Maria

Luisa Piccarreta y su misión de preparar el Reino de la Divina Voluntad a las humanas generaciones

La Sierva de Dios Luisa Piccarreta, “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”, es la criatura que el Señor ha escogido para dar comienzo en ella al cumplimiento de su ideal, de su Decreto eterno, y para hacer que se conozca en la Iglesia y en el mundo entero: que su Querer Divino sea en el hombre lo que es en Dios: su Vida, su Felicidad, la Fuente de la que brotan todas sus obras.

San Anibal M. di Francia escribió de ella: “Nuestro Señor, que de siglo en siglo aumenta cada vez más las maravillas de su Amor, parece que de esta virgen, que   El llama la más pequeña que haya encontrado en la tierra, desprovista de toda instrucción, haya querido formar un instrumento idoneo para una misión tan sublime, que ninguna otra se le puede comparar, es decir el triunfo de la Divina Voluntad  en el mundo entero, conforme a lo que decimos en el Padrenuestro: Fiat Voluntas  tua,  sicut  in  cœlo  et  in  terra.

Jesús le dijo: “Tu misión es grande, porque no se trata sólo de la santidad personal, sino que se trata de abrazar todo y a todos y de preparar el Reino de mi Voluntad a las humanas generaciones” (22-08-1926).

Por ese motivo Jesús ha querido poner a Luisa a la cabeza de la “segunda generación de los Hijos  de la Luz”: ella es “la Trompeta” –le dice– que ha de reunir la nueva generación tan ardientemente suspirada; ella es “la Hija primogénita”, “la secretaria y la escribana de Jesús”, “la maestra de la ciencia más sublime”, como es la Divina Voluntad, etc… Títulos con que Jesús a   menudo la llama. Luisa es, en una palabra, “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad” (Título con el que ella misma firma sus  cartas y que se lee en su tumba).  

Parecería casi como si en Elsa hubiera dos personas, como dos diferentes espiritualidades, como dos dimensiones, dos mundos, dos realidades tan grandes que se nos escapan… 

Una, por decirlo así, parece más a nuestro alcance, al menos para hacernos una idea: la que habla de obediencia, de la cruz… Pero luego está la otra, la del “vivir en la Divina Voluntad”. Son las dos vocaciones o misiones de Luisa: la primera, como “Víctima” con Jesús en la Obra de la Redención, y la otra, que Jesús le presenta después, como la depositaria de las verdades sobre la Divina Voluntad, como quien está a la cabeza de la nueva generación suspirada por Jesús, que tendrá todo en común con El, la Divina Voluntad como vida…

Dice Jesús: “Hasta ahora te he tenido conmigo para aplacar mi Justicia e impedir que castigos más duros llovieran sobre la tierra; ahora (…) quiero que tú, conmigo, en mi Querer, te ocupes en preparar la era de mi Voluntad. A medida que te adentrarás en el camino de mi Querer, se formará el arcoiris de paz, que formará el eslabón de unión entre la Voluntad Divina y la humana, gracias al cual tendrá vida mi Voluntad en la tierra y comenzará a ser escuchada la oración mía y de toda la Iglesia: venga tu Reino y hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo”. (02-03-1921)   

De todo lo que el Señor le dice a Luisa resulta de forma evidentísima: 

– 1°, que el Reino de Dios es que su Voluntad se cumpla;

– 2°, que la Voluntad del Padre ha establecido su Reino en la Stma. Humanidad de Jesucristo, dándole todos sus atributos y derechos divinos; 

– 3°, que todo lo que Jesús posee en su Adorable Humanidad quiere darlo a su Cuerpo Místico. Las palabras “así en la tierra como en el Cielo”, en Jesús y María son perfecta realidad: “como es en el Padre así es en el Hijo”. Por eso, mientras que Jesús y María vivían en la tierra, el Reino de Dios estaba en la tierra. Pero en nosotros esas palabras tienen que ser un deseo ardiente, una invocación incesante, porque son una Promesa divina. San Agustín dice: “Hágase en la Iglesia como en Nuestro Señor Jesucristo; hágase en la Esposa, que es su prometida, como en el Esposo, que ha cumplido la Voluntad del Padre”.

