidura, y no viendose ya vestido de luz, se sintió desnudo. Y avergonzandose al verse desnudo, él solo en medio de todas las cosas creadas, sintió la necesidad     de cubrirse y se sirvió de las cosas superfluas de las cosas creadas para cubrir su desnudez.

Tan cierto es, que después de mi sumo dolor al  ver  repartidas  mis ropas y sorteada mi túnica, al resucitar mi Humanidad no tomé otras vestiduras, sino que me vestí con la vestidura fulgidísima del Sol de mi Querer Supremo. Era aquella misma vestidura de Adán cuando fue creado, porque para abrir el Cielo, mi Humanidad debía llevar la vestidura de la luz del Sol de mi Querer Supremo, vestidura regia que, dandome las galas de Rey y el dominio en mis manos, abrió el Cielo a todos los redimidos. Y presen-tandome a mi Padre Celestial, Le ofrecí la vestidura íntegra y bella de su Voluntad, con la que estaba cubierta mi Humanidad, para que reconociera a todos los redimidos como hijos nuestros. De forma que mi Voluntad, mientras es vida, a la vez es la verdadera vestidura de la creación de la criatura, y por eso tiene todos los derechos sobre ella; ¡pero cuánto no hacen ellas por escapar de esta luz!  Por eso, tú sé firme en este Sol del Eterno «Fiat»  y Yo te ayudaré a permanecer en esta luz”.

Y yo, al oir eso, le he dicho: “Jesús mío y todo mío, cómo, Adán en el estado de inocencia no tenía necesidad de ropa, porque la luz de tu Voluntad era más que vestidura, mientras que la Reina Soberana poseía íntegra tu Voluntad y Tú eres la misma Voluntad, y sin embargo ni la Madre Celestial     ni Tú teníais vestiduras de luz, y los dos os servisteis de ropas materiales para cubriros;  ¿cómo es eso?”

Y Jesús ha seguido diciendo: “Hija mía, tanto Yo como mi Mamá vinimos a hermanarnos con las criaturas, vinimos a levantar a la humanidad decaída, y por tanto a tomar las miserias y humillaciones en que estaba caída, para expiarlas a costa de nuestra propia vida. Si nos hubieran visto vestidos de luz, ¿quién se habría atrevido a acercarse a tratar con Nosotros? Y durante mi Pasión, ¿quién se habría atrevido a tocarme? La luz del Sol de mi Querer los habría cegado y derribado al suelo; por eso tuve que hacer un milagro más grande, escondiendo esta luz en el velo de mi Humanidad, apareciendo como uno de ellos. Porque Ella representaba, no Adán inocente, sino Adán caído, y por tanto debía sujetarme a todos sus males, tomarlos sobre Mí como si fueran míos, para expiarlos ante la Divina Justicia. Pero cuando resucité de la muerte, puesto que representaba a Adán inocente, al nuevo Adán, hice cesar el milagro de tener ocultas en el velo de mi Humanidad las vestiduras del fúlgido Sol de mi Querer y quedé vestido de luz purísima, y con esta vestidura regia y deslumbrante hice mi entrada en mi Patria, quedando las puertas abiertas, pues hasta aquel momento habían estado cerradas, para hacer entrar a todos los que me habían seguido. Por eso, con no hacer nuestra Voluntad, no hay bien que no se pierda, no hay mal que no se adquiera”.  (20° Vol., 12.12.1926)


[1]“Si el ministerio de muerte, grabado con letras en la piedra, fue rodeado de gloria –tanto que los hijos de Israel no podían mirar el rostro de Moisés a causa del resplandor efímero de su rostro−, cuánto más será glorioso el ministerio del Espíritu?” (2 Cor 3,7-8). En efecto, “cuando Moisés bajó del monte Sinaí… no sabía que la piel de su cara se había vuelto radiante, porque había conversado con el Señor(Es 34,29). Cfr Vol. XVI, 14.01.1924.

