Las verdades sobre la Divina Voluntad renovarán la Iglesia y transformarán la faz de la tierra

De los Escritos de Luisa Piccarreta “la Pequeña Hija de la Divina Voluntad”:

Estaba pensando para mí en todo lo que está escrito estos días pasados y decía para mí que no eran cosas necesarias, ni serias; qu podía dejar de ponerlas por escrito, pero la obediencia lo ha querido y yo tenía el deber de decir “FIAT” también en ésto… Pero mientras lo pensaba, mi amado Jesús me ha dicho: 

“Hija mía, y sin embargo todo era necesario para hacer conocer cómo se vive en mi Querer. No diciendo todo, tú harías faltar una cualidad del modo como se vive en El y por tanto no podría tener el pleno efecto del vivir en mi Voluntad. (…) En mi omnividencia veo que estos escritos serán para mi Iglesia como un nuevo Sol que surgirá en medio de ella, y que los hombres, atraídos por su luz deslumbradora, se aplicarán para transformarse en esa luz y salir espiritualizados y divinizados, por lo cual, renovandose la Iglesia, transformarán la faz de la tierra.

La doctrina sobre mi Voluntad es la más pura, la más bella, no sujeta a sombra de materia o de interés, tanto de tipo sobrenatural como de tipo natural. Por eso será, a modo de sol, la más penetrante, la más fecunda y la más bienvenida y acogida, y siendo luz, por sí misma se hará comprender y se abrirá camino. No estará sujeta a dudas, a sospechas de error, y si alguna palabra no se entenderá será por su demasiada luz, que eclipsando la inteligencia humana, no podrán comprender toda la plenitud de la verdad, pero no hallarán una palabra que no sea verdad; todo lo más, no podrán comprenderla del todo.

Por eso, en vista del bien que veo, te exhorto a que no dejes de escribir nada. Una frase, un efecto, una semejanza sobre mi Voluntad puede ser como rocío benéfico sobre las almas, como es benéfico el rocío sobre las plantas después de un día de sol ardiente o como una lluvia abundante después de largos meses de sequía. Tú no puedes comprender todo el bien, la luz, la fuerza que hay en una palabra, pero tu Jesús lo sabe y sabe a quien ha de servir y el bien que ha de hacer”. 

Y mientras así decía, me hacía ver en medio de la Iglesia una mesa y todos los escritos sobre la Divina Voluntad colocados encima. Muchas personas con veneración rodeaban la mesa y salían transformadas en luz y divinizadas y, mientras caminaban, comunicaban esa luz a los que encontraban. 

Y Jesús ha añadido: “Tu verás desde el Cielo el gran bien, cuando la Iglesia recibirá este alimento celestial, que, fortificandola, la hará resurgir en su pleno triunfo”. (10.02.1924)

Vivir en el Divino Querer será en el futuro el único tipo de santidad, no de formato humano, sino divino

“… Ven en mi Querer, vive en El para que la tierra ya no vuelva a ser tu morada, sino que tu morada sea precisamente Yo, y así estarás del todo segura. Mi Querer tiene el poder de hacer trasparente al alma y, siendo el alma trasparente, lo que Yo hago se refleja en ella. Si Yo pienso, mi pensamiento se refleja en su mente y se vuelve luz y el suyo, como luz, se refleja en Mí. Si miro, si hablo, si amo, etc., como otras tantas luces se reflejan en ella y ella en Mí, así que estamos en continuos reflejos, en comunicación perenne, en amor recíproco y, estando Yo en todas partes, los reflejos de estas almas me llegan en el Cielo, en la tierra, en la Hostia sacramental, en los corazones de las criaturas, donde quiera y siempre. Luz doy y luz me mandan, amor doy y amor me dan; son mis moradas terrenas, donde me refugio de la repugnancia de las otras criaturas.

¡Oh, el hermoso vivir en mi Querer! Me gusta tanto, que haré desaparecer todas las otras santidades, bajo cualquier otro aspecto de virtudes, en las futuras generaciones y haré reaparecer la santidad del vivir en mi Voluntad, que son y serán, no santidades humanas, sino divinas, y su santidad será tan alta que, como soles, eclipsarán a las estrellas más bellas de los santos de las generaciones pasadas. Por eso quiero purgar la tierra, porque es indigna de esos portentos de santidad”. (20.11.1917)

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Pablo Martín Sanguiao

 
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