Maria
La Resurrección de Jesús es símbolo de las almas que formarán la santidad en su Querer
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Por un poco he visto a mi adorable Jesús en el acto de su Resurrección, con un rostro tan resplandeciente que no se compara con ningún otro resplandor, y me parecía que la Stma. Humanidad de Nuestro Señor, aunque era carne viva, era resplandeciente y transparente, de forma que se veía claramente su Divinidad unida a su Humanidad.
Pues bien, mientras lo veía tan glorioso, una luz que de El venía parecía decirme: “Tanta gloria tuvo mi Humanidad por medio de la perfecta obediencia, que destruyendo de hecho la antigua naturaleza me restituyó la nueva naturaleza gloriosa e inmortal. Así el alma, por medio de la obediencia puede formar en sí la perfecta resurrección en las virtudes; por ejemplo: si el alma está afligida, la obediencia le hará que resucite a la alegría; si está agitada, la obediencia le hará que resucite a la paz; si se ve tentada, la obediencia le dará la cadena más fuerte para atar al enemigo y la hará resurgir vencedora de las insidias diabólicas; si está asediada por pasiones y vicios, la obediencia, dándoles muerte, la hará resucitar en las virtudes. Eso en el alma, y a su tiempo hará también la resurrección del cuerpo”. (7.4.1901)
Esta mañana, hallándome fuera de mí misma, por un poco he visto a mi adorable Jesús en el acto de su Resurrección, todo El vestido de luz resplandeciente, tanto que el sol quedaba oscurecido ante aquella luz. Me he quedado encantada y le he dicho: “Señor, si no soy digna de tocar tu Humanidad glorificada, permíteme que por lo menos toque tus vestiduras”.
Y El me ha dicho: “Amada mía, ¿qué dices? Después de resucitar ya no tuve necesidad de vestiduras materiales; mis vestiduras son de sol, de purísima luz, que cubre a mi Humanidad y eternamente resplandecerá, dando gozo indecible a los sentidos los bienaventurados. Eso ha sido concedido a mi Humanidad, porque no hubo parte de ella que no fuera cubierta de oprobios,de dolores y de llagas”. Dicho lo cual ha desaparecido, sin haber podido yo encontrar ni Humanidad, ni vestidura, o sea, mientras quería tocar con las manos su sagrada vestidura, se me escapaba y no la hallaba. (30.3.1902)
“El portento de mi Redención fue la Resurrección, que más que fúlgido sol coronó a mi Humanidad, haciendo resplandecer aun mis más pequeños actos de tan maravilloso resplandor que asombra Cielo y tierra, y que será principio, fundamento y cumplimiento de todos los bienes, corona y gloria de todos los bienaventurados. Mi Resurrección es el verdadero sol que glorifica dignamente a mi Humanidad, es el sol de la religión católica, es la verdadera gloria de todo cristiano. Sin la Resurrección habría sido como el cielo sin sol, sin calor y sin vida. Pues bien, mi Resurrección es símbolo de las almas que formarán la santidad en mi Querer.
Los santos de los siglos pasados representan a mi Humanidad, los cuales, si bien resignados, no han tenido un acto continuo en mi Querer, por tanto no han recibido la característica del Sol de mi Resurrección, sino la característica de las obras de mi Humanidad antes de la Resurrección. Por eso serán muchos: a modo de estrellas me formarán un hermoso ornamento al cielo de mi Humanidad. Pero los santos del vivir en mi Querer, que representarán a mi Humanidad resucitada, serán pocos. De hecho, mi Humanidad antes de morir, mucha gente, muchos la vieron, pero mi Humanidad resucitada la vieron pocos, sólo los creyentes, los mejor dispuestos y, podría decir, sólo los que tenían en germen mi Querer, porque si no lo hubieran tenido, les habría faltado la vista necesaria para poder ver mi Humanidad gloriosa y resucitada y ser por tanto expectadores de mi Ascensión al Cielo.
Pues bien, si mi Resurrección es figura de los santos del vivir en mi Querer, y con razón, ya que cada acto, palabra, paso, etc. hecho en mi Querer es una resurrección divina que el alma recibe, es una huella de gloria que se le da, es un salir de sí para entrar en la Divinidad, y el alma, escondiendose en el fúlgido sol de mi Querer, ama, obra, piensa, ¿qué tiene de extraño que el alma quede toda resucitada y hecha una sola cosa con el mismo sol de mi Gloria y represente a mi Humanidad Resucitada? Pero pocos son los que se disponen a ello, porque en la misma santidad las almas quieren algo para su propio bien; mientras que la santidad del vivir en mi Querer no tiene nada, nada de propio, sino todo de Dios. Y disponerse las almas a despojarse de sus propios bienes, es pretender demasiado; por eso no serán muchas. Tú no eres del número de los muchos, sino de los pocos; por eso sé siempre atenta a tu llamada y a tu vuelo continuo”. (15.4.1919)
“Hija mía, cuánta luz, cuánta gloria tuvo mi Humanidad en mi Resurrección, porque durante mi Vida en este mundo no hice más que contener en cada acto, en cada respiro, en cada mirada, en todo, la Voluntad Suprema, y a medida que la ponía en todo, el Divino Querer me preparaba la gloria, la luz de mi Resurrección. Y conteniendo en Mí el mar inmenso de la luz de mi Voluntad, no es de extrañar que si miro, si hablo, si me muevo, salga tanta luz de Mí que pueda dar luz a todos.
