“¡ Hágase la Luz !” – ideas y conceptos claros en los contenidos de la Fe, sobre todo en este tiempo de confusión y de extravío espiritual
Es necesario tener ideas y conceptos claros en los contenidos de la Fe, sobre todo en este tiempo de confusión y de estravío espiritual. Con Dios digamos ahora “Hágase la luz”, por amor a la Verdad, porque en la oscuridad, en la ambigüedad, en la niebla está el engaño y la insidia del “padre de la mentira”.
1 –“Sabed que Dios es DIOS”. Hay un solo Dios. Y Dios es Tres Personas, no cuatro.
“Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás”, dijo Jesús al tentador.
Jesucristo es una Persona Divina, la Segunda en la Trinidad, es el Hijo “engendrado, no creado, de la misma Naturaleza del Padre” (o sea, “consustancial”, que comparte con El la misma y única “Sustancia” o Ser Divino). Jesucristo es la Imagen Increada del Padre, “el Verbo”, “el Otro Sí mismo” del Padre.
Jesucristo, por su Encarnación, tiene dos Naturalezas: su Divinidad y su Humanidad. Es verdadero Dios per propia naturaleza, increado, infinito y eterno; es verdadero Hombre y en cuanto criatura su Humanidad es limitada y temporal.
Jesucristo es “co-creador” con el Padre y con el Espíritu Santo: en cuanto que las Tres Divinas Personas son inseparables en su Vida y en sus Obras, si bien a cada uno de los Tres es atribuida attribuita una obra como titular o protagonista: el Padre es el Creador, el Hijo es el Redentor y el Espíritu Santo es el Santificador.
Jesucristo es “el Primogénito” entre todas las criaturas. Todas las demás criaturas han sido creadas por El, por motivo de El, en El y para El. (Jn 1,3; Col 1,15-17)
2 – La Virgen Maria –“la Segundogénita” del Padre
La Virgen Maria es y puede ser llamada “la Segundogénita” del Padre, conocida, querida, decretada, amada y por tanto creada en Jesucristo, por motivo suyo (para ser su Madre) y junto con El, “en un mismo Decreto eterno de predestinación”. “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.
La Virgen María es sólo criatura, no es el Creador, no forma parte de la Trinidad, y sin embargo ha sido “concebida en el seno de la Divina Trinidad”.
Es una persona humana, su naturaleza es humana (perfecta e inmaculada), por lo tanto es (igual que la naturaleza humana de Jesucristo) limitada y temporal. No se debe a sí misma la razón de su existencia, como es por el contrario propio de Dios.
3 – “Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza”
“Dios dijo: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen y semejanza; a imagen suya Dios lo creó: varón y hombra lo creó” (Gen 1,26-27).
Notemos que Dios habla en singular (es un solo Dios) y obra en plural (Tres Personas).
La doble “versión” del ser humano (el hombre y la mujer) refleja el haber sido creado “a imagen” de Dios.
Inicialmente Dios creó una sola persona, el hombre, varón (Adán), de quien formó en un segundo momento la mujer: de uno hizo dos (Adán y Eva, el hombre y la mujer), llamados en un tercer momento a ser de nuevo unidad (“una sola carne”, o sea, en cuanto viviente, en el vivir), unidad expresada en una tercera persona, el hijo.
Así la imagen de la Trinidad de Personas divinas se ve en el hombre, como individuo (en su alma espiritual tiene tres facultades: voluntad, inteligencia y memoria, dones respectivamente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) y en la familia, pluralidad de personas (el esposo o padre, la esposa o madre y el hijo): una pequeña trinidad creata, imagen de la Stma. Trinidad, de la que debe compartir el mismo Amor y la misma Vida, y destinada a poblar el Paraíso o Cielo despues del tiempo de la prueba en la tierra.
4 – La “imagen y semejanza” no son lo mismo
La imagen divina está en la naturaleza humana, en su ser, creado por Dios teniendo como modelo El mismo. La semejanza con Dios el hombre debía tenerla en su vivir: es decir, en el modo de amar, de obrar, de ser fecundo. El hombre debía ser como Dios en su modo de vivir, pensar como Dios piensa, ver todo como Dios lo ve, amar con el mismo Amor eterno e infinito de Dios, tener los mismos gustos, la misma felicidad, los mismos derechos divinos como hijo de Dios, compartir sus mismas obras, vivir su misma Vida con su misma adorable Voluntad, la fuente de sus obras, de su Vida, de todos los atributos divinos, de su Querer, de su gloria.
En la vida natural humana Dios ha puesto la imagen de su misma Vida; en la Vida sobrenatural, la Gracia, Dios hace el hombre partícipe de su Vida, lo hace semejante a Sí mismo, le da la semejanza de su Vida.
5 – Disyuntiva: ¿Dios o el propio “yo”?
El hombre, creado a imagen de Dios, al ser responsable de su propia vida y de su destino, dotado por eso de una voluntad libre (o sea el libre albedrío, que no es lo mismo que la libertad), fue puesto por Dios ante esta disyuntiva: Dios o el propio “yo”, decidir si adherir a la Voluntad de Dios o preferir la propia voluntad humana.
Esa era la prueba necesaria querida por Dios para confirmarlo como hijo. Pero a la prueba se une a menudo la tentación, puesta por el demonio para perderlo.
Esa decisión no era y no es propiamente hacer una “elección”: Dios no dijo al hombre que “escogiera” –¡no es justo escoger entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre la verdad y la mentira, como no lo es escoger entre Cristo y Barrabás!– sino que se decidiera por el bien, por la verdad, por la vida, por Dios, por la Voluntad Divina, no por una cualquiera de las dos cosas! Se elige entre dos o más cosas que se consideran comparables, por tanto se elige cuando no se sabe su verdadero valor y qué cosa sea más conveniente, pero cuando se sabe no se duda en la decisión; elegir supone ignorancia. “Escoger entre el bien y el mal”, una vez que Dios nos ha manifestado cual es el bien, no se puede admitir, es ya ofender; por eso, Dios pide al hombre no una elección, sino una decisión.
Esta decisión se manifiesta obedeciendo a la orden divina de no comer del fruto del arbol del conocimiento del bien y del mal.
Porque una cosa era el arbol del paraíso (lo que representaba), otra era el fruto del arbol y otra más era lo que comer de él habría causado.
Es más, los árboles indicados eran dos, el arbol “de la Vida” y el arbol “del conocimiento del bien y del mal”, del cual Dios dijo al hombre que no comiera, porque no le habría dado la vida sino la muerte.
Si el arbol de la Vida indicaba la Voluntad Divina, el arbol del conocimiento del bien y del mal (de un conocimiento que no es vida) era imagen de la voluntad humana. Comer de él (que significa dar vida al propio querer humano, separado del Querer Divino) habría causado, no la vida, sino la muerte.
Esos dos árboles eran por lo tanto como una especie de “sacramentos”, ya que, instituidos por Dios Padre Creador, en su materialidad significan y a la vez tienen una realidad espiritual. Debían tener por eso mismo una realidad material (no son sólo símbolos ni metáfora), para poder expresar un significado espiritual.
Los respectivos frutos, de uno y otro, debían ser por lo tanto verdaderos frutos materiales (en ningún sitio se dice que fuera una “manzana”), los cuales tenían sin embargo un preciso significado: “fruto divino” o por el contrario “fruto humano”, algo en relación con el fruto del vientre, de la procreación. Fruto bendito y divino, el de María; fruto sin bendición y sólo humano el de Eva, y notemos que su primogénito, Caín, “era del maligno”, como dice la Escritura (1ᵃ Jn 3,12).
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