Visitemos espiritualmente a Jesús Sacramentado

Jesús dice a Luisa: “Por último, en cuanto a las visitas que me harás y a los actos de reparación, he de decirte que Yo, en el Sacramento de mi Amor que he instituido por tí, sigo haciendo y sufriendo todo lo que hice y sufrí en el curso de treinta y tres años de vida mortal. Deseo nacer en el corazón de todos los mortales y por eso obedezco desde el Cielo a quien me llama a inmolarme sobre el altar; me humillo esperando, llamando, instruyendo, iluminando, y el que quiere puede alimentarse de Mí Sacramentado; a uno le doy consuelo, a otro fortaleza, y pido por tanto al Padre que lo perdone; estoy para enriquecer a unos, para unir conmigo a otros, velo por todos; defiendo a quien quiere que Yo lo defienda; divinizo a quien quiere que Yo lo divinice; acompaño a quien quiere ser acompañado; lloro por los incautos y por los delincuentes; me hago adorante perpetuamente para reintegrar la armonía universal y cumplir el supremo decreto divino, que es la glorificación absoluta del Padre, en el perfecto homenaje que El pide, pero que no recibe de todas las criaturas, por lo cual me he sacramentado…

Por eso quiero que tú, en respuesta a este infinito Amor mío hacia el género humano, me hagas cada día treinta y tres visitas, en honor de los años de mi Humanidad transcurridos por vosotros y entre todos vosotros, hijos míos, regenerados en mi preciosísima Sangre, y que, juntos, tú te unas conmigo en este Sacramento, con el fin de hacer siempre mis intenciones de expiación, de reparación, de inmolación y de adoración perpetua. Esas treinta y tres visitas las harás siempre, en todo tiempo, cada día y en cualquier lugar en que pudieras estar, ya que Yo las aceptaré como si las hicieras en mi Presencia sacramental…

Tu primer pensamiento, por la mañana, debes hacerlo volar a Mí, Prisionero de amor, para darme tu primer saludo de amor por Mí y la primera visita confidencial en la que nos preguntaremos mútuamente cómo hemos pasado la noche y nos animaremos recíprocamente. Y así, tu último pensamiento y tu último afecto de la tarde será que tú vengas de nuevo a Mí, para que te dé la bendición y te haga descansar en Mí, conmigo y por Mí; y tú Me darás el último beso de amor, con la promesa de unirte conmigo Sacramentado. Las otras visitas Me las harás como mejor se te presente la ocasión favorable a concentrarte toda en mi Amor”. (1° Volumen).

SEXTA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí ofendido y ultrajado, y yo tantos actos de reparación quiero hacerte cuantas son las especies de pecados que se cometen ante tu Presencia sacramental, y tantos actos de arrepentimiento por todos los pecados que cometen todas las criaturas, cuantos son los latidos de mi corazón. Oh Virgen del Stmo. Sacramento, beso tu pie izquierdo: endereza mis pasos desordenados. Beso tu pie derecho: guía mis pasos al bien. Beso tu mano izquierda: líbrame de la esclavitud del demonio. Beso tu mano derecha: admíteme en el número de tus verdaderos devotos. Beso tu purísimo Corazón: sepúltame en tu Corazón y en el de tuo hijo Jesús.

SÉPTIMA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú no sólo estás aquí encarcelado, sino casi encadenado, y con ansia febril estás esperando los corazones de las criaturas para bajar a ellos y liberarte, y con las cadenas que te sujetan atar sus almas a tu Amor. Pero con sumo dolor tuyo ves que las criaturas vienen ante Tí con suma indiferencia, sin ganas de recibirte, otras que no quieren recibirte y otras que, aunque te reciben, tienen su corazón atado a otros corazones y lleno de vicios. Para esas almas parece que Tú seas su desperdicio. Y Tú, Vida mía, te ves obligado a salir de esos corazones encadenado como has entrado, porque no te han dato la libertad de dejarse atar y así han cambiado tus deseos en lágrimas. Jesús mío, permíteme que te enjuague las lágrimas y te pida el llanto de amor; y en reparación te ofrezco las ganas, los suspiros, los deseos ardientes y los contentos que te han dado todos los Santos que ha habido y que habrá, los de tu Madre querida y el mismo Amor del Padre y del Espíritu Santo; y yo, haciendo mío todo ese amor, quiero ponerme a la puerta del sagrario para protegerte y alejar las almas que quisieran recibirte para hacerte llorar. Y tantas veces quiero repetir estos actos, por cuantos contentos has dado a todos los Santos del Paraíso.

Mamá, Reina coronada de todas las gracias por la Trinidad Sacrosanta, desciendan de tu Trono todas las gracias en favor de los pobres mortales, y sean esas gracias escala para hacer que todas las almas puedan subir al Cielo. Oh Madre querida, custodia Tú mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y pónlos como lámpara a la puerta del Sagrario para cortejar a Jesús.