Por eso quiero atarte y envolverte en esta luz, para sembrar en tí tantas semillas de resurrección por cuantos actos vas haciendo en mi Voluntad. Ella es la única que hace resucitar el alma y el cuerpo a la Gloria, Ella es semilla de resurrección a la Gracia, Ella es semilla de resurrección a la más alta y perfecta Santidad, semilla de resurrección a la Gloria. Por tanto, a medida que el alma pone sus actos en mi Querer, va atando a ella nueva Luz divina, porque la naturaleza de mi Querer es Luz, y quien vive en El tiene poder de trasformar pensamientos, palabras, obras y todo lo que hace en Luz. (2.4.1923)
“Hija mía, mi Resurrección completó, selló, me devolvió todos los honores, llamó a la vida todas las obras que hice durante mi Vida en la tierra y formó el germen de la resurrección de las almas y hasta de los cuerpos en el Juício universal. Así que, sin mi Resurrección, mi Redención habría sido incompleta y mis obras más bellas habrían quedado sepultadas. Por eso, si el alma no resucita del todo en mi Voluntad, todas sus obras quedan incompletas, y si se nota el frío en las cosas divinas, si la oprimen las pasiones, si los vicios la tiranizan, formarán la sepultura para enterrarla, porque faltando la vida de mi Voluntad, faltará quien haga resurgir el fuego divino, faltará quien de un solo golpe haga morir las pasiones y haga resucitar todas las virtudes. Mi Voluntad es más que un sol que eclipsa todo, fecunda todo, convierte todo en luz y forma la completa resurrección del alma en Dios”. (4.4.1926)
La recíproca bendición que se dieron Jesús y María para dar comienzo a la Pasión, como una nueva Creación
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Estaba pensando, cuando mi dulce Jesús, para dar comienzo a su dolorosa pasión, quiso ir a pedirle a su Madre la bendición, y Jesús bendito me ha dicho: “¡Hija mía, cuántas cosas dice este misterio! Quise ir a pedirle la bendición a mi Madre querida, para darle ocasión de que también Ella Me la pidiera. Eran demasiados los dolores que tenía que soportar y era justo que mi bendición la reforzase. Yo acostumbro a pedir cuando quiero dar. Y mi Mamá Me comprendió enseguida, tan es así que no Me bendijo, si no cuando Me pidió mi bendición, y después de haber sido bendecida por Mí Me bendijo Ella.
Pero hay más. Para crear el Universo dije ‘Fiat’ y tan sólo con el ‘Fiat’ puse orden y embellecí cielo y tierra. Al crear al hombre mi Soplo omnipotente le infundió la vida. Al dar comienzo a mi Pasión, con mi palabra omnipotente y creadora quise bendecir a mi Madre, pero no la bendecía sólo a Ella; En Ella veía a todas las criaturas. Era Ella la que tenía el primado sobre todo y en Ella bendecía a todos y a cada uno, es más, bendecía cada pensamiento, palabra, acción, etc., bendecía cada cosa que debía de servirle a la criatura.
Como cuando mi ‘Fiat’ omnipotente creó el sol, y este sol, sin que disminuya su luz y su calor, prosigue siempre su curso para todos y cada uno de los mortales, así, mi palabra creadora, benediciendo, quedaba en acto de bendecir siempre, siempre, sin cesar jamás de bendecir, como nunca dejará el sol de dar su luz a todas las criaturas.
Pero eso no es todo. Con mi bendición quise renovar todo lo valioso de la Creación, quise llamar a mi Padre Celestial a que bendijera, para comunicar a la criatura la Potencia; quise bendecirla en nombre mío y del Espíritu Santo, para comunicarle la Sabiduría y el Amor, y así renovar la memoria, la inteligencia y la voluntad de la criatura, restituyéndole la soberanía sobre todo. Has de saber, sin embargo, que cuando doy quiero, y mi Madre querida comprendió y enseguida Me bendijo, no sólo por Ella, sino en nombre de todos.
Oh, si todos pudieran ver esta bendición mía, la sentirían en el agua que beben, en el fuego que les calienta, en el alimento que toman, en el dolor que los aflige, en los gemidos de la oración, en el remordimiento de la culpa, en el abandono de parte de las criaturas…, en todo sentirían mi palabra creadora que les dice (pero por desgracia no la oyen): «te bendigo en el nombre del Padre, en el mío, de Hijo, y del Espíritu Santo; te bendigo para ayudarte, te bendigo para defenderte, para perdonarte, para consolarte, te bendigo para hacerte santo». Y la criatura haría eco a mis bendiciones, bendiciéndome también ella en todo. Estos son los efectos de mi bendición, por lo que mi Iglesia, enseñada por Mí, Me hace eco, y en casi todas las ocasiones, al administrar los Sacramentos y demás, dá su bendición”. (12°, 28-11-1920)
La Santidad de María: lo que Jesús es por naturaleza propia, María lo es por gracia
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Lo que Jesús es por naturaleza propia, María lo es por gracia.
… Después he mirado su bellísimo Rostro y en mi interior sentía un contento indescriptible, y dirigiéndome a El he dicho: “Dulcísimo Amor mío, ¡soy yo y siento un gusto tan grande al contemplarte! ¿Qué gusto habrá sentido nuestra Mamá y Reina, cuando Te encerraste en sus purísimas entrañas? ¿Cuáles gozos y gracias no le habrás concedido?”
Y El: “Hija mía, fueron tales y tantas las delicias y las gracias que derramé en Ella, que basta decirte que lo que Yo soy por naturaleza, nuestra Madre lo fue por gracia; a mayor motivo que, no habiendo culpa en Ella, mi Gracia pudo dominarla libremente, de modo que de mi Ser no hay cosa alguna, que no le concedí a Ella”.
En ese momento me parecía ver a nuestra Reina y Madre como si fuera otro Dios, con esta sola diferencia: que en Dios es su propia naturaleza, en María Santísima es gracia obtenida. ¿Quién podrá decir mi asombro? ¿Cómo se perdía mi mente viendo un portento de gracia tan prodigioso? Así que, dirigiéndome a El, Le he dicho: “Querido Bien mío, nuestra Madre alcanzó tanto bien porque Te mostrabas intuitivamente. Yo quisiera saber: ¿a mí cómo Te muestras, con visión abstractiva o intuitiva? ¡Quién sabe si será abstractiva!”.
Y El: “Quiero hacerte comprender la diferencia que hay entre una y otra. En la abstractiva el alma contempla a Dios, en la intuitiva entra en El y obtiene las gracias, o sea, recibe en sí la participación del Ser Divino. ¿Y tú cuántas veces no has participado de mi Ser?…” (2°, 26-9-1899)
El Corazón de María y el Corazón de Jesús.
