El incomparable milagro de la Inmaculada Concepción de la Reina del Cielo

Lección de la Reina del Cielo:

Hija mía, escúchame, es mi Corazón materno que tanto te ama y que quiere derramarse en ti. Has de saber que te tengo escrita aquí en mi Corazón y te amo como verdadera hija, pero siento un gran dolor porque no te veo semejante a Mí. ¿Y sabes qué es lo que nos hace desemejantes? Ah, es tu voluntad, la cual te quita la frescura de la gracia, la belleza que enamora a tu Creador, la fortaleza que todo lo vence y soporta y el amor que todo lo consume. En suma, no es aquella Voluntad que anima a tu Mamá Celestial. Has de saber que Yo conocí mi voluntad humana sólo para tenerla sacrificada en homenaje a mi Creador. Mi vida fue toda de Voluntad Divina: Desde el primer instante de mi Concepción fui plasmada, inflamada y puesta en su luz, la cual purificó mi germen humano con su potencia y quedé concebida sin mancha original.

Así que, si mi Concepción fue sin mancha y tan floriosa que forma el honor de la Familia divina, fue sólo porque el Fiat Omnipotente se vertió sobre mi germen y quedé concebida pura y santa. Si el Querer Divino so se hubiera derramado sobre mi germen, más que una tierna madre, para impedir los efectos del pecado original, Yo habría encontrado la triste suerte de todas las demás criaturas de ser concebida con el pecado original. Por eso, la causa primaria de mi Concepción Inmaculada fue únicamente la Divina Voluntad. A Ella sea el honor, la Gloria y el agradecimiento por haber sido Yo concebida sin pecado original. (Luisa Piccarreta “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”, primer día)

Lección de la Reina del Cielo:

En cuanto el Querer Divino se vertió en mi germen humano para impedir los tristes efectos de la culpa, la Divinidad sonrió y se puso en fiesta al ver en mi germen aquel germen humano puro y santo como salió de sus manos creadoras en la creación del hombre.

El Fiat Divino hizo entonces su segundo paso en Mí con llevar este germen humano mío, por Él mismo purificado y santificado, ante la Divinidad con el fin de que Ella se vertiera a torrentes sobre mi pequeñez en acto de ser concebida. Y la Divinidad, descubriendo en Mí bella y pura su obra creadora sonrió de complacencia, y queriéndome festejar: El Padre Celestial vertió en Mí mares de potencia, el Hijo, mares de sabiduría y el Espíritu santo, mares de amor. Así que Yo quedé concebida en la Luz interminable de la Divina Voluntad y en estos mares divinos, y mi pequeñez, no pudiéndolos contener, formaba olas altísimas para enviarlas como homenajes de amor y de Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

La Divinidad era todo ojos sobre Mí, y para no dejarse vencer por Mí en amor, sonriéndome, acariciándome me enviaba otros mares, los cuales me embellecían tanto que en cuanto fue formada mi pequeña humanidad adquirí la virtud de raptar a mi Creador, y Él verdaderamente se dejaba raptar, tanto que entre Dios y Yo fue siempre fiesta; nada nos negábamos recíprocamente, Yo nunca le negué nada y Él tampoco. ¿Pero sabes tú quién me animaba con esta fuerza raptora? La Divina Voluntad que como vida reinaba en Mí. Por eso la fuerza del ser Supremo era la mía y por tanto teníamos igual fuerza para raptarnos recíprocamente. (Luisa Piccarreta “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”, segundo día)

Oh María, Madre de Jesús y Madre mía,

yo te entrego y te consagro mi vida como ha hecho tu Hijo Jesús.  

Me consagro a tu derecho de Madre y a tu poder de Reina, a la sabiduría y al amor del que Dios te ha colmado, renunciando totalmente al pecado y a aquel que lo inspira, te entrego a Tí mi ser, mi persona y mi vida, y especialmente mi voluntad, para que Tú la conserves en tu Corazón materno y la ofrezcas al Señor  junto con el sacrificio que Tú hiciste de Tí misma y de tu voluntad.

En cambio, enséñame a hacer como Tú  la Voluntad Divina y a vivir en Ella. Amén 

 

 

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