– 4°, Esta Promesa divina del Reino todavía se tiene que cumplir en la tierra del modo como ya se cumple en el Cielo. Lo cual supone dos cosas: 

  • que no sólo hemos de ir al Reino de Dios después de la muerte, sino que el Reino de Dios todavía tiene que venir en el tiempo histórico, y no puede acabarse el mundo sin que antes tenga su pleno cumplimiento (Se trata del restablecimiento del orden de la Creación, como era antes del pecado), 
  • y que el Reino de Dios todavía no ha venido, porque no hay que confundirlo con la Redención o con la Iglesia.

El inmenso Amor y el inmenso padecer de nuestro Señor Jesucristo en el vientre de su Madre

Del Primer Volumen del diario de la Sierva de Dios LUISA PICCARRETA, “la pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Mi mente iba al seno materno y me asombraba considerando un Dios tan grande en el cielo y ahora tan anonadado, empequeñecido, limitado, sin poderse mover ni casi respirar. La voz interior me decía: “¿Ves cuánto te he amado? Ah, hazme un poco de espacio en tu corazón, quita todo lo que no es mío, que así me facilitarás que pueda moverme y respirar”

Mi corazón se derretía; le pedía perdón, le prometía que habría sido toda suya, me desahogaba en lágrimas. Sin embargo, lo digo con vergüenza, volvía a mis defectos de siempre. ¡Oh Jesús, qué bueno que has sido con esta miserable criatura! 

Esas espinas son tantos malos pensamientos trenzados que se aglomeran en las mentes humanas

“Hija mía, del Amor que devora pasa a contemplar mi Amor que obra. Cada alma concebida me trajo el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó que tomara el fardo de cada una; por tanto, no sólo concebí las almas, sino también las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Padre Celestial. De modo que mi Pasión fue concebida junto conmigo.

Mírame bien en el seno de mi Madre Celestial. ¡Oh, cómo se desgarraba mi pequeña Humanidad! Fíjate bien, cómo mi cabecita estaba ceñida por una corona de espinas,  que oprimiendome fuerte las sienes me hacían derramar ríos de lágrimas de los ojos; no podía moverme para secármelas. ¡Ah, ten compasión de mí! ¡Enjúgame los ojos de tanto llorar, tú que tienes los brazos libres para poder hacérmelo! Esas espinas son tantos malos pensamientos trenzados que se aglomeran en las mentes humanas. ¡Oh, cómo se me clavan, más que las espinas que produce la tierra! 

Y míra además qué larga crucifixión de nueve meses: no podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie; estaba siempre inmóvil, no había espacio para poder moverme siquiera un poco. Qué larga y dura crucifixión, añadiendo a éso que todas las obras malas, en forma de clavos, me traspasaban repetidamente manos y pies”.

Y así seguía narrandome pena por pena todos los dolores de su pequeña Humanidad, que si quisiera decirlo todo sería demasiado largo. Entonces yo me abandonaba al llanto y sentía que en mi interior decía: “Hija mía, quisiera abrazarte, pero no puedo, no hay espacio, estoy inmóvil, no puedo hacerlo; quisiera Yo ir a tí, pero no puedo caminar. Por ahora  abrazame y ven tú a mí, que luego, cuando salga del seno materno, iré Yo a tí”. 

Mi Amor quiere compañía

Entonces la voz interna proseguía: “Hija mía, no te separes de mí, no me dejes solo, que mi Amor quiere compañía: es otro exceso de mi Amor, que no quiere estar solo. ¿Pero sabes tú de quién quiere la compañía? ¡De la criatura! Ves, en el seno de mi Mamá estan todas las criaturas concebidas junto conmigo. Yo estoy con ellas con todo mi amor; quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para decirles todas mis alegrías y mis penas, que he venido entre ellas para hacerlas felices, para consolarlas, que estaré entre ellas como su hermanito, dando a cada una todos mis bienes, mi Reino, al precio de mi muerte; que quiero darles mis besos, mis caricias, que quiero jugar con ellas. Pero, ay, ¡cuántos dolores me dan! Uno me rehuye, otro se hace el sordo y me reduce al silencio, otro desprecia mis bienes y no se interesa de mi Reino; mis  besos  y  caricias  los pagan  con  el  desinterés  y el olvido de mí,  y mi contento lo convierten en amargo llanto…  ¡Oh, qué solo estoy, aun en medio de tantos! 