Esta mañana he recibido la Comunión y, encontrándome con Jesús, estaba presente la Mamá y Reina y, oh, qué maravilla, miraba a la Madre y veía el Corazón de Ella convertido en el Niño Jesús, miraba al Hijo y veía en el Corazón del Niño a la Madre… (3°, 6-1-1900)
La Stma. Trinidad y María.
…Veía ante mí una luz interminable y comprendía que en esa Luz moraba la Stma. Trinidad, y a la vez veía ante esa Luz a la Mamá Reina, que quedaba toda absorbida por la Stma. Trinidad, y Ella absorbía en sí a las Tres Divinas Personas, de tal modo que quedaba enriquecida con las tres características propias de la Trinidad Sacrosanta, o sea, la Potencia, la Sabiduría, la Caridad; y así como Dios ama al género humano como parto suyo y como una partícula que ha salido de El, y desea ardientemente que esta parte de Sí mismo vuelva a El, así la Mamá Reina, tomando parte en ésto, ama al género humano con amor incontenible. (4°, 26-1-1902)
Toda la vida y la santidad de María han salido de la palabra “Fiat”.
Continuando mi habitual estado, me he hallado afuera de mí misma, en un jardín, en el que veía a la Mamá Reina que estaba sobre un trono altísimo. Yo ardía de deseo de ir hasta Ella para besarle la mano, y mientras me esforzaba por ir, Ella ha venido a mi encuentro y me ha dado un beso en la cara. Al mirarla he visto en su interior como un globo de luz, y dentro de esa luz estaba la palabra “Fiat”, de la que descendían tantos diferentes e interminables mares de virtudes, gracias, grandezas, gloria, gozos, belleza y todo lo que posee nuestra Reina y Madre, de modo que todo ello tiene como raíz ese “Fiat”, y del “Fiat” proceden todos sus bienes. Oh “Fiat” omnipotente, fecundo, santo, ¿quién puede comprenderte? Yo me siento muda; es tan grande que no sé decir nada; por eso hago punto.
Así que yo la miraba asombrada y Ella me ha dicho: “Hija mía, toda mi santidad ha salido de la palabra «Fiat». Yo no me movía siquiera para respirar, ni para dar un paso, ni para una acción, ni nada, si no desde dentro de la Voluntad de Dios. Mi vida era la Voluntad de Dios, mi alimento, mi todo, y eso me producía tanta santidad, riqueza, gloria, honores, no humanos sino divinos. De manera que el alma, cuanto más unida o identificada está con la Voluntad de Dios, tanto más puede decirse santa, tanto más es amada por Dios; y cuanto más amada es más favorecida, porque su vida no es sino la repetición de la Voluntad de Dios; ¿y podrá no amarla si es la misma cosa suya? Por tanto, no hay que mirar a lo mucho o a lo poco que se hace, sino más bien si lo quiere Dios, porque el Señor más mira a la pequeña obra, si es conforme a su Voluntad, que a la grande sin Ella.” (8°, 5-4-1908)
“¡ Hágase la Luz !” – ideas y conceptos claros en los contenidos de la Fe, sobre todo en este tiempo de confusión y de extravío espiritual
Es necesario tener ideas y conceptos claros en los contenidos de la Fe, sobre todo en este tiempo de confusión y de estravío espiritual. Con Dios digamos ahora “Hágase la luz”, por amor a la Verdad, porque en la oscuridad, en la ambigüedad, en la niebla está el engaño y la insidia del “padre de la mentira”.
1 –“Sabed que Dios es DIOS”. Hay un solo Dios. Y Dios es Tres Personas, no cuatro.
“Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás”, dijo Jesús al tentador.
Jesucristo es una Persona Divina, la Segunda en la Trinidad, es el Hijo “engendrado, no creado, de la misma Naturaleza del Padre” (o sea, “consustancial”, que comparte con El la misma y única “Sustancia” o Ser Divino). Jesucristo es la Imagen Increada del Padre, “el Verbo”, “el Otro Sí mismo” del Padre.
Jesucristo, por su Encarnación, tiene dos Naturalezas: su Divinidad y su Humanidad. Es verdadero Dios per propia naturaleza, increado, infinito y eterno; es verdadero Hombre y en cuanto criatura su Humanidad es limitada y temporal.
Jesucristo es “co-creador” con el Padre y con el Espíritu Santo: en cuanto que las Tres Divinas Personas son inseparables en su Vida y en sus Obras, si bien a cada uno de los Tres es atribuida attribuita una obra como titular o protagonista: el Padre es el Creador, el Hijo es el Redentor y el Espíritu Santo es el Santificador.
Jesucristo es “el Primogénito” entre todas las criaturas. Todas las demás criaturas han sido creadas por El, por motivo de El, en El y para El. (Jn 1,3; Col 1,15-17)
2 – La Virgen Maria –“la Segundogénita” del Padre
La Virgen Maria es y puede ser llamada “la Segundogénita” del Padre, conocida, querida, decretada, amada y por tanto creada en Jesucristo, por motivo suyo (para ser su Madre) y junto con El, “en un mismo Decreto eterno de predestinación”. “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.
La Virgen María es sólo criatura, no es el Creador, no forma parte de la Trinidad, y sin embargo ha sido “concebida en el seno de la Divina Trinidad”.
Es una persona humana, su naturaleza es humana (perfecta e inmaculada), por lo tanto es (igual que la naturaleza humana de Jesucristo) limitada y temporal. No se debe a sí misma la razón de su existencia, como es por el contrario propio de Dios.
3 – “Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza”
“Dios dijo: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza; a imagen suya Dios lo creó: varón y hombra lo creó” (Gen 1,26-27).
Notemos que Dios habla en singular (es un solo Dios) y obra en plural (Tres Personas).
La doble “versión” del ser humano (el hombre y la mujer) refleja el haber sido creado “a imagen” de Dios.