OCTAVA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí afligido y desconsolado, y yo he venido a consolarte; ¿pero cómo puedo consolarte, estando yo lleno de miserias y de pecados? Madre Dolorosa, vengo a tí, a que me des tu Corazón para consolar a tu Hijo. Aquí te traigo, o Señor, el Corazón de tu Madre para consolarte, la sangre que han derramado los mártires, el Amor recíproco con que os amais las Tres Divinas Personas.

Y a Tí, Madre Dolorosa, afligida todavía por nuestros tantos pecados, te ofrezco el Corazón de tu Hijo para consolarte, los homenajes de todos los Santos, el Amor con que te amó la Santísima Trinidad cuando te constituyó Reina del Cielo y de la tierra, y tantas veces deseo repetir estos actos como consuelo y alivio de ambos, cuantas son las matas de hierba, cuantas son las flores, cuantas son las plantas que brotan de la tierra.

NOVENA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí hambriento y sediento, y ciertas almas no hacen más que prepararte un alimento disgustoso, tibio, frío e incostante, aun siendo almas consagradas a Tí. Oh Jesús, tantos actos de reparación quiero hacerte, por cuantas llamas tiene el fuego, por cuantos rayos de lus tiene el sol. Mamá bella, mírame siempre y ténme continuamente cubierto bajo el manto de tu protección.

DÉCIMA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí humilde y resignado, continuamente ofrecido a la Voluntad del Padre, y yo tantas veces quiero ofrecerme víctima de tu Santa Voluntad, cuantas veces te ofreciste Tú estando en la tierra, y quiero ofrecerte tantos actos de reparación de todas las faltas de resignación, de los actos de ira, de impaciencia, de desobediencia que cometen los hombres, por cuantas veces respiro. Madre Corredentora, beso tu majestuosa frente, y Tú dirige todos mis pensamientos; y de la santidad de tu mente desciendan rayos de luz a las mentes de las criaturas, para que puedan conocer a Jesús.

DÉCIMO PRIMERA VISITA

Oh Prisionero de amor, ¡qué solitario estás aquí y abandonado! Ah, Tú tienes tanta hambre del amor de tus criaturas, y nosotros somos tan fríos y distraídos. Quiero, Amor mío, presentarte los corazones de todas las criaturas y sumergerles en tu Divino Amor y en tu Divino Corazón, para que se inflamen y queden purificados en el fuego eterno de tu Caridad, para que Tú puedas ser plenamente reparado de toda humana ingratitud. Oh Inmaculada Madre mía, María, presenta Tú misma esta oferta y esta reparación a Jesús y conviértenos todos a su Amor.

DÉCIMO SEGUNDA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú estás aquí colmado de la ingratitud, incorrespondencia e infidelidad de tus mismos hijos, y yo otros tantos actos de gratitud, de correspondencia y de fidelidad quiero hacerte, por habernos creado a tu imagen y semejanza, darte las gracias por toda clase de benefìcios que nos has hecho. Quiero unirme a Tí y dolerme por todas las ofensas que recibiste durante la Pasión y que ahora recibes en el Stmo. Sacramento, y tantas veces quiero encomendarte todos los hijos de la Iglesia, todos los Sacerdotes, mis familiares, los pecadores, los herejes, los infieles, los agonizantes, para que todos correspondan a los designios de tu Sagrado Corazón. Por último Te pido por todas las almas del Purgatorio, para que todas puedan volar al Cielo y no falte ninguna, a costa de cualquier sacrifìcio. Y tantas veces quiero repetir estos actos, por cuantas veces se mueven las olas del mar y las ramas de los árboles. Dulce Mamá, Esperanza nuestra, refugio de los pecadores, escóndenos bajo tu manto e intercede por nosotros.

DÉCIMO TERCERA VISITA

Oh Prisionero de amor, Tú te sientes ahogar por el ansia de hacer que todos conozcan tu Voluntad. Ah, desde tus velos sacramentales irradia tus refulgentes rayos e inundando todos los corazones, comunica tu Voluntad a todos, para que jubilosa y triunfante reine y domine en todo el mundo. Virgen Inmaculada, Reina del FIAT Divino, llama a todos los corazones y con tu poder de Reina pon en ellos la Vida de la Divina Voluntad, y nos conforte y alegre tu materna bendición.


“Señor, enséñanos a orar”

Escuela de oración en la Divina Voluntad

Oraciones de la Sierva di Dio 

LUISA  PICCARRETA

“la Pequeña Hija de la Divina Voluntad” para una guía práctica de oración y una pequeña “escuela de oración” a la luz de sus escritos.

preparado por el P. Pablo Martín (2005)