María es Madre por derecho. Toda la Redención le fue encomendada y Ella la hizo fructificar
Jesús a Luisa:“Hija mía, mi inseparable Madre, para concebirme a Mí, Verbo Eterno, fue enriquecida con mares de gracia, de luz y de santidad por la Suprema Majestad, y Ella hizo tales y tantos actos de virtud, de amor, di oraciones, de deseos y de ardientes suspiros, que superó todo el amor, virtudes y actos de todas las generaciones, necesarios para obtener el suspirado Redentor.
Así pues, cuando ví en la Reina Soberana el amor completo de todas las criaturas y de todos los actos que hacían falta para merecer que el Verbo fuera concebido, y en Ella encontré la correspondencia del amor de todos, nuestra gloria reintegrada, todos los actos de los redimidos e e incluso de aquellos a los que mi Redención había de servir de condena por su ingratitud, entonces mi Amor hizo su último desahogo y Me encarné. Por eso, el derecho al nombre de Madre es connatural a Ella, es sagrado, porque abrazando todos los actos de todas las generaciones, sustituyéndose a todos, fue como si los diera a luz a todos, a una nueva vida, de sus entrañas maternas.
Ahora bien, tú has de saber que cuando hacemos nuestra obra, a la criatura elegida para eso y a quien es encomendada le tenemos que dar tanto amor, luz y gracia, que pueda darnos toda la correspondencia y la gloria de la obra que se le ha confiado. Nuestra Potencia y Sabiduría no se pondrían desde el principio de una obra nuestra en el banco de la criatura si estuviera en quiebra. De manera que nuestra obra ha de estar segura en la criatura llamada a ser como acto primero, y Nosotros tenemos que cobrar todos los intereses y la gloria equivalentes a nuestra obra encomendada. Y aunque luego nuestra obra fuera comunicada a las demás criaturas y por su ingratitud corriera el peligro de fracasar, para Nosotros es más tolerable, porque aquella a quien fue encomendada al principio Nos ha hecho cobrar todo el interés de los fallos de las otras criaturas. Por eso le dimos todo y recibimos todo de Ella, para que todo el capital de la Redención pudiera permanecer íntegro y por medio suyo nuestra gloria completada y nuestro amor correspondido.
(…) Y no se trataba de una obra cualquiera, de un pequeño capital, sino de la gran obra de la Redención y de todo el coste de valor infinito e incalculable del Verbo Eterno. Era obra única, no se podía repetir una nueva bajada del Verbo Eterno a la tierra y por eso teníamos que asegurarla en la Soberana Celestial. Y habiéndole encomendado todo y aún la misma Vida de un Dios, Ella, fiel a Nosotros, tenía que respondernos por todos, hacerse garante y responsable de esta Vida Divina que se le había confiado, como de hecho hizo.
Pues bien, hija mía, lo que hice y quise de mi Madre Celestial en la gran obra de la Redención, lo quiero hacer contigo en la gran obra del ‘Fiat’ Supremo. (…) ¿Acaso no soy Yo dueño de dar lo que quiero? ¿Es que quieres tú poner un un límite a mi obra completa que quiero encomendarte? ¿Qué dirías tú si mi Madre Celestial hubiera querido aceptar el Verbo Eterno sin sus bienes y los actos que se necesitaban para poderme concebir? ¿Habría sido eso verdadero amor e verdadera aceptación? Desde luego que no. ¿Así que tú quisieras mi Voluntad sin sus obras y sin los actos que le convienen?…” (19°, 18-5-1926)
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