Inicialmente Dios creó una sola persona, el hombre, varón (Adán), de quien formó en un segundo momento la mujer: de uno hizo dos (Adán y Eva, el hombre y la mujer), llamados en un tercer momento a ser de nuevo unidad (“una sola carne”, o sea, en cuanto viviente, en el vivir), unidad expresada en una tercera persona, el hijo.
Así la imagen de la Trinidad de Personas divinas se ve en el hombre, como individuo (en su alma espiritual tiene tres facultades: voluntad, inteligencia y memoria, dones respectivamente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) y en la familia, pluralidad de personas (el esposo o padre, la esposa o madre y el hijo): una pequeña trinidad creata, imagen de la Stma. Trinidad, de la que debe compartir el mismo Amor y la misma Vida, y destinada a poblar el Paraíso o Cielo despues del tiempo de la prueba en la tierra.
4 – La “imagen y semejanza” no son lo mismo
La imagen divina está en la naturaleza humana, en su ser, creado por Dios teniendo como modelo El mismo. La semejanza con Dios el hombre debía tenerla en su vivir: es decir, en el modo de amar, de obrar, de ser fecundo. El hombre debía ser como Dios en su modo de vivir, pensar como Dios piensa, ver todo como Dios lo ve, amar con el mismo Amor eterno e infinito de Dios, tener los mismos gustos, la misma felicidad, los mismos derechos divinos como hijo de Dios, compartir sus mismas obras, vivir su misma Vida con su misma adorable Voluntad, la fuente de sus obras, de su Vida, de todos los atributos divinos, de su Querer, de su gloria.
En la vida natural humana Dios ha puesto la imagen de su misma Vida; en la Vida sobrenatural, la Gracia, Dios hace el hombre partícipe de su Vida, lo hace semejante a Sí mismo, le da la semejanza de su Vida.
5 – Disyuntiva: ¿Dios o el propio “yo”?
El hombre, creado a imagen de Dios, al ser responsable de su propia vida y de su destino, dotado por eso de una voluntad libre (o sea el libre albedrío, que no es lo mismo que la libertad), fue puesto por Dios ante esta disyuntiva: Dios o el propio “yo”, decidir si adherir a la Voluntad de Dios o preferir la propia voluntad humana.
Esa era la prueba necesaria querida por Dios para confirmarlo como hijo. Pero a la prueba se une a menudo la tentación, puesta por el demonio para perderlo.
Esa decisión no era y no es propiamente hacer una “elección”: Dios no dijo al hombre que “escogiera” –¡no es justo escoger entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre la verdad y la mentira, como no lo es escoger entre Cristo y Barrabás!– sino que se decidiera por el bien, por la verdad, por la vida, por Dios, por la Voluntad Divina, no por una cualquiera de las dos cosas! Se elige entre dos o más cosas que se consideran comparables, por tanto se elige cuando no se sabe su verdadero valor y qué cosa sea más conveniente, pero cuando se sabe no se duda en la decisión; elegir supone ignorancia. “Escoger entre el bien y el mal”, una vez que Dios nos ha manifestado cual es el bien, no se puede admitir, es ya ofender; por eso, Dios pide al hombre no una elección, sino una decisión.
Esta decisión se manifiesta obedeciendo a la orden divina de no comer del fruto del arbol del conocimiento del bien y del mal.
Porque una cosa era el arbol del paraíso (lo que representaba), otra era el fruto del arbol y otra más era lo que comer de él habría causado.
Es más, los árboles indicados eran dos, el arbol “de la Vida” y el arbol “del conocimiento del bien y del mal”, del cual Dios dijo al hombre que no comiera, porque no le habría dado la vida sino la muerte.
Si el arbol de la Vida indicaba la Voluntad Divina, el arbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era imagen de la voluntad humana. Comer de él (que significa dar vida al propio querer humano, separado del Querer Divino) habría causado, no la vida, sino la muerte.
Esos dos árboles eran por lo tanto como una especie de “sacramentos”, ya que, instituidos por Dios Padre Creador, en su materialidad significan y a la vez tienen una realidad espiritual. Debían tener por eso mismo una realidad material (no son sólo símbolos ni metáfora), para poder expresar un significado espiritual.
Los respectivos frutos, de uno y otro, debían ser por lo tanto verdaderos frutos materiales (en ningún sitio se dice que fuera una “manzana”), los cuales tenían sin embargo un preciso significado: “fruto divino” o por el contrario “fruto humano”, algo en relación con el fruto del vientre, de la procreación. Fruto bendito y divino, el de María; fruto sin bendición y sólo humano el de Eva, y notemos que su primogénito, Caín, “era del maligno”, como dice la Escritura (1ᵃ Jn 3,12).
El prodigio del Nacimiento de Jesús
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Encontrándome en mi habitual estado, me he sentido fuera de mí misma. Después de dar una vuelta me he hallado dentro de una cueva y he visto a la Mamá Reina, en el acto de dar a luz al Niño Jesús. ¡Qué extraordinario prodigio! Me parecía que tanto la Madre cuanto el Hijo se hubieran transformado en luz purísima, pero en esa luz se veía muy bien la naturaleza humana de Jesús, que contenía en sí a la Divinidad y le servía como de velo para cubrirla, de tal modo que, rasgando el velo de su naturaleza humana era Dios y cubierto con ese velo era hombre, y he aquí el prodigio de los prodigios: Dios y hombre, hombre y Dios, que sin dejar al Padre y al Espíritu Santo viene a habitar con nosotros tomando carne humana, porque el verdadero amor no permite jamás separación.
Pues bien, me ha parecido que la Madre y el Hijo en aquel felicísimo instante se han vuelto como espiritualizados, y sin la menor dificultad Jesús ha salido del seno de su Madre. Desbordándose Ambos en un exceso de amor, o sea, transformandose en Luz sus santísimos cuerpos, sin el menor obstáculo, Jesús Luz ha brotado de dentro de la luz de la Madre, quedando sanos e íntegros tanto El como Ella, volviendo después al estado natural. ¿Pero quién podrá decir la belleza del Niño, que en aquel momento de su nacimiento derramaba aun externamente los rayos de su Divinidad? ¿Quién podrá describir la belleza de la Madre, que quedaba toda absorbida en aquellos rayos divinos?