 ¡Oh, cómo me pesa la soledad! No tengo a quien decirle una palabra, con quien tener un desahogo, ni siquiera de amor; estoy siempre triste y taciturno, porque si hablo no me escuchan. Ah, hija mía, te ruego, te suplico, no me dejes solo en tanto abandono, hazme el bien de dejarme que hable, escuchándome; pon atención a mis enseñanzas. Yo soy el Maestro de los maestros; ¡cuántas cosas quiero enseñarte! Si tú me prestas atención, harás que deje de llorar y me entretendré contigo;  ¿no quieres tú entretenerte conmigo?”.

La Navidad preparada y contada por Luisa Piccarreta 

La Novena de la Santa Navidad, tomada del Primer Volumen del diario de la Sierva de Dios LUISA PICCARRETA. Una segunda Novena, con textos de otros capítulos, contempla el misterio de la Encarnación del Verbo.

“Se queda uno asombrado ante el inmenso Amor y el inmenso padecer de nuestro Señor Jesucristo bendito, por amor nuestro, por la salvación de las almas. En ningún libro he leído, acerca de ésto, una Revelación tan conmovedora y penetrante” (de una carta de San Anibal María Di Francia a Luisa Piccarreta en 1927, hablando de los nueve excesos de amor de Jesús en el seno de su Madre, en la Novena de preparación a la Santa Navidad)

 

¿Cuál es la novedad del vivir en la Divina Voluntad?

Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad” insiste mucho en que se ha de cumplir la petición del Padrenuestro: “Hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo”. Ella la escribe en parte en latin, como una frase “técnica”: “se cumpla el Fiat Voluntas tua, así en la tierra como en el Cielo”. ¿Qué quiere decir con eso? 

Hacer la Divina Voluntad no es una novedad; la novedad es que Dios nos está invitando a vivir en su Querer, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en su Querer eterno. La novedad es la Divina Voluntad operante en la criatura y la criatura operante de un modo divino en Ella.

Gracia de las gracias, este Don de los dones

La novedad es esta Gracia de las gracias, este Don de los dones: que no sólo hagamos lo que Dios quiere que hagamos, sino que su Voluntad sea nuestra, vida de nuestra vida, para vivir y reinar con Ella y en Ella.

La novedad es un intercambio continuo de voluntad humana y Divina, porque el alma, temiendo de la suya, pide que sea sustituida para cada cosa y a cada momento por la Voluntad misma de Dios, la cual la va colmando de gozos, de amor y de bienes infinitos, devolviéndole la semejanza divina perdida con el pecado y el fin para el que el hombre fue creado por Dios, que era vivir como hijo de Dios, tomando parte en todos sus bienes.

Unión de dos voluntades, la humana y la Divina

La novedad es que Jesús, mediante el don de su Voluntad a la criatura, forma en ella una vida Suya y una forma de presencia Suya real, de tal modo que esta criatura Le sirve de Humanidad. Lo cual, desde luego, no es mediante una especie de “unión hipostática” (dos naturalezas y una sola persona), sino por unión de dos voluntades, la humana y la Divina, unidas en un solo Querer, que, lógicamente, no puede ser sino el Divino.

Esta criatura forma el triunfo de Jesús, es “otro Jesús”, no por naturaleza, sino por gracia, según las palabras de San Juan: “…Para que, como es El, así seamos también nosotros en este mundo” (1ᵃ Jn 4,17). 

El vivir en mi Voluntad es reinar

Jesús MisericordiosoDice Jesús: “Hija mía, no se quiere entender: vivir en mi Voluntad es reinar, hacer mi Voluntad es estar a mis órdenes. Lo primero es poseer, lo segundo es recibir mis órdenes y cumplirlas. Vivir en mi Querer es considerar mi Voluntad como cosa propia, es disponer de Ella. Hacer mi Voluntad es considerarla como Voluntad de Dios, no como algo propio, ni poder disponer de Ella como se desea. Vivir en mi Voluntad es vivir con una sola Voluntad, que es precisamente la de Dios…

Vivir en mi Voluntad es vivir como hijo; hacer mi Voluntad es vivir como siervo. En el primer caso, lo que es del Padre es del hijo… Y luego, ésto es un don que quiero dar en estos tiempos tan tristes, que no sólo hagan mi Voluntad, sino que la posean. ¿Acaso no soy Yo dueño de dar lo que quiero, cuando quiero y a quien quiero?… No te extrañes si ves que no entienden. Para entender deberían disponerse al más grande de los sacrificios, como es el no dar vida, aun en las cosas santas, a la propia voluntad. Entonces sentirían qué cosa es poseer la Mía y tocarían con la mano lo que significa vivir en mi Querer”… (18-09-1924)