El inmenso Amor y el inmenso padecer de nuestro Señor Jesucristo en el vientre de su Madre
Del Primer Volumen del diario de la Sierva de Dios LUISA PICCARRETA, “la pequeña Hija de la Divina Voluntad”:
Mi mente iba al seno materno y me asombraba considerando un Dios tan grande en el cielo y ahora tan anonadado, empequeñecido, limitado, sin poderse mover ni casi respirar. La voz interior me decía: “¿Ves cuánto te he amado? Ah, hazme un poco de espacio en tu corazón, quita todo lo que no es mío, que así me facilitarás que pueda moverme y respirar”.
Mi corazón se derretía; le pedía perdón, le prometía que habría sido toda suya, me desahogaba en lágrimas. Sin embargo, lo digo con vergüenza, volvía a mis defectos de siempre. ¡Oh Jesús, qué bueno que has sido con esta miserable criatura!
Esas espinas son tantos malos pensamientos trenzados que se aglomeran en las mentes humanas
“Hija mía, del Amor que devora pasa a contemplar mi Amor que obra. Cada alma concebida me trajo el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó que tomara el fardo de cada una; por tanto, no sólo concebí las almas, sino también las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Padre Celestial. De modo que mi Pasión fue concebida junto conmigo.
Mírame bien en el seno de mi Madre Celestial. ¡Oh, cómo se desgarraba mi pequeña Humanidad! Fíjate bien, cómo mi cabecita estaba ceñida por una corona de espinas, que oprimiendome fuerte las sienes me hacían derramar ríos de lágrimas de los ojos; no podía moverme para secármelas. ¡Ah, ten compasión de mí! ¡Enjúgame los ojos de tanto llorar, tú que tienes los brazos libres para poder hacérmelo! Esas espinas son tantos malos pensamientos trenzados que se aglomeran en las mentes humanas. ¡Oh, cómo se me clavan, más que las espinas que produce la tierra!
Y míra además qué larga crucifixión de nueve meses: no podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie; estaba siempre inmóvil, no había espacio para poder moverme siquiera un poco. Qué larga y dura crucifixión, añadiendo a éso que todas las obras malas, en forma de clavos, me traspasaban repetidamente manos y pies”.
Y así seguía narrandome pena por pena todos los dolores de su pequeña Humanidad, que si quisiera decirlo todo sería demasiado largo. Entonces yo me abandonaba al llanto y sentía que en mi interior decía: “Hija mía, quisiera abrazarte, pero no puedo, no hay espacio, estoy inmóvil, no puedo hacerlo; quisiera Yo ir a tí, pero no puedo caminar. Por ahora abrazame y ven tú a mí, que luego, cuando salga del seno materno, iré Yo a tí”.
Mi Amor quiere compañía
Entonces la voz interna proseguía: “Hija mía, no te separes de mí, no me dejes solo, que mi Amor quiere compañía: es otro exceso de mi Amor, que no quiere estar solo. ¿Pero sabes tú de quién quiere la compañía? ¡De la criatura! Ves, en el seno de mi Mamá estan todas las criaturas concebidas junto conmigo. Yo estoy con ellas con todo mi amor; quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para decirles todas mis alegrías y mis penas, que he venido entre ellas para hacerlas felices, para consolarlas, que estaré entre ellas como su hermanito, dando a cada una todos mis bienes, mi Reino, al precio de mi muerte; que quiero darles mis besos, mis caricias, que quiero jugar con ellas. Pero, ay, ¡cuántos dolores me dan! Uno me rehuye, otro se hace el sordo y me reduce al silencio, otro desprecia mis bienes y no se interesa de mi Reino; mis besos y caricias los pagan con el desinterés y el olvido de mí, y mi contento lo convierten en amargo llanto… ¡Oh, qué solo estoy, aun en medio de tantos!
¡Oh, cómo me pesa la soledad! No tengo a quien decirle una palabra, con quien tener un desahogo, ni siquiera de amor; estoy siempre triste y taciturno, porque si hablo no me escuchan. Ah, hija mía, te ruego, te suplico, no me dejes solo en tanto abandono, hazme el bien de dejarme que hable, escuchándome; pon atención a mis enseñanzas. Yo soy el Maestro de los maestros; ¡cuántas cosas quiero enseñarte! Si tú me prestas atención, harás que deje de llorar y me entretendré contigo; ¿no quieres tú entretenerte conmigo?”.
La Navidad preparada y contada por Luisa Piccarreta
La Novena de la Santa Navidad, tomada del Primer Volumen del diario de la Sierva de Dios LUISA PICCARRETA. Una segunda Novena, con textos de otros capítulos, contempla el misterio de la Encarnación del Verbo.
“Se queda uno asombrado ante el inmenso Amor y el inmenso padecer de nuestro Señor Jesucristo bendito, por amor nuestro, por la salvación de las almas. En ningún libro he leído, acerca de ésto, una Revelación tan conmovedora y penetrante” (de una carta de San Anibal María Di Francia a Luisa Piccarreta en 1927, hablando de los nueve excesos de amor de Jesús en el seno de su Madre, en la Novena de preparación a la Santa Navidad)
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