¿Y San José? Me pareció que no estaba presente en el momento del Nacimiento, sino que estaba en otro rincón de la cueva, totalmente absorto en aquel profundo Misterio, y aunque no vió con los ojos del cuerpo, vió muy bien con los ojos del alma, porque estaba arrebatado en sublime éxtasis.
Ahora bien, en el acto que el Niño salió a la luz, yo hubiera querido volar para tomarlo en mis brazos, pero los Angeles me lo impidieron, diciéndome que a la Madre le correspondía el honor de ser la primera en tomarlo. Entonces la Stma. Virgen, como despertándose, ha vuelto en sí y de manos de un Angel ha recibido al Hijo entre sus brazos, lo ha estrechado tan fuerte en el ardor de su amor, que parecía como si quisiera encerrarlo de nuevo en sus entrañas; y luego, como queriendo dar desahogo a su ardiente amor, lo ha puesto a mamar a su pecho. Entre tanto, yo estaba toda anonadada, esperando que me llamara, para que los Angeles no volvieran a regañarme. Entonces la Reina me ha dicho: “Ven, ven y toma a tu Amado y disfrútalo tú también, desahoga con El tu amor”.
Diciendo ésto, me he acercado y la Mamá me lo ha puesto en brazos. ¿Quién podrá decir mi contento, los besos, las caricias, las ternuras? Después de haberme desahogado un poco, Le he dicho: “Querido mío, Tú has tomado la leche de nuestra Mamá, dáme a mí un poco”.
Y El, consintiendo, de su boca ha derramado parte de esa leche en la mía y después me ha dicho: “Amada mía, Yo fui concebido junto con el dolor, nací al dolor y morí en el dolor, y con los tres clavos con que Me crucificaron dejé clavadas las tres potencias, inteli-gencia, memoria y voluntad, de las almas que desean amarme, haciendo que quedasen atraídas del todo a Mí, porque la culpa las había hecho estar enfermas y separadas da su Creador, sin freno alguno”.
Mientras eso decía, ha dirigido una mirada al mondo y ha empezado a llorar por sus miserias. Al verle llorar, le he dicho: “Niño querido, no entristezcas con tu llanto una noche tan gozosa para quien te ama. En vez de desahogar el llanto, desahoguémonos con el canto”.
Y dicendo así, he empezado a cantar; oyéndome cantar, Jesús se ha distraído y ha dejado de llorar, y al acabar mi verso ha cantado el suyo, con una voz tan fuerte y armoniosa, que todas las otras voces desaparecían ante su voz dulcísima. Después le he pedido al Niño Jesús por mi Confesor, por los que me pertenecen y, por último, por todos, y El parecía consentir a todo. Mientras hacía ésto me ha desaparecido y yo he vuelto en sí. (Vol. 4°, 25 de Diciembre 1900)
El incomparable milagro de la Inmaculada Concepción de la Reina del Cielo
Lección de la Reina del Cielo:
Hija mía, escúchame, es mi Corazón materno que tanto te ama y que quiere derramarse en ti. Has de saber que te tengo escrita aquí en mi Corazón y te amo como verdadera hija, pero siento un gran dolor porque no te veo semejante a Mí. ¿Y sabes qué es lo que nos hace desemejantes? Ah, es tu voluntad, la cual te quita la frescura de la gracia, la belleza que enamora a tu Creador, la fortaleza que todo lo vence y soporta y el amor que todo lo consume. En suma, no es aquella Voluntad que anima a tu Mamá Celestial. Has de saber que Yo conocí mi voluntad humana sólo para tenerla sacrificada en homenaje a mi Creador. Mi vida fue toda de Voluntad Divina: Desde el primer instante de mi Concepción fui plasmada, inflamada y puesta en su luz, la cual purificó mi germen humano con su potencia y quedé concebida sin mancha original.
Así que, si mi Concepción fue sin mancha y tan floriosa que forma el honor de la Familia divina, fue sólo porque el Fiat Omnipotente se vertió sobre mi germen y quedé concebida pura y santa. Si el Querer Divino so se hubiera derramado sobre mi germen, más que una tierna madre, para impedir los efectos del pecado original, Yo habría encontrado la triste suerte de todas las demás criaturas de ser concebida con el pecado original. Por eso, la causa primaria de mi Concepción Inmaculada fue únicamente la Divina Voluntad. A Ella sea el honor, la Gloria y el agradecimiento por haber sido Yo concebida sin pecado original. (Luisa Piccarreta “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”, primer día)
Lección de la Reina del Cielo:
En cuanto el Querer Divino se vertió en mi germen humano para impedir los tristes efectos de la culpa, la Divinidad sonrió y se puso en fiesta al ver en mi germen aquel germen humano puro y santo como salió de sus manos creadoras en la creación del hombre.
El Fiat Divino hizo entonces su segundo paso en Mí con llevar este germen humano mío, por Él mismo purificado y santificado, ante la Divinidad con el fin de que Ella se vertiera a torrentes sobre mi pequeñez en acto de ser concebida. Y la Divinidad, descubriendo en Mí bella y pura su obra creadora sonrió de complacencia, y queriéndome festejar: El Padre Celestial vertió en Mí mares de potencia, el Hijo, mares de sabiduría y el Espíritu santo, mares de amor. Así que Yo quedé concebida en la Luz interminable de la Divina Voluntad y en estos mares divinos, y mi pequeñez, no pudiéndolos contener, formaba olas altísimas para enviarlas como homenajes de amor y de Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
La Divinidad era todo ojos sobre Mí, y para no dejarse vencer por Mí en amor, sonriéndome, acariciándome me enviaba otros mares, los cuales me embellecían tanto que en cuanto fue formada mi pequeña humanidad adquirí la virtud de raptar a mi Creador, y Él verdaderamente se dejaba raptar, tanto que entre Dios y Yo fue siempre fiesta; nada nos negábamos recíprocamente, Yo nunca le negué nada y Él tampoco. ¿Pero sabes tú quién me animaba con esta fuerza raptora? La Divina Voluntad que como vida reinaba en Mí. Por eso la fuerza del ser Supremo era la mía y por tanto teníamos igual fuerza para raptarnos recíprocamente. (Luisa Piccarreta “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”, segundo día)
Oh María, Madre de Jesús y Madre mía,
yo te entrego y te consagro mi vida como ha hecho tu Hijo Jesús.
Me consagro a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la sabiduría y al amor del que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, te entrego a Tí mi ser, mi persona y mi vida, y especialmente mi voluntad, para que Tú la conserves en tu Corazón materno y la ofrezcas al Señor junto con el sacrificio que Tú hiciste de Tí misma y de tu voluntad.
En cambio, enséñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella. Amén
Cristo Rey viene a reinar en nuestros corazones
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
“Mi propio reino estuvo en el corazón de mi Madre, y esto porque su corazón no fue jamás ni mínimamente turbado, tanto, que en el mar inmenso de la Pasión sufrió penas inmensas, su corazón fue traspasado de lado a lado por la espada del dolor, pero no recibió ni un mínimo aliento de turbación. Por eso, siendo mi reino un reino de paz, pude extender en Ella mi reino, y sin encontrar ningún obstáculo pude libremente reinar.” (04.07.1899)
“La corona de espinas significa que no hay gloria y honor sin espinas, que no puede haber jamás dominio de pasiones, adquisición de virtudes, sin sentirse pinchar hasta dentro de la carne y el espíritu, y que el verdadero reinar está en el donarse a sí mismo, con las pinchaduras de la mortificación y del sacrificio; además estas espinas significaban que verdadero y único Rey soy Yo, y sólo quien me constituye Rey del propio corazón goza de paz y felicidad, y Yo la constituyo reina de mi propio reino. Además, todos aquellos ríos de sangre que brotaban de mi cabeza eran tantos riachuelos que ataban la inteligencia humana al conocimiento de mi supremacía sobre ellos.” (12.10.1903)
“Continuando mi habitual estado, el bendito Jesús ha venido en acto de regir y dominar todo, de reinar con la corona de rey en la cabeza y con el cetro de mando en la mano, y mientras lo veía en esta actitud me ha dicho, pero en latín, por lo que yo lo digo según he entendido: “Hija mía, Yo soy el regidor de los reyes y señor de los dominadores, y sólo a Mí me corresponde este derecho de justicia que me debe la criatura, y que no dándomelo, me desconoce como Creador y dueño de todo.”
Y mientras esto decía, parecía que tomaba en un puño el mundo y lo agitaba de arriba a abajo para hacer que las criaturas se sometieran a su régimen y dominio. Y al mismo tiempo veía también cómo nuestro Señor regía y dominaba mi alma con una maestría tal, que me sentía toda abismada en Él, y de Él partía el régimen de mi mente, de los afectos, de los deseos, así que entre Él y yo había tantos hilos eléctricos, que todo dirigía y dominaba.” (05.08.1904)
“Hija mía, mi centro sobre la tierra es el alma que hace mi Voluntad. Mira, el sol sobre la tierra expande su luz por todas partes, pero él tiene su centro. Yo en el Cielo soy vida de cada uno de los bienaventurados, pero tengo mi centro, mi trono; así en la tierra me encuentro por todas partes, pero mi centro, el lugar donde erijo mi trono para reinar, mis carismas, mis complacencias, mis triunfos, y mi mismo corazón palpitante, todo Yo mismo, se encuentra todo como en su propio centro en el alma que hace mi Santísima Voluntad. Tan fundida está Conmigo esa alma, que se hace inseparable de Mí, y toda mi Sabiduría y mi Potencia no saben encontrar medios cómo separarse mínimamente de ella.” (10.04.1914)
“Ahora, el vivir en mi Querer no es sólo salvación, sino es santidad que debe elevarse sobre todas las demás santidades, que debe llevar el sello de la Santidad de su Creador, por eso debían primero venir las santidades menores como cortejo, como precursoras, como mensajeras, como preparativos de esta Santidad toda Divina. Y así como en la Redención elegí a mi inigualable Madre como eslabón de unión conmigo, del cual debían descender todos los frutos de la Redención, así te he elegido a ti como eslabón de unión, del cual debía tener principio la Santidad del vivir en mi Querer, y habiendo salido de mi Voluntad para traerme la gloria completa del fin por el cual fue creado el hombre, debía retornar sobre el mismo camino de mi Querer para volver a su Creador.
¿Cuál es entonces tu asombro? Estas son cosas establecidas ‘ab eterno’ y nadie me las podrá cambiar. Y como la cosa es grande, es establecer mi reino en el alma aún en la tierra, he hecho como un rey cuando debe tomar posesión de un reino, él no va primero, sino que antes se hace preparar la morada real, después envía a sus soldados a preparar el reino y a disponer a los pueblos a que se sujeten, después siguen las guardias de honor, los ministros y el último es el rey, esto es decoroso para un rey. Así lo he hecho Yo, me he hecho preparar mi morada real, que es la Iglesia; los soldados han sido los santos para hacerme conocer por los pueblos; después han llegado los santos que han sembrado milagros como mis ministros más íntimos y ahora como rey vengo Yo para reinar, por lo que debía elegir un alma donde hacer mi primera morada y fundar este reino de mi Voluntad. Por eso hazme reinar y dame plena libertad.” (03.12.1921)
La Divina Voluntad es como “el motor” íntimo de Dios, es como “el Corazón” de las Divinas Personas
La Divina Voluntad, que Jesús llama en el Evangelio “la Voluntad del Padre”, es la realidad más íntima, vital, esencial de Dios: “Ah, todo está en mi Voluntad. Si el alma la toma, toma toda la sustancia de mi Ser y contiene todo en sí” (2-3-1916).
Digámoslo de un modo más intuitivo: la Voluntad es un sustantivo (la palabra que expresa la sustancia), mientras que todos los atributos divinos, Amor, Bondad, Eternidad, Inmensidad, Inmutabilidad, Justicia, Misericordia, Omnipotencia, Omnivi-dencia, Santidad, Sabiduría, etc. son sus adjetivos: “La Divina Voluntad es buena, santa, infinita, eterna, omnipotente, sapientísima, misericordiosa, inmutable…”
“El Divino Querer” es la Voluntad de Dios en acto, indica lo que hace y por eso es un verbo. Otra cosa es lo que Dios quiere.
La distinción entre “la voluntad” y “el querer” (aunque de hecho equivalen) es la misma que hay entre “el corazón” y “el palpitar”, o entre un motor y el movimiento de ese motor.
Otra cosa más es el efecto que produce el palpitar, o sea, la vida, o bien el funcionamiento del motor, como sería por ejemplo el viajar. En el caso del “querer”, el efecto que produce es “el amor”. De este modo, bien puede decir el Señor que “el Amor es el hijo de la Divina Voluntad”, es decir, su manifestación y comunicación.
La Divina Voluntad por lo tanto es algo que está más allá, por encima de todo lo que Ella misma hace, de las cosas que Dios quiere o no quiere o que permite. Es la fuente y la causa suprema de todo lo que Dios es, de la Vida inefable de la Stma. Trinidad y de sus Obras de Amor eterno. Es como “el motor” íntimo de Dios que da vida a todo lo que El es y a todas sus obras. Es como “el Corazón” de las Divinas Personas.
El Papa Benedicto XVI ha dicho en su primera encíclica “Deus Caritas est” (n. 17): “El sí de nuestra voluntad a la Voluntad de Dios une inteligencia, voluntad y sentimiento en el acto total del amor. (…) Querer la misma cosa y rechazar la misma cosa, es lo que los antiguos han reconocido como auténtico contenido del amor: es el hacerse uno semejante al otro, es lo que lleva a la comunión del querer y del pensar. La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en comunión de pensamiento y de sentimiento, y así, nuestro querer y la Voluntad de Dios coinciden cada vez más: la Voluntad de Dios ya no es para mí una voluntad extraña, que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi misma voluntad, según la experiencia que, de hecho, Dios es para mí más íntimo que yo mismo. Entonces crece el abandono en Dios y Dios se vuelve nuestra alegría”.
Jesús le dice a Luisa: “¿Te parece poco que mi Voluntad Santa, Inmensa, Eterna, descienda en una criatura y, juntando mi Voluntad con la suya, la haga perderse en Mí y me haga vida de todo lo que hace la criatura, hasta de las cosas más pequeñas? De manera que su palpitar, sus palabras, su pensamiento, su movimiento, su respiración, son de Dios, viviente en la criatura; esconde en ella el Cielo y la tierra y en apariencia se ve una criatura. Gracia más grande, prodigio más portentoso, santidad más heroica no podría darte, que mi Fiat” (6-6-1921).
Es necesario que se conozca la Divina Voluntad y nadie podrá ocultarla ni impedir su triunfo
Es necesario que se conozca la Divina Voluntad y aquella por medio de la cual ha comenzado este gran bien, porque Dios quiere su Reino
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
“…Quieres que hable de mi Voluntad y que la haga conocer, y quien debe ser el canal, la portavoz, el instrumento para darla a conocer ¿no debe existir? Si todo ésto tuviera que quedar entre tú y Yo, tal vez podría ser; pero como quiero que mi Voluntad tenga su Reino y el Reino no se forma con una sola persona, sino con muchas y de diferentes condiciones, por eso es necesario que se conozca no sólo mi Voluntad, los bienes que contiene, la dignidad de quienes quieran vivir en este Reino, el bien, la felicidad, el orden, la armonía que cada uno poseerá, sino también aquella que mi bondad ha elegido como origen y principio de semejante bien. Al mezclarte a tí con mi Voluntad, al elevarte sobre todas las cosas de la Creación, no hago más que dar mayor importancia, elevar más, dar mayor peso a mi Voluntad.
(…) Tú, al decir que no quieres ser mezclada con mi Voluntad, quisieras el Reino sin el rey, la ciencia sin el maestro, las posesiones sin el dueño. ¿Qué sería de eseo Reino, de esa ciencia, de esas posesiones? ¡Cuántos desórdenes habría, cuántas ruinas! Y Yo no sé hacer cosas desordenadas, al contrario, lo primero en Mí es el orden…” (04.12.1923)
Es necesario que se conozca la Divina Voluntad; nadie podrá ocultarla ni impedir su triunfo
Estaba yo pensando a ciertas cosas sobre la Voluntad de Dios que el buen Jesús me había dicho y que las han publicado, y por consiguiente van a manos de quien quiere leerlas. Sentía tanta vergüenza en mí, que me daba una pena indecible, y decía: “Amado Bien mío, ¿cómo lo has permitido? Nuestros secretos, que por obediencia he escrito y sólo por amor tuyo, ya estan a la vista de los demás, y si seguirán publicando otras cosas, me moriré de vergüenza y de pena…”
Pero mientras pensaba eso, mi dulce Jesús ha salido de mi interior y poniendome una mano en la frente y la otra en la boca, como si quisiera detener los muchos pensamientos afligidos que me venían, me ha dicho:
“No son cosas tuyas, sino mías; es mi Voluntad que quiere formar su camino para hacerse conocer. Y mi Voluntad es más que el sol, y esconder la luz del sol es pretender demasiado y es del todo imposible; si la paran por un lado, supera el obstáculo que le ponen delante y, escapando por los otros lados, majestuosamente recorre su camino, dejando confundido a quien quisiera impedirle el paso, pues se la ve escapar por todas partes sin poder sujetarla. Se puede esconder una lámpara, pero nunca el sol. Así es mi Voluntad: es más que un sol, y quererla esconder tú te será imposible.
Por eso cálla, hija mía, y haz que el sol eterno de mi Voluntad siga su curso, ya sea por medio de los escritos, de su publicación, de tus palabras y de tu comportamiento. Haz que como luz escape y recorra todo el mundo. Yo lo suspiro, lo quiero. Y además, ¿qué gran cosa ha sido publicada de las verdades de mi Voluntad? Se puede decir que apenas los átomos de su luz; y si bien átomos, ¡si supieras el bien que hacen! ¿Qué será cuando, reunidas todas juntas las verdades que te he dicho de mi Voluntad, la fecundidad de su luz, los bienes que contiene, unito todo junto forme, no ya los átomos o el sol que nace, sino su pleno mediodía? ¿Cuánto bien no producirá ese Sol eterno en medio de las criaturas? Y tú y Yo seremos más felices, viendo mi Voluntad conocida y amada. Por eso déjame hacer”. (26.04.1925)
El Don de la Divina Voluntad forma la Vida y la presencia real de Jesucristo, como en la Eucaristía
Este Don forma, no la vida mística de la Gracia, sino la Vida y la presencia real de Jesús, como en la Eucaristía
De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Jesús se ha dejado ver en mi interior y los velos sacramentales formaban como un espejo en el que Jesús estaba vivo y verdadero; y mi dulce Jesús me ha dicho:
“Hija mía, este espejo son los accidentes del pan, que me tienen aprisionado en ellos. Yo formo mi vida en la Hostia, pero ella nada me da, ni un afecto, ni un latido, ni el más pequeño «Te amo». Está como muerta para Mí; me quedo solo, sin la sombra de una correspondencia. Por eso mi amor está casi impaciente por salir, por romper ese vidrio, bajando a los corazones, para hallar en ellos la correspondencia que la Hostia no sabe ni puede darme.
¿Pero sabes tú dónde hallo mi verdadera correspondencia? En el alma que vive en mi Voluntad. Yo, cuando desciendo a su corazón, enseguida consumo los accidentes de la Hostia, porque sé que accidentes más nobles y para Mí más queridos estan preparados para aprisionarme, para no dejarme salir de ese corazón, que me dará, no sólo vida en él, sino vida en cambio de mi vida. No estaré solo, sino con mi más fiel compañía; seremos dos corazones que palpitarán juntos, amaremos unidos, nuestros deseos serán uno sólo. Por lo tanto Yo permanezco en ella y hago vida, vivo y verdadero, como la hago en el Stmo. Sacramento.
¿Pero sabes tú cuáles son los accidentes que encuentro en el alma que hace mi Voluntad? Son sus actos hechos en mi Querer, que más que accidentes se extienden en torno a Mí y me aprisionan, pero dentro de una prisión noble, divina, no oscura, porque sus actos, hechos en mi Querer, la iluminan y la calientan más que soles. ¡Oh, qué felíz estoy, de hacer vida real en ella, porque me siento como si me encontrara en mi Palacio celestial! ¡Mírame en tu corazón, qué contento estoy, cómo me deleito y siento las alegrías más puras!”
Y yo: “Mi amado Jesús, ¿no es una cosa nueva y singular ésto que Tú dices, que en quien vive en tu Voluntad Tú haces vida real? ¿No es más bien esa vida mística que Tú formas en los corazones que poseen tu Gracia?”
Y Jesús: “No, no, no es vida mística, como para aquellos que poseen mi Gracia, pero no viven con sus actos inmediatos en mi Querer y no tienen materia suficiente para formar los accidentes en los que aprisionarme. Sería como si al sacerdote le faltara la hostia y quisiera pronunciar las palabras de la consagración; podría decirlas, pero las diría en el vacío, mi vida sacramental sin duda no tendría existencia. Así me encuentro en los corazones que, mientras pueden estar en mi Gracia, no viven del todo en mi Querer: estoy en ellos por Gracia, pero no realmente”.
Y yo: “Amor mío, ¿pero cómo puede ser que Tú puedas vivir realmente en el alma que vive en tu Querer?”
Y Jesús: “Hija mía, ¿acaso no vivo en la Hostia sacramental, vivo y verdadero, en alma, cuerpo, sangre y Divinidad? ¿Y por qué vivo en la Hostia en alma, cuerpo, sangre y Divinidad? Porque no hay una voluntad que se oponga a la Mía. Si Yo encontrara en la Hostia una voluntad que se opusiera a la Mía, Yo no tendría en ella vida real, ni vida perenne, y esa es también la causa por la que los accidentes sacramentales se consumen cuando me reciben, porque no encuentro una voluntad humana unida a Mí, de manera que quiera perder la suya para adquirir la Mía, sino que encuentro una voluntad que quiere actuar, que quiere hacer por su iniciativa, y Yo hago mi breve visita y me voy, mientras que, para quien vive en mi Voluntad, mi Querer y el suyo son uno solo, y si lo hago en la Hostia, mucho más puedo hacerlo en ella; a mayor motivo que encuentro un palpitar, un afecto, una correspondencia y mi ganancia, cosa que no hallo en la Hostia. Al alma que vive en mi Voluntad le es necesaria mi vida real en ella, de lo contrario ¿cómo podría vivir de mi Querer?
Ah, tú no quieres entender, que la santidad del vivir en mi Querer es una santidad del todo diferente de las otras santidades y que, aparte las cruces, las mortificaciones, los actos necesarios de la vida, que hechos en mi Voluntad la embellecen aún más, no es sino la vida de los bienaventurados del Cielo, que, como viven en mi Querer, por eso mismo cada uno me tiene en sí, como si fuera para uno sólo, vivo y verdadero, y no místicamente, sino realmente viviendo en ellos. Y así como no podría llamarse vida de Cielo, si no me tuvieran en ellos como vida propia, y si en ellos faltase incluso una pequeña partícula de mi vida no sería completa ni perfecta su felicidad; así es para quien vive en mi Querer, no sería plena ni perfecta mi Voluntad en él porque faltaría mi vida real, que produce esta Voluntad. Es verdad que todos son prodigios de mi amor, más aún, éste es el prodigio de los prodigios, que hasta ahora mi Querer ha tenido en Sí y que ahora quiere sacar para obtener la primera finalidad de la creación del hombre. Así que mi primera vida real quiero formarla en tí”. (05.11